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Reportaje:

Los últimos días de Saigón / 5

Las fuerzas regionales, a las cuales se les debiera encomendar ese papel, son mediocres, y los comandantes de las zonas o regiones utilizan a las fuerzas regulares para ocupar el terreno, lo que nos priva de reservas. El ejército regular debe cumplir tareas inmensas y juega el papel de los gendarmes. Ocupa puentes, caminos, cruces y ciudades. Los comunistas, en cambio, pueden maniobrar a su antojo y concentrar fácilmente sus tropas. Mantienen en todas partes la ofensiva, los sudvietnamitas se limitan en todas partes a una tarea defensiva.Desde 1972, el ejército de Saigón se instaló en sus bases y no se movió para nada, ni siquiera con los marinos o los comandos. Con la sola excepción de los paracaidistas, esas tropas permanecieron inactivas. Una vez instaladas no cambiaron de guarnición durante tres años, acompañadas por las mujeres, los hijos y los abuelos.

En semejante ejército, dedicado sobre todo a criar pollos y chanchos, a cultivar un poco de tierra, y al comercio minorista, se dejaron de lado las obligaciones militares por juzgarlas demasiado penosas: ejercicio, maniobras, fortificaciones.... como si todavía estuvieran los norteamericanos, listos a intervenir si las cosas marchaban mal.

La ofensiva de los comunistas tuvo como primer objetivo aislar las Altas Mesetas, a la altura de Ban Me Thuot, después de tomar Kontum y Pleiku. Una vez que Vietnam del Sur quedó dividido en dos partes, se trataba de caer sobre Da Nang y Hué. Pero únicamente en octubre. Concluida esa primera ofensiva, los generales de Hanoi esperarían el fin de la estación de las lluvias para reanudar el operativo al año siguiente, cercando a Saigón, que esperaban tomar en marzo de 1976. Si todo iba bien.

Descontaban bajas muy importantes y temían una fuerte resistencia de las tropas de Thieu.

Cuando el Tet, en 1968, habían hecho un análisis muy optimista de la situación; ahora preferían pecar por pesimistas.

El 9 de marzo los viets cortaron las rutas: la 19, que va de Qui Nhon a Pleiku, y la 21, de Ban Me Thuot a Nha Trang. En la noche del 9 al 10 de marzo atacaron Ban Me Thuot en las Altas Mesetas. Eran muy superiores en número: seis divisiones del Norte contra tres del Sur.

El viernes 14 de marzo, el presidente Thieu visita la tumba de sus antepasados en Phan Rang, sobre la cual acaba de caer un rayo. Se siente abandonado por todos. De Phan Rang pasa a Cam Ranh y ordena al general Phu que se le una.

Thieu, sin consultar a nadie, ordena el repliegue. ¿A quién podría haberle pedido consejo? No existe el Estado Mayor y, desde hace años, manda directamente a sus generales. Por desconfianza, por miedo, por el enfermizo placer de lo secreto.

Existía en los papeles de los «asesores» norteamericanos un plan previendo la retirada general de todas las tropas sudvietnamitas hacia Cochinchina, si el empuje comunista se hacía demasiado fuerte y se tornaba imposible, tanto por razones tácticas como económicas, mantener el país. Pero ese plan había permanecido siempre en carpeta como un mero proyecto.

Thieu tiene los ojos puestos en los Estados Unidos y no sobre lo que pasa en su propio país. Está marginado de toda realidad. Una retirada semejante exige miles de precauciones y debe prepararse minuciosamente. No basta con dar orden, se necesita también prever todos los detalles. Por ejemplo, hay que evacuar de antemano las familias de los militares, enseguida los servicios, para no dejar sobre el terreno más que las unidades de combate, cuyo retroceso, escalón por escalón, debe ser rigurosamente cronometrado. Una operación de esa índole exige tiempo, grandes medios y, sobre todo, el secreto, una noción que se ignora en Vietnam del Sur, donde todo el mundo está al tanto de todo y todavía más. Debe hacerse también de manera simultánea por tierra, mar y aire, lo que exige la coordinación de todos los medios.

En el momento que Thieu tomó su decisión, las rutas que descendían desde la zona de retirada hacia el Delta o la costa estaban ya cortadas, la 17, la 21 e inclusive la de Dalat. Se puede utilizar únicamente la aviación, notoriamente insuficiente para una operación de esa índole.

Thieu transmite al valiente general Phu la orden de ganar la costa con todas sus tropas, de evacuar Kontum y Pleiku, que todavía resisten y podrían seguir resistiendo indefinidamente, sobre todo Pleiku, que es una base importante.

Phu es un hombre terminado: no hay ya una columna vertebral en la que apoyarse. Ni siquiera trata de discutir esa orden demencial, una retirada cuyo único objetivo es llamar la atención de los norteamericanos, a quienes no les importa un comino y no quieren oír hablar de Vietnam. El repliegue es apenas un chantaje.

Comienza por transferir su mando a Nha Trang, y el control de las operaciones a uno de sus adjuntos, un coronel de comando -un cierto Tat- a quien se asciende a general por ese motivo. Es éste quien debe organizar la retirada. Los comandos fueron creados para una guerra de movimientos de golpes de mano, y el coronel no ha hecho otra cosa que ésa. No sale de ningún Estado Mayor. Allí donde se hubiese necesitado un auténtico general, conocedor de todas las sutilezas que supone ese tipo de maniobras, se nombra a un jefe de bandas ciertamente audaz y valiente, pero que no tiene idea alguna del plan que debe ejecutar -si ese plan existe- ni de la forma de llevarlo a cabo. Ignora inclusive los medios de que dispone.

