Prefiguración del fascismo a principios de siglo
Para la inmensa mayoría de lo lectores en el mundo occidental el norteamericano Jack London sigue siendo un escritor de libros de aventuras, autor de novelas tan famosas como The Call of the Wild o White Fang, profusamente traducidas y editadas en numerosos países. Pero London fue también otra cosa: un escritor profundamente preocupado por los problemas sociales y políticos de su tiempo. Autor incluso de algunos trabajos teóricos -de muy escasa consistencia, todo hay que decirlo- en defensa del socialismo. Pero si el London pensador no acertó a llegar muy lejos, como poeta, como fabulador nos ha dejado una sorprendente y profunda visión del futuro del capitalismo, una extraña novela de anticipación llena de intuiciones proféticas: The Iron Heel, publicada en 1907, entre White Fang (1906) y el bello relato semiautobiográfico Martin Eden (1909, publicado hace poco en versión castellana por Guadarrama).The Iron Heel («El telón de hierro») es una estremecedora visión del futuro de una humanidad dominada por el capital monopolista. Había que ser muy perspicaz a principios de nuestro siglo, cuando el movimiento socialista estaba intoxicado por el ingenuo progresismo mecanicista de un Jean Jaurés o por el fatalismo economicista de un Karl Kautsky, que veían como algo próximo e inevitable el derrumbe del poder de la burguesía y su sustitución por un gobierno formado por trabajadores, para encontrar en la evolución social los síntomas claros de la contrarrevolución total, del fascismo.
El telón de hierro,
de Jack London.Libros Hiperion. Madrid, 1976.
London fue capaz de verlo y en ello reside el valor primordial de su libro. El escritor norteamericano no se hacía ilusiones sobre el inevitable triunfo del socialismo. Sabía hasta qué punto los grandes monopolios serían capaces de movilizar las fuerzas más irracionales que viven en una sociedad para salvar su supervivencia. La Italia de 1922, la Alemania de 1933 debieron de exhelar la sonrisa suficiente de quienes consideraron en su día a London como un bohemio pesimista y atrabiliario.
Al lado de su capacidad para rastrear en el presente las señales de un ominoso futuro no cuentan las ingenuas peroratas de Ernesto Everhard -el héroe socialista de la obra-, la confusa mezcla de darwinismo social, marxismo primario y nietzscheanismo de segunda mano que se encuentra en algunas páginas de la novela. Con su intuición poética el escritor norteamericano llegó más lejos que los científicos sociales de su tiempo. Acaso le ayudó a ello la dureza de su vida, su existencia vagabunda y desdichada, que concluyó al cometer suicidio a los cuarenta años; esto le impidió caer en el optimismo panglosista de la izquierda de su tiempo.
El talón de hierro es, pues, un libro que permanece vivo y que merece una atenta lectura. La traducción castellana -muy correcta- es de María Ruipérez.
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