Schopenhauer, incomprendido
En cierto lugar, creo que en su Dostoiewski, afirma Gide: «Pobre del autor, cuya obra no pueda ser resumida en una sola fórmula, porque jamás será comprendido». La sentencia, naturalmente, es irónica: precisamente el autor momificado en una demasiado clara caracterización reductora escapará definitivamente a la comprensión, aunque la mayoría creerán poseer lo con plena transparencia. Ejemplo de esta enfermedad cultural, Schopenhauer. Se le ha condensado bajo un lema -pesimismo- tan intuitivamente grato a los lipómanos de salón, como accesible sin esfuerzo a los estreñidos de cerebro con puntillo filosófico. Como suelen ser estos últimos los que escriben generalmente exégesis de los grandes pensadores, la calificación se ha hecho definitiva. En los últimos quince o veinte años podríamos decir, parafraseando a Adorno, que se ha intentado rescatar a Schopenhauer de las garras de sus admiradores comprensivos. Horkheimer inició la operación, con dos celebradas conferencias incluidas en Sociológica. En el ámbito anglosajón, Patrick Gardiner escribió un estudio honrado, pero no demasiado imaginativo, acompañado de las usuales y ridículas cláusulas anestesiantes del sentido común de sus compatriotas: «No es tan raro como parece, exageraba pero no estaba loco, puede decirse lo mismo con palabras sencillas ... ». Clément Rosset ha escrito dos ensayos breves que cuentan entre lo mejor sobre el tema, especialmente en lo tocante a destacar la «intuición genealógica» de Schopenhauer, que lo emparienta con los grandes genealogistas posteriores: Marx, Nietzsche y Freud. Lo importante del pensamiento del gran filósofo de Dresde -que no tiene por qué coincidir con lo que era para él lo más importante de su pensamiento- es su vigorosa revelación de las razones no racionales que mueven a razonar, del fondo pulsiorial no inteligible discursivamente cuyos efectos superficiales configuran la producción teórica. El alcance de este descubrimiento es enorme: sin él, no se concebiría la revolución nietzscheana ni, en general, ninguna de las vías más esperanzadas de resistencia a la clausura del sistema hegeliano. Puede decirse que cuanto se ha opuesto después de Hegel al universal dominio teórico de la ley monoteísta y estatal es, en alguna medida, deudor de Schopenhauer.Imagen
Schopenhauer, de P
Gardiner. Madrid, Edit. FCE. 1975La estética del pesimismo. Antología de Schopenhauer, de J. Ivars. Madrid. Colec. Maldoror. 1976.
Sin embargo, de vez en cuando se recae en la imagen del Schopenhauer pesimista y buen burgués, retrepado en su escapismo egoísta. Imagen, por cierto, que bien puede ser cierta, pero que es tan irrelevante teóricamente como las apasionadas relaciones de Marx con su criada. En esta complacencia con lo trivial incurre generosamente José Francisco Ivars, en el prólogo a su antología de textos schopenhauerianos publicados por la colección Maldoror, cuyo ejemplar catálogo y ejecutoria merecían mejor suerte. Ivars encuentra el non plus ultra de la exégesis de Schopenhauer en las páginas de El asalto a la razón de Lukács, obra que es una falta de caridad citar, para todo otro propósito que el chiste de sobremesa o el aleccionador ejemplo moral. Mientras Lukács va descubriendo tras cada pensador oscuras motivaciones reaccionarias, para uso propagandístico de sus carceleros estalinistas, uno puede responder a cada descalificación de un filósofo por su vida o sus intereses: experto crede. Sentenciar a estas alturas de curso que el pensamiento de Schopenhauer es «típico de un rentista» demuestra tanta agudeza filosófica como conocimientos físicos un peluquero que rechazase la obra de Einstein como «típica de un cliente poco asiduo». «Escapista», en filosofía, es lo que rehuye abismarse radicalmente en la tarea de pensar ese no es el caso de Schopenhauer sino el de su prologuista. Flagelo de académicos edificantes, de complacencias historicistas y de fe en el dogma del Estado, Schopenhauer es llamado «reaccionario mucho más por todo esto, que por su atemorizado cariño por los gendarmes: los que le atacan por es ángulo, le confirman. Los texto seleccionados en esta antología pertenecen a los apéndices a la segunda edición del Mundo como voluntad y representación. Aunque molesta un poco cierta refocilación en lo anecdótico y muchísima omisiones sustanciales, la selección es más acertada en su conjunto, de lo que el desacierto del prólogo autorizaba esperar.
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