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Teoría dramática: el problema de la verosimilitud

El abate d'Aubignac quería ser un legislador del Parnaso. Su obra fundamental -La práctica del teatro-, hoy de muy difícil aeso, plantea, quizás por primera vez en la historia de la teoría dramática, un delicado problema: el de la verdad y la verosimilitud. Aún con las limitaciones derivadas de su concepción clásica de la obra dramática, la reflexión de d'Aubignac continúa teniendo un serio interés para muchas de las líneas más vivas del teatro contemporáneo. El pensamiento es el siguiente:«He aquí la base de todas las obras de teatro: hablan todos y se comprenden muy pocos. Todo lo que sucede hay que relacionarlo con esta nota general. En pocas palabras: la verosimilitud es por decirlo así, esencial a todo poema dramático; sin ella no se puede hacer ni decir en el escenario ninguna cosa razonable.

Es una máxima generalizada que la verdad o lo verdadero no es siempre materia teatral porque hay muchas cosas verdaderas que no deben ser vistas y bastantes que no pueden, siquiera, ser representadas... Es verdad que Nerón mandó estrangular a su madre y abrió su vientre para ver el lugar en que había estado nueve meses antes de nacer; pero esta barbaridad, aunque fuese muy agradable a su ejecutor, sería no sólo horrible para unos espectadores sino totalmente increible, porque tales cosas no pueden suceder; y, entre tantos temas como un autor puede elegir, no hay ninguno, o al menos yo no creo que lo haya, en que todos los detalles, por auténticos que sean, tengan posibilidades teatrales; no creo que puedan trasponerse, sin alterar el orden de los temas, todos los datos y particularidades de las personas, los tiempos y los lugares.

Lo posible no es, por lo tanto, un tema, porque hay muchísimas cosas que pueden hacerse, bien por la coincidencia de datos naturales o bien por una especial aventura moral, que serían increibles y ridículas si se representasen: es posible, y sucede normalmente, que alguien muera de pronto; pero hará reir mucho el autor que para solucionar un nudo teatral haga morir al antagonista de apoplejía, aunque se trate de una enfermedad común y natural, salvo que esto fuese preparado larga e ingeniosamente. También hay hombres a quienes mata un rayo, pero sería una idea muy mala emplear ese medio para deshacerse de un amante con cierto papel en la intriga de una obra.

Este texto de d'Aubignac apareció en 1657 y es, con los Discursos de Corneille, un severo intento de analizar treinta años de brillante teatro francés desde los puntos de vista aristotélicos. La consecuencia es válida hoy: tema, acción, tratamiento teatrales deben estudiarse y someterse a las normas de la razón de su época. Lo que hay detrás es la idea de que el discurso que expresa el sufrimiento es más importante, dramáticamente, que las acciones que provocan tal sufrimiento. Esta idea, suscrita de forma instintiva o deliberada por todo el teatro contemporáneo, es la que excluye los barroquismos y señala el camino, también muy moderno, según el cual los grandes espectáculos dramáticos deben comenzar la acción en el punto más cercano a la catástrofe.

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