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Vivimos en una zona intermedia entre la tranquilidad y la confrontación abierta"

Señoras y señores, amigos: a mi llegada a Washington hace siete años, una de mis primeras iniciativas fue la de reunir a un grupo de profesores en asuntos europeos, para que asesorasen a un nuevo presidente sobre las relaciones con nuestros aliados. El presidente de ese grupo era Alastair Buchan.No hay que considerarlo responsable de los resultados-. Pedirle consejo era lo más natural del mundo. Porque Alastair era algo más que un experto distinguido; era un consumado ciudadano de occidente.

Debajo de su aire escéptico había un apasionado compromiso con los valores y tradiciones que forman la civilización occidental... La atención de Alastair se centraba no sólo en la: estructura de la política global y en las raíces de la guerra; también en el papel de occidente en la preservación de la paz, y en cómo dotarla de, un contenido moral.

«¿Pueden los estados altamente industrializados -escribió Alastair- mantener o recobrar una calidad de su vida nacional que no sólo pueda satisfacer a las nuevas generaciones, sino también actuar como un ejemplo o fuerza de atracción para otras sociedades?»

Estoy convencido de que las demoracias industriales, si se ponen a trabajar juntas, dispondrán de los medios (siempre que tengan la voluntad) para conformar creativamente una nueva era de las relaciones internacionales. De hecho es lo que estamos haciendo en muchos frentes, hoy día, gracias en gran parte a la claridad que Alastair puso en nuestras intenciones y dirección.

Nuestras economías son las más prósperas; nuestra tecnología y genio han demostrado ser indispensables para todos los países que buscan mejorar el bienestar de sus ,Pueblos, sean socialistas o en desarrollo. En ninguna: parte del mundo, y bajo ningún otro sistema, viven los hombres tan bien y con tanta libertad. Si los resultados. pueden ser un criterio, la prueba entre la libertad y el comunismo, de que tanto se hablaba hace tres años, ha sido ganada por las democracias industriales.

Y sin embargo, en este preciso momento escuchamos en nuestros países premoniciones de decadencia, ansiedades sobre las dificultades de Occidente y el avance del autoritarismo. ¿No podría ocurrir que nuestros problemas más profundos no sean de recursos sino de voluntad, no de poder sino de concepción?

Los que hemos vencido inmensos peligros hace treinta años, no debemos quedar paralizados con falsas ideas de impotencia. Hemos dado comienzo ya a la construcción de un nuevo sistema de relaciones internacionales, esta vez a una escala global.

Para Norteamérica, la cooperación entre las nacion es libres es una necesidad moral, no meramente práctica. Los norteamericanos no se han sentido nunca satisfechos con cálculos de puro interés y poder. La unidad de las democracias industriales ha sido la piedra angular de la política exterior norteamericana durante treinta años, y lo será aún en todo el futuro previsible.

Por eso me gustaría rendir tributo esta tarde a Alastair suscitando las cuestiones que él suscitó: ¿Pueden Norteamérica, Europa y las democracias industriales responder a los desafíos del futuro del mundo? ¿En qué estado se hallan nuestras relaciones?

Está fuera de discusión que Europa y los Estados Unidos deben cooperar estrechamente, bajo cualquier slogan, y que la unidad de Europa es parte esencial de ese proceso.

La evolución de la integración europea -tanto sus éxitos como sus fracasos-, suscita inevitablemente nuevos interrogantes sobre si los Estados Unidos ven con agrado la unificación europea. Quiero aprovechar esta ocasión para reafirmar nuestra convicción de que la unidad de Europa es crucial para Europa, para Occidente y para el mundo. La apoyamos firmemente y la aconsejamos.

Por supuesto, no queremos que Europa busque su identidad en oposición a los Estados Unidos. Dejemos atrás cuanto antes los debates sobre si la unidad de Europa cuenta o no con el apoyo de Norteamérica. Creemos que esta cuestión está zanjada. Dirijámonos más bien a los urgentes desafíos que nos afectan por igual, y que una Europa unida, los Estados Unidos y las democracias industriales, deben abordar en conjunto -defensa común, relaciones Este-Oeste economía Internacional.

