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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pagar la renta

Vivimos estos días la cuaresma del contribuyente. El día 31 de mayo terminó el plazo fijado por el Ministerio de Hacienda para presentar la declaración y realizar el ingreso provisional correspondiente al impuesto sobre la renta del año 1975; y ahora, en este mes de junio, el mismo contribuyente habrá de efectuar un ingreso adicional, por