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Jean d´Ormesson, director de "Le Fígaro", defensor de la prensa liberal

Le Fígaro es el decano de la gran prensa parisiense. Ello alcanza para convertirlo en una institución: pero las hay decrépitas, que viven (o mueren) de su pasado. No es el caso de Le Fígaro, que se renueva constantemente, al ritmo de las generaciones liberales cuyos pensamientos y sentimientos se reflejan, como en un espejo, en las anchas y largas páginas de este cotidiano matinal (tan matinal que su primera edición corre ya por las calles al filo de la medianoche).La mejor recomendación de Le Fígaro es su divisa. Dicen las palabras de Beaumarchaes estampadas en su frontispicio. «Sin la libertad de criticar, no hay elogio halagüeño».

Perfecto: nada que agregar, nada que suprimir. Lo único peligroso, cuando se adopta un lema semejante, es la responsabilidad en que se incurre si los hechos no corresponden a los principios.

El actual director de Le Fígaro, el novelista, ensayista y académico -el más joven académico de la lengua francesa-, Jean d'Ormesson, tiene a gala el respetarlos y defenderlos.

Jean d'Ormesson -a quien conocimos 20 años atrás, cuando ningún signo parecía destinarle a la Academia o a la dirección de Le Fígaro- reúne en sí todas las circunstancias (como diría Ortega y Gasset) que lo convierten en prototipo del hombre logrado.

Rico, de ilustre estirpe, hijo de marqués y embajador, estudiante aventajado, relevante funcionario internacional, Jean d'Ormesson se jugó esas prendas de victoria a la caña de la literatura. Acertó jugó, pues en ella también salió ganando. No sólo porque pronto le vinieron la gloria y los honores -cosa adjetíva- sino porque tiene talento de escritor que es lo esencial).

Así lo muestra su libro Au revoir et merci, que acaba de reeditarse con muy buen éxito. En él D'Ormesson narra su vida hasta los 37 años de edad (ahora frisa los 48). Nada más engorroso para un escritor que ponerse en escena como protagonista. La autobiografía navega entre peñones donde se escolla fácilmente: a un lado-la. trivialidad y', el impudor, al otro, la afectación y la pedantería. El frágil esquife de Jean d'Ormesson salva, con garbo, los pasos teibles.

Para hablar de ello, y de los defectos personales que confiesa (que son muchos, por ejemplo el de la gula, el de prodigar los buenos sentimientos y la admiración, y el de ser más puro que inteligente: eso afirma en si¡ libro) acudimos a visitarle en el famoso despacho en forma de óvalo que domina el carrefour de los Campos Elíseos. Nos tentaba verle en su oficio de periodista que -según nos lo había confesado-, además de robarle todo su tiempo, está transformándole la, pluma en estilete.

En lugar del hombre al fin y al cabo, feliz, y del autor afortunado, encontramos un director de periódico inquieto y casi pesimista.

¿Qué le preocupa a. D'Ormesson tan agudamente? Pues nada menos que la libertad de prensa en Francia. Parece extraño que pueda temerse por ella en uno de los países que se lleva. la palma de oro en la materia. Jean d'Ormesson nos explica la amenaza. Y a cambio de hablar de la literatura, los escritores, la técnica novelística, la buena o mala extrella de los poetas, nos enfrascamos en el tema de la prensa.

Le Fígaro no acepta que se le someta a los ukases de ningún grupo de presión -ni del Gobierno, ni de los intereses privados, ni, de las organizaciones gremiales- Ahora bien: por una aberración debida a ciertos episodios de la postguerra, todavía dura en Francia -caso único en su práctica sindical- el monopolio que le da a una central obrera la exclusividad del empleo en lo que toca a la impresión y fabricación de los periódicos. Todos los trabajadores que intervienen en ellas deben estar afiliados a ese sindicato único. Tal anomalía hace factibles las -maniobras políticas por completo ajenas a las, -cuestiones reivindicativas. Así, en Francia, a diferencia de lo habitual, la libertad de prensa se halla más amenazada de abajo que de arriba. Por ejemplo -agrega D'Ormesson- bien puede suceder que un día, en vísperas electorales y aplicando' consignas, se declare la huelga sólo contra ciertos diarios, en detrimento de la corriente ideológica que representan. Los más perjudicados serían, naturalmente, los órganos liberales, sin lazos con los partidos que disponen de sus propios medios de expresión. Más aún -continúa D'Ormesson- la prensa cotidiana atraviesa dificultades económicas que no le permiten prescindir del aporte regular de la publicidad -sostén de su independencia- Bastarían dos o tres operaciones puntuales, en apariencia apolíticas, para desequilibrar el balance de un periódico y empujarlo al cierre a corto plazo.

- ¿Incluso Le Fígaro sería vulnerable?

- Incluso Le Fígaro.

Aprobado unánimemente por los miembros de su redacción (varios centenares de periodistas que preside el célebre sociólogo y profesor del College de France, Raymon- Aron), Jean d'Ormesson se consagra a la busca de un estatuto digno de la democracia francesa. Los conflictos recientes, y los que incuban, más graves aún, exigen un tratamiento rápido, que armonice tres principios básicos: la libertad sindical (o sea la liquidación de cualquier monopolio); la libertad de gestión de los empresarios, la no intervención de los poderes públicos en los asuntos internos de la prensa, pero, a la vez, su garantía contra todas tu estratagemas conducentes a coartar o disminuir, por vías directas o indirectas, la expresión del pluralismo ideológico.

Al defender la causa de la prensa liberal contra la tentación totalitaria de izquierda o derecha, Jean d'Ormesson está escribiendo uno de los mejores capítulos de su biografía.

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