La deuda con el exilio
Llevan ustedes toda la razón -y no poco de la emoción que se precisa-, al proclamar en su artículo editorial «La deuda con el exilio» (17 de junio), la necesidad de vigorizar y actualizar las relaciones de la nación con los intelectuales desterrados.Sin embargo, desde el punto de vista de los desterrados, que conozco bien, conviene obrar con la oportunidad debida. «Para los muertos» -escriben ustedes- «la reparación es inútil; para los vivos, es ya demasiado tarde». O sobre todo, agregaría yo, demíasiado pronto.
Sería una lástima, que quienes han vivido y trabajado unos cuarenta años fuera del ámbito del régimen franquista, se precipitaran o reincorporaran prematuramente a un sistema en que persiste la censura, en que unas pequeñas dosis de libertad y de honradez son concedidas con cuentagotas por quienes menos méritos hicieron para ello, y con los condicionamientos autoritarios de siempre, es decir, mientras prevalezcan la contradicción y la ambigüedad. ¿No van a saber nuestros grandes poetas desterrados lo que son la Integridad y la verdad? No, no les pidamos que contribuyan al trueque del gato por la liebre o a la operación «aquí no ha pasado nada».
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