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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Kafka un "testigo" de nuestro tiempo

El fenómeno de la escritura, expresada como visionario aparato de relojería, en nadie ha encontrado un ejemplo tan escrupuloso como el que ilustra Kafka. Entre los estudios dedicados al autor checo y aparte de los escritos por Benjamín y Wagenbach principal mente, ninguno parece tan ajustado al tema, tan pletórico de resonancias por su misma riqueza con tenida como las páginas de Elías Canetti que constituyen El otro proceso de Kafka (excelente traducción de Faber-Kaiser y de Mario Muchnlk). He aquí un libro tan necesario como la misma creación kafkiana. La dependencia inmediata de la realidad y de las circunstancias que rodean al escritor es el rasgo que caracteriza el tono discursivo de Canetti, escritor afincado en Londres desde 1938 nacido en Bulgaria e hijo de judíos españoles. La obra de Canetti justa prolongación de uno de los fulgores claros de la inteligencia europea (la Viena de Hofmannsthal y de Karl Kraus, de Musil y de Broch, del propio Kafka en su dimensión impresa), está llamada también a una resonancia que sus ensayos sobre el poder y sus narraciones habrán de despertar proporcionalmente a su divulgación.

El otro proceso de Kafka,

de Elias Canetti.Muchile Editores. Barcelona, 1976. 206 págs.

Circunstancia biográfica

En El otro proceso de Kafka, a partir de la edición de las Cartas a Felice (Felice Jauer, la mujer con la que en dos ocasiones rompió Kafka su compromiso matrimonial), Canetti se limita a atravesar la escritura kafkiana, desde la comprensión de la circunstancia biográfica del autor y de su inserción en la problemática contemporánea. Con lucidez vertiginosa se ofrecen al lector detalles, pistas para dar de Kafka la imagen significativa de un marginal voluntario. En particular, y valiéndose de los materiales que le ofrecen las cartas, postula el libro que El proceso no es sino el proceso que ante él mismo levanta Kafka. Las resonancias religioso-metafísicas que la novela ha ido desencadenando desde su publicación quedan reducidas a la aventura individual de un hombre que quiere zafarse de un compromiso contraído, que sabe no haber actuado siempre con correción y que, además, necesita liberarse de la carga mediante la escritura, a modo de catarsis. En 1913 y en 1914, a sólo unos meses de distancia, el escritor elude por dos veces como ya se ha dicho, su compromiso con Felice. El matrimonio le aterra, literalmente, y Canetti recuerda cómo Kafka entiende que fue Kleis el escritor que, entre los que él admiraba, resolvió mejor el laberinto de las complicaciones sentimentales, mediante el suicidio. ¿Por qué, entonces, insistir en solicitar correspondencia de Felice, en recabar opinión y los ánimos que ésta le pudiera infundir, en tanto no se materializaba el fantasma de la unión, desenlace que, con todo, no podía ignorar? Simplemente necesitaba ser espoleado para la escritura y, en cualquier caso, es ésta una instancia clara, un ejemplo del arte como devoración de la vida de los otros. Pero también éstos, la vida, se defienden. (En rigor, se trata de una pugna entre dos vidas, pues la de Kafka fue escritura, escritura implacable que en el registro de los pormenores no escamoteó los detalles negativos del autor.) En el hotel Askanischer Hof, la familia de Felice Bauer convocó al prometido de su hija para fechar la boda. Oficial, públicamente. De modo que el pasar por las cosas como si no ocurrieran le fue imposible al escritor, y su voluntad latente de no casarse, obligada a enfrentarse con una escenificación formal. Seis semanas más tarde, y en el mismo lugar, rompería el compromiso. La experiencia se resolvió de inmediato en escritura. Y el trágico acontecimiento de la primera guerra mundial se abre. Kafka procede a escribir En la colonia penitenciaria y El proceso. Lo individual y lo universal se imbrican.

Circunstancia biográfica

En Kafka, los detalles anecdóticos, la grabación de lo más particular, empalma con la visión general. El detalle lo es todo, y viceversa, porque una voluntad de registro implacable llega a hacer parecer ajeno lo propio. Nadie, en el ejercicio normal de su vida, puede detenerse tanto en la minuciosidad de los detalles por los que atraviesa. Al detectarlos todos, o transformarlos como si los detectara todos, Kafka aparece como un cartógrafo de su propia existencia; y eso, tan personal, es lo que sólo un imposible testigo neutral puede acoger. Acusador y acusado a la vez, acusado y acosado incesante, Kafka, asume por otra parte la circunstancia de la primera guerra mundial. Y desde ella, su angustia personal, por la intensidad con que es asumida, por la desvalida magnificación sin énfasis con la que se expresa, le lleva a que su escritura sea la cifra y el signo revelador del hombre común, precisamente común en su misma ignorancia involuntaria, en su propia violentación sufrida, nunca aceptada: la guerra. El extrañamiento de Kafka ante los grandes acontecimientos deja en ridículo a los acontecimientos. Y, paradójicamente, este consumado egoísta habla por todos los hombres en su nostalgia de luz, de calor y de una expansión individual emancipada de los imponderables que impiden al hombre ser dichoso. Canetti refleja ejemplarmente esta situación:«No tenía para los procesos privados ese desprecio que distingue a los autores insignificantes de los escritores auténticos. Quien se cree capaz de separar su mundo interno del mundo externo no tiene ningún mundo interno del cual pueda separar nada.»

El otro proceso de Kafka es un libro inevitable y que llega de lejos, como todo lo que está inseparablemente cercano. En la condición íntima del hombre, parece decirnos, reside el núcleo de los problemas. La libertad de pensamiento sólo puede ser actuante (una vez conseguida, claro) en la medida en que se profundice en las posibilidades de que el hombre piense con libertad, desenganchado de él mismo. La riqueza (o la pobreza sabia de recordar verdades elementales) es obvia en estas páginas de Canetti, que da la impresión de haber asumido simultáneamente la guerra, las guerras y la escritura kafkiana.

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