Del Atlántico al Pacífico: europeos y europeizados
Una obra de compositor inglés llamó bastante la atención: la segunda sinfonía de Oliver Knussen, nacido en Glasgow hace veinticuatro años. Una soprano -que fue la tan conocida en Madrid, Jane Manning- expone un bello discurso bien apoyado sobre un conjunto de tipo clásico más el añadido de cuatro percusionistas. Ni renueva, ni investiga, pero Knussen consigue impacto en el auditorio a través de sus conceptos expresivos. Más plantada, en las tradiciones y de menor sustancia resultó la bien elaborada partitura, de Brian Chapple, discípulo de Berkeley y, en no poco, su heredero ideológico.
Una nueva muestra de tradición y modernidad intenta el dublinés Seoirse Bodley, 1933, que se formara con Juan Nepomuceno David, en su A small white cloud drifts over Ireland, con su lenguaje actualista y sus ecos de «danzas» y «cornamusas», Gerard Victory, bien conocido en la Tribuna Internacional, de espíritu y formación clásico-románticos, se expresa con pujanza en su poemática, obra Sailing to Bizantium.
Evidente calidad de escritura y firmeza de concepciones demostraron los dos participantes australianos: Nigel Butterley (Sydney, 1935) a través de un virtuosista concierto para violín y orquesta, de colores halagadores al oído y sustancia expresiva más bien triste, quizá debido a una imaginación no muy rica; Félix Werder, (belinés de nacimiento, 1922), se presentó con otro concierto, esta vez para plano, dominado por lo virtuosista y decorativo antes que obediente a una fertilidad de contenido.
Los japoneses
Un nuevo concierto con solista: el del japonés Ichiro Higo (1940), -salido de las aulas de Matsudaira. Lo virtuisístico tradicional se mueve dentro de un pensamiento expresivo y motorístico de evidentes contrastes. El indudable carácter racial, aliado, con corrientes vanguardistas, preside la Sinfonía de Yhshiaki Mumura (1951), página tan bien realizada como cargada de retórica y defendida por recursos de tipo instrumental.
Corea, Islandia y Nueva Zelanda
Un sólo nombre, Isang Yun, ha prestigiado la música coreana, lo que no quiere decir que esté solo. La última Tribuna de París lo ha demostrado gracias a la participacion de In-Chan-Choi (1923) y Suk.-hi-Kang (1934). El primero aportó asimilación, para flauta, cuarteto de cuerda, oboe, clarinete y batería, claro ejemplo de occidentalización de la música extraeuropea, llevado a cabo con medios depurados hasta la asepsia, artesanales hasta la frialdad. El segundo, formado como su compatriota en medios alemanes, aunque en las clases de Yun, agota las posibilidades virtuosísticas de la flauta en confrontación con un pequeño grupo instrumental y dos secciones, muy amplias, de percusión en el que se pueden contar hasta veinte instrumentos. Tan dependiente queda el solista de su entorno sonoro como éste del solista.Los músicos islandeses se manifestaron desde dos polos: lo contemplativo, estético, espacioso y geográfico, en suma postromántico, de Leifur Thorarinsson (1934) en su Lo para orquesta, y una nueva versión de la en su día llamada música utilitaria, en Laeti, de Thorkell Sigurbjörnsson (1938), coherente seguido de su maestro Hiller, del mismo modo que su compatriota acusa la diversidad de enseñanzas de Jelineck, Riegger y Schufier.Nueva Zelanda acudió a la cita del consejo internacional de la música con cuatro partituras: Carol to St Stephen, de Jack Body, para voces, de tan correcta traza como indiferencia expresiva; Trio, de Ross Harris (1945), de un modernismo mesurado; Where sea meets sky, de John Rimmer (1939), para flauta, clarinete, violín, violoncello, piano y percusiones, testimonio de un camerismo en el que la estructura manda sobre todo lo demás; Flamme Tree, de Noel Sanders (1948), para piano solo, ejercicio inteligente y voluntarioso, ya que no expontáneo, soberbiamente interpretado por Barry Margan.
Resumen
Quién haya seguido con alguna atención estas crónicas sacará igual consecuencia que yo mismo sobre el panorama general ofrecido por la última edición de la Tribuna Internacional de Compositores de la Unesco. A saber: 1) abundancia de lo decorativo a través de la fórmula concierto para solistas; b) casi ausencia del postserialismo triunfante en la década de los cincuenta; c) presencia frecuentísima de la electroacústica; d) profusión de neoconservadores de distintas especies: e) pobreza de ideas, que son, en definitiva, las que justifican toda creación artística. Las estructuras sonoras, aún bien realizadas, sin ser consecuencia de unas ideas a comunicar, semejan vigorosos buques fantasmas; f) persistencia, voluntaria o inconsciente de la caracterización nacional.Precisamente por la originalidad de la idea y la práctica de una auténtica libertad en los procedimientos, la obra del español Tomás Marco -en el marco vanguardista- o del búlgaro Dimitri Tapkov -en el dominio estético predominante en los países socialistas consiguieron el triunfo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.