_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ateos, al paredón

El pasado 8 de febrero, el cardenal Marty, arzobispo de París, durante una homilía en la catedral de Notre-Dame, calificó al ateísmo moderno como enfermedad social y afirmó que «El necesario encuentro entre el ateo y el creyente sería un combate espiritual, una batalla crucificadora, pero liberadora. No es posible que uno de los dos no se engañe».Esta alocución de monseñor Marty, no muy afortunada ciertamente, ha significado en seguida algo así como una declaración de guerra para algunos sectores del ateísmo francés y un rescoldo do conflictividades que parecía muerto o sobrepasado, ha vuelto a encenderse con cierta violencia y en mi talante que se diría el mismo de la lucha en tomo al darwinismo o las tensiones entre cristianismo y positivismo cientista del siglo pasado. El 26 de abril, en efecto, monsieur Beaughon, presidente de la Unión de Ateos, que, entre las asociaciones que pudiéramos llamar racionalistas, es la más confesional e integrista, visitó al cardenal Marty en audiencia privada, pero parece que la visita sólo ha servido para complicar las cosas. En una reciente reunión en la Sorbona de esos movimientos o grupos racionalistas y positivistas, monsieur Beaughon ha dicho en tomo a esa audiencia: «No hice la menor concesión. El cardenal y sobre todo su secretario me expusieron los habituales absurdos que la Iglesia ha dado siempre como respuesta a los filósofos" y, refiriéndose a la clase de tolerancia que la Unión de Ateos que él preside puede mostrar en relación con esos absurdos, añadió: «Nuestra tolerancia es de la misma clase que la de la liga antialcohólica, puesto que la religión es una tarea psíquica caracterizada, consideramos que al combatirla estamos haciendo una obra de salubridad pública».

Integrismo ateo

La Unión de Ateos de monsieur Beaughon es la asociación de este tipo de más reciente formación y de una confesionalidad y un integrismo, como dije más arriba, más dogmáticos y violentos. Sus 550 asociados parecen aceptar plenamente el manifiesto o creo que está en la base de su constitución misma y que exige de sus miembros la afirmación de «que no existe espíritu sin materia viviente organizada y que la organización o muerte hace cesar definitivamente la actividad espiritual que caracterizaba a esta materia viva». El presidente de honor de dicha asociación, Francis Perrin, que fue antiguo director del Comisariado para la energía atómica, va incluso un poco más allá en la exposición de este símbolo de fe y escribe: «Profesión de no-fe. No creo en ningún Dios creador, en ningún Dios personal que se interese o no en la suerte de los hombres. No creo en ninguna forma de inmortalidad del alma individual que me parece demasiado indisolublemente ligada al cuerpo perecedero y a su cérebro tan inimaginablemente complejo y frágil para poder sobrevivir a su desintegración».

Para un científico del siglo XX y a estas calendas de 1976, la anterior formulación parece ciertamente tan desafortunada como la propia formulación del cardenal Marty en su sermón del 8 de febrero. El diálogo entre ateos y creyentes parece que había superadó ya définitivamente estas gravedades o pesos y handicaps del pasado y la vuelta de estos fantasmas sólo puede inquietarnos a todos, mucho más en esta parcela de la cristiandad española siempre demasiado vuelta hacia el pasado y donde las más terribles luchas han tenido lugar con frecuencia por sombras del pasado y con el mismo talante teológico de «honra de Dios y Su Majestad» con que se fue a Flandes o se extirpó a los herejes. El XIX europeo fue, en este aspecto de la lucha entre fe, y cientismo, una verdadera guerra religiosa, pero la secularización se consumó luego en los países donde el XVIII no la había consumado ya casi por completo y el agnosticismo, por ejemplo, suponía una especie de desconfesionalización o laicización de la postura atea mientras desde el lado cristiano se reconocía el valor extremadamente religioso de la búsqueda espiritual y se aceptaba el reto ateo que sería resuelto en el más allá en el abrazo con la Nada que decía el ateo y el Todo que decía el cristiano llamado también Nada en el lenguaje místico de Juan de la Cruz o del maestro Eckhart.

Pero en España no hubo Renacimiento ni Ilustración salvo en pequeñas y perdedoras minorías, el horizonte político-social y la vividura toda de los españoles, son religiosos y su españolidad misma viene definida por la ortodoxia, no hay un sólo poro ni en el plano del pensamiento ni en el de la realidad que sea laico, y, cuando el mundo moderno y sus opciones filosóficas y espirituales, al margen del catolicismo, hagan irrupción entre nosotros aparecerán con un talante de autodefensa, agresividad y afirmación igualmente dogmáticas y religiosas. Todo se vive entre nosotros more teológico como en los universos islámico y judaico, y el tipo de ateísmo que nosotros hemos conocido ha sido un ateísmo militante y apostólico; nuestro laicismo, un laicismo absolutamente religioso, y la lucha entre el catolicismo y el ateísmo o laicismo, una guerra de religión. Y si en la Francia de una gran experiencia y vividura laicas subsiste todavía un ateísmo tan religioso, confesional e integrista como el de monsieur Beaughon, mucho es de temer que entre nosotros resucite otro ateísmo muy similar, pero todavía más militante que ni siquiera esté dispuesto a esa tolerancia de las Ligas antialcohólicas de que el propio monsieur Beaughon habla. Tras cuarenta años de tremendo predominio político-social de la Iglesia Católica en este país, la. reacción ha sido de indiferencia religiosa total, o de pura constatación e instrumentalización de lo religioso para fines políticos. El advenimiento de la sociedad tecnológica y consumista sobre un hombre como el hispánico, para el que lo religioso más que aventura personal de la de la fe, ha sido siempre horizonte socio-político y distintivo de la casta, ha tornado irrelevante lo religioso. La llegada y extensión de conocimientos técnicos y culturales, necesariamente sumarios, pero absolutamente heterogéneos y más ámplios que los que se poseen respecto a los problemas religiosos incluso entre las minorías, han vuelto irrisoria a esa fe, considerándola algo así como patrimonio de igorrotes subdesarrollados o taras psíquicas de las que hay que desprenderse. Y la beatería por un marxismo superficial y dogmático ha hecho, en fin, que, en un momento en que el mundo de la ciencia y sus formulaciones y aserciones son entendidos con el mayor de los relativismos y la mayor de las humildades, el ateísmo apellidado científico se ha entendido por el contrario como algo establecido científicamente de manera definifiva, en el mismo tono en que hablaba el ingenuo positivismo decimonónico o a sensu contrario las catolicísimas apologías de A Dios por la ciencia o Y la Biblia tenía razón. ¿No van a despertar o no están despertando ya todos estos ateismos tan seguros y confesionales atizados, además, por un cierto ánimo de revancha o de impulso pendular que contrarreste el otro polo de cuarenta años de procesiones, bendiciones a todo pasto, juramentos hieráticos e imposibilidad de pensar y «mover la lengua de otro modo» como reza la leyenda de uno de los más atroces caprichos de Goya?

Fantasmas del pasado

Este movimiento pendular es casi inevitable, pero tendríamos que hacer todo para evitar que volvieran los fantasmas del pasado. «La historia universal no es, como han tratado de enseñarnos en casi 2.000 años tanto los maniqueos como sus epígopos, los cristianos, una lucha entre la fe e incredulidad, sino lucha de fe contra fe -ha escrito con razón Friedrich Heer-. Los judíos creyentes se enfrentaron con Jesús de Nazareth ante el Sanedrín; los paganos romanos, creyentes no cristianos, ven en los primitivos cristianos a hombres ateos, hombres sin Dios. Los cristianos ven en los ateos hombres sin fe, porque éstos no creen en sus ideas cristianas acerca de Dios, y los ateos consideran a los cristianos hombres sin fe, porque éstos no quieren creer en la vocación, en la grandeza y promesa del hombre». Pero lo que importa, cara al presente y al futuro, es que tanto los cristianos como los ateos, en la infatigable prosecución de sus asuntos, corran presurosos hacia el verdadero Dios y el verdadero hombre», sin entretenerse en más guerritas o cruzadas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_