La seguridad de las democracias

La seguridad es el cimiento de todo lo que hacemos. Hace un cuarto de siglo, el compromiso americano en la defensa de Europa proveyó el escudo detrás del cual Europa occidental recuperó su salud económica y su vitalidad política. Hoy día, la defensa colectiva de nuestra alianza - y la relación Estados Unidos-Japón-, continúa siendo esencial para la estabilidad mundial. Pero la naturaleza de la seguridad y de la estrategia han cambiado fundamentalmepte desde los días en que nuestras alianzas comenzaron:-La URSS ha desarrollado su poder económico y su tecnología hasta el punto de que puede igualar a occidente en muchos sectores del poderío industrial y militar.

-Nuestros programas (militares) deben basarse en una valoración coherente y a largo plazo, de nuestras necesidades, de acuerdo Con nuestra estrategia, posición geográfica y ventajas relativas, y no en una imitación de la actitud soviética actual.

1 -Está hoy claro que en cuestión de armaniento estratégico la multiplicación de las armas o de su poder destructivo no conducen automáticamente a obtener ganacias militares o políticas.

-Debajo de la sombrilla nuclear, las tentaciones de ganar con fuerzas regionales o por medio de guerras por persona interpuesta, aumentan. Debemos procurar que sean aumentadas la fortaleza y flexibilidad de todas las fuerzas capaces de una defensa local.

Hay que reconocer que ha habido un aumento continuado del poder militar soviético. Pero también hemos conseguido un crecimiento continuado y una mejora de nuestras propias fuerzas, durante el mismo periodo.

-Siempre hemos tenido que confrontar fuerzas soviéticas de tierra mas numerosas que las nuestras. Sin embargo, su poder naval aunque es un problema serio y cada vez mayor, es mucho más débil que las fuerzas navales aliadas combinadas, en términos de tonelaje, potencia de fuego, alcance, acceso al mar, experiencia y habilidad.

-Las fuerzas estratégicas de los Estados Unidos son muy superiores en precisión" diversidad, calidad, capacidad de sobrevivencia, y en número de cabezas nucleares orientables por separado. Tenemos una supremacía incontestable en materia de bombarderos estratégicos.

-Dadas incluso nuestras prioridades diferentes, la base económica y tecnológica en que se levanta la fortaleza militar de occidente, sigue siendo inmensamente superior en tamaño y capacidad de innovación.

Estos factores favorables demuestran que nuestra actual seguridad es adecuada, y que se encuentra dentro de nuestras capacidades el continuar equilibrando los varios elementos del poder soviético. En el futuro previsible viviremos en una zona intermedia -entre la tranquilidad y la confrontación abierta.

Relaciones Este-Oeste

Nuestra generación estuvo traumatizada por la segunda guerra mundial, porque hemos de recordar que la guerra estalló como resultado de un desequilibrio de poder. Esta es una lección que no debemos olvidar. Pero tampoco podemos olvidar la lección de la primera guerra mundial, que estalló a pesar de un equilibrio de poder. Una estructura internacional que se mantenga sólo por un equilibrio de fuerzas acabará más tarde o más temprano en una catástrofe. Nadie debería abrigar duda alguna sobre la seriedad de nuestro compromiso (con la «detente»). Pero debemos. igualmente ser claros sobre sus límites y sobre nuestra concepción deja reciprocidad:-Occidente debe dejar en claro que la coexistencia requiere contención por ambas partes, no sólo en Europa y en la relación estratégica central, sino también en Oriente Medio, en Africa y Asia, es decir, globalmente.

-Deberíamos dejar en claro la definición tolerable de la rivalidad ideológica. No podemos estar de acuerdo con que lo único que está implicado en la extensión del poder soviético a áreas como el sur de Africa, en nombre de la liberación nacional es la ideología; lo mismo que cuando se generan o se explotan ciertas inestabilidades regionales o locales, en nombre del internacionalismo proletario.