Quedan en Pleiku, capital de la región, cinco grupos de comandos, una brigada blindada, todos los elementos motorizados de la 23 División, todas las tropas regionales, y la logística de esa importante base que es el asiento de una división aérea.

Apenas se tiene conocimiento de la orden, toda esa gente se larga en el desorden más espantoso. Un verdadero sálvese quien pueda cuando, en ese momento, no hay ninguna amenaza inmediata. Una columna de varios miles de vehículos colma la ruta 7 que va hacia Qui Nhon y el mar. Es una mezcla de civiles y militares, piezas de artillería a la rastra y camiones con chanchos, carros chinos y carros blindados, búfalos, funcionarios regionales, empleados públicos, policías, sus primos y sus abuelos y cantidades increíbles de chiquilines.

La ocasión es inesperadamente bella para los comunistas. Las unidades de la División 320 cortan la columna, se pierden tres mil vehículos y casi todo el material. Se verá una brigada blindada detenida delante de un arroyito, esperando durante dos días que lleguen los materiales para construir un puente. Al costado hay un lugar que permite vadear el curso de agua, pero nadie lo ve. Cuando aparecen los viets, los soldados abandonan tanques y ametralladoras. Sin combatir. De la 23 División no queda prácticamente nada, desintegrada en su totalidad, como así tampoco de las guarniciones de Pleiku y Kontum. Apenas si han peleado.

Ante la magnitud del desastre, Thieu, siempre solo, toma la decisión, para reforzar Saigón, de traer las tres divisiones de paracaidistas que están en Hué, al mismo tiempo que proclama que defenderá a la antigua capital de Anam.

Finalmente se le ocurre una idea. Evacuar toda la provincia de Quang Tri que bordea el paralelo 17, o sea la frontera con Vietnam del Norte. Con las tropas que recupera por esa vía -una división de infantería de marina de cuatro brigadas- reemplazará a los paracaidistas y mantendrá la capital imperial.

Pero esa división, que debiera ser extremadamente activa, hace ya tres años que está asentada en aquel lugar. No se ha movido ni ha participado en ninguna operación. Al contrario, está totalmente amodorrada, con sus familias, y no hay que olvidar lo que puede ser una familia vietnamita.

Llega la orden de partir y son 100.000 personas, dentro de una gran confusión, las que se ponen en marcha hacia Hué, con los soldados rodeados de civiles. Con la mayor alegría los viets bombardean esas columnas, y sólo algunos soldados agotados alcanzarán la costa y podrán salvarse.

Un subteniente de esos infantes me ha detallado lo que fue semejante calaverada: el general huyendo y los coroneles partiendo en helicópteros. En poco tiempo no quedarán más que los subtenientes y capitanes, a quienes los soldados dejaron de obedecer para ocuparse de ellos mismos, de sus familias y de robar.

Toda la provincia se puso en marcha hacia el Sur. Sobre los caminos hay 500.000 personas. Mueren de hambre y de sed. Robos y violaciones. Todo el que tiene un arma la usa para abrirse camino. Todos quieren llegar a Da Nang.

Desde él punto de vista comunista se ha querido explicar esa huida en masa por el miedo a los bombardeos. ¿Quién hubiera podido bombardear? ¿Los norteamericanos? Ni pensarlo. ¿Los sudvietnamitas? Su aviación se está desintegrando. Todos huían por el temor a los norteamericanos y a los vietcongs, quienes, en 197 1, se habían extinguido en Hué por sus matanzas sistemáticas.

La multitud de refugiados aumenta como un río en crecida, arrastrando todo a su paso, ahogando en su cauce: a las unidades que quisieran resistir y batirse.

El 26 de octubre, la ruta nacional 1, la gran arteria a lo largo de la costa, está cortada. Hué cae sin que se llegue a defenderla. Hué, por la cual murieron miles de hombres en 1968.

La retirada se ha convertido en un sálvese quien pueda general. A Da Nang, que tiene 391.000 habitantes, se le suman medio millón de refugiados.

El 28 los comunistas, precedidos por los budistas que agitan sus banderas, entran en la base. No se alcanzará a combatir ni siquiera una hora para defender la que fuera la más grande base de operaciones aéreas en la época de los norteamericanos.

La aviación se ha retirado de manera catastrófica dejando todo el material en el lugar y un buen número de aparatos.

El fenómeno del pánico ha actuado tan bien que los comunistas han podido tomar, armas al hombro, bases sólidamente fortificadas como Quang, Ir¡, Hué y Da Nang, que contaban con los medios, logísticos, los víveres, el armamento y los hombres para resistir durante un año, aún sitiadas por fuerzas muy importantes. Defendidas, por otra parte, por las mejores tropas del ejército del Sur, como la 1ª División.

La evacuación de Da Nang por la aviación norteamericana, la partida de los últimos aviones y de los últimos helicópteros van a provocar escenas terribles. Racimos de hombres aferrados a los patines de un helicóptero. Manos que son quebradas a culatazos para que se suelten de sus presas. Niños con sus cuerpos ensangrentados. Entre tanto, los viets bombardean las columnas de refugiados para aumentar todavía más la confusión. Thieu pierde completamente el control. Despacha desde Saigón una brigada de paracaidistas para cubrir Nha Trang, pero la dejará indefensa una vez que ha contraatacado victoriosamente. Pierde la mitad. Nha Trang se rinde el 4 de abril.

Decide entonces mantenerse en la gran base de Phan Rang. Perderá otra brigada de paracaidistas.

El Estado Mayor de Hanoi, sorprendido al principio por este derrumbe, reacciona y decide terminar aplicando el golpe de gracia definitivo. Abandonando los planes anteriores, hace descender desde el Norte todas las divisiones de reserva, dejando sólo una división en Hanoi. Es el gran ataque contra el Sur.

Continuará

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