La gula, en la historia
Los períodos de escasez de alimentos, alternados con los de la abundancia así corno la dificultad de almacenamiento, imponían en las sociedades tribales primitivas el deseo (le comer sin límite en las épocas de abundancia como un desquite por aquéllas. frecuentes, de austeridad. En estas circunstancias -dice el doctor Valtueña, destacado especialista en obesidad infantil -no es difícil comprender la glotonería cuando fuera posible. En algunas islas del Pacífico sudeste. cuando existe abundante comida. los nativos tienen la costumbre de decir: «Seremos felices porque tragaremos hasta vomitar. Los indígenas sudafricanos, en similares circunstancias, dicen: «Comeremos hasta que nos hinchemos o nos caigamos.» El estudio del doctor Valtueña nos lleva a los antiguos griegos y romanos, quienes reservaban el desayuno para los niños. Según Lain Entralgo, para ciertos médicos ilustres de la antigua Grecia, el arte de curar era una respuesta de la inteligencia humana a las molestias que los afimentos producían. Para aquellas gentes la comida era algo así como un rito quese imponía en cualquier activídad social, incluso hasta en las ceremonias fúnebres el ágape se celebraba sobre la tumba del familiar o amigo fallecido, con lo que se despedía de manera formal el duelo.Dentro de este marco, la gula llegó a constituir un auténtico arte romano, hasta tal punto que calificaban de mezquina la mesa si cuando se estaba a punto de saborear un manjar no se quitaba sustituyéndolo por otro mejor. Los espartanos, en cambio, sintieron tal aversión a la gordura, que se llegó a castigar incluso con el destierro.
En la Edad Media, época de grandes penurias alimentarias para el mundo occidental, se producen las grandes fiestas de reyes y señores feudales con una vergonzosa profusión de comidas. El alimento más codiciado entre la dieta del vulgo en los sigIos XII y XIII fue el tocino como complemento al pan de trigo y centeno que se distribuía en los castillos y palacios feudales. Sin embargo, los numerosos servidores de la Iglesia en la Edad Media no debían estar tan alimentados si se juzga por la petición de los canónigos de San Ambrosio, de Miilán a su abad, realizada en 1150, de contar en cada comida con los cuatro servicios siguientes: pollos rellenos, carne de cerdo, carne de vaca con salsa de pimientos y tortas y, lechones rellenos.
De cualquier manera esta petición de los monjes de San Ambrosio no deja de ser una nimiedad si vemos con cierto detalle el menú ofrecido en Roma en 1473 a la hija del rey de Nápoles y a su esposo y séquito: "Estando aún en pieles fue servida una colación de piñones dorados en tazas de oro, uvas y, naranjas confitadas en tazas con malvasía y, agua de rosas para las manos. Ya en la mesa al son de trorripetas y pífanos: higadillos de capones y cabritos, fíambres en escudillas con vino blanco. Un manjar blanco con pepitas de naranja dulce. Capones en salsa verde con vino. Dos terneras asadas sin piel, correspondiendo cinco trozos de ternera por plato. Un pollo por persona con salsa violada. Toda clase de tortas. Pasteles de aves. Cinco trozos de carnero y dos de jabalí por plato. Tres cabritos enteros. Seis capones. Dos salchichas por plato. Liebres, pichones, pollos, conejos, pavones y faisanes. Un ciervo sin desollar. Un oso y un gamo sin desollar. Jabalíes y otros muchos animales cocidos con la piel y el pelo. Gelatina y limones plateados con almíbar (este último plato seguramente para dar más cabida al estómago). Pescado asado en salsa amarilla. Pasteles de anguilas. Pollos cocidos. Lampreas. Tortas y requesones. Cerezas en taza, pollos a la catalana y, manjar verde con claveles y romero. Asado de ternera, carnero, cabrito. lechón, capones y ansarones. En forma de manjares aderezados los tres trabajos de Hércules, cada uno del tamaño de un hombre y grandes castillos de dulce que al ser invadidos dejaron caer una tormenta de confites. Una sierpe grande y, diez grandes naves con las velas y las cuerdas todas de dulce y requesones y mazapanes en forma de hermosisimos niños. Quitadas las mesas se dejó una sola y se llevó vino, esponjados, barquillos, almendras, grageas, anises y canela.»
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