-Estamos determinados a tratar con Europa del Este sobre la base de la soberanía e independencia de cada uno de los países. No reconocemos-esferas de influencia ni pretensiones de hegemonía.

Nuestra fortaleza económica

Una de las grandes fuerzas de las democracias industriales es su indiscutible preeminencia económica. Debido en parte a que estamos comprometidos con el sistema de mercado libre, que nos ha dado esta preeminencia, todavía no hemos percibido plenamente las posibilidades -y también la necesidad de aplicar constructivamente nuestra fuerza económica a la creación de un mejor medio ambiente económico. Las democracias industriales en conjunto-representan el 65 por 100 de la producción mundial y el 70 por 100 de su comercio. . Debemos estructurar las relaciones económicas de modo que los países comunistas sean incorporados al sistema económico internacional y acepten su disciplina. En nuestros tratos con economías de estado con control centralizado, debemos percatarnos de que las relaciones económicas tienen un alto grado de contenido político, y no pueden ser conducidas solamente sobre las bases comerciales normales.Si el poderío económico de las democracias industriales es importante para los países socialistas, es vital para el mundo en desarrollo. Esas naciones intentan superar la pobreza dominante y elevar las miras de sus pueblos; piden una parte justa de los beneficios económicos mundiales, y una mayor participación en las decisiones internacionales que les afectan. Sin embargo, el diálogo Norte-Sur ha estado lejos de ser fácil. Las tácticas de presión y un énfasis en victorias retóricas en las conferencias, han creado demasiado frecuentemente una atmósfera de confrontación. Su progreso (de los países en desarrollo) depende de cun bien responda la comunidad, internacional a los imperativos de la interdependencia económica. Es descabellado pensar que el desarrollo puede proceder mediante saltos o soluciones improvisadas. También las democracias industriales tienen responsabilidades. El desarrollo requiere su cooperación continuada y colectiva. Pero no habrá ningún favor entre si para ganarse el favor de aquéllos, sobre cuestiones puramente propagandísticas, sus contribuciones se diluirán, los recursos no se destinarán a sus fines, y se estimularán proyectos que no pueden funcionar.

El futuro de las sociedades democráticas

Las democracias industriales entran en la nueva era con capacidades y oportunidades sustanciales, en todas las dimensiones de nuestra actividad. Al mismo tiempo, sería ocioso negar que en los años recientes la fibra moral de Occidente ha resultado seriamente contestada. Se nos plantean cuestiones morales básicas: ¿cómo dar inspiración a una inquisitiva nueva generación, en una época relativista y en una sociedad de instituciones impersonales? ¿Podrán el escepticismo y el materialismo zapar las energías espirituales de nuestra civilización, en el momento mismo de su mayor éxito técnico y material? ¿Habiendo destronado a la autoridad, se van a refugiar nuestras sociedades en falsas simplificaciones, certezas demagógicas y panaceas extremistas? Esta es nuestra tarea moral:-Primero, debemos restaurar, una vez y otra, la confianza de nuestros pueblos en los gobiernos democráticos.

-Segundo, debemos afrontar las complejidades de un mundo pluralístico. Esto requiere soluciones técnicas más específicas. Requiere de los líderes la voluntad de explicar las alternativas reales, independientemente de su dificultad o complicación.

-Tercero. debemos clarificar nuestras actitudes respecto de las fuerzas políticas que dentro de la sociedades occidentales apelan al electorado sobre la base de que ellas pueden traer una eficacia mayor al Gobierno. No podemos evitar la cuestión del compromiso de esas fuerzas con los valores democráticos, ni despreocuparnos de las tendencias que una decisión basada en una conveniencia temporal podrían poner en marcha. Debe haber respuesta a las aspiraciones sociales y económicas legítimas, y a la necesidad de reforma de las desigualdades, de las que esas fuerzas derivan gran parte de su capacidad de convocatoria.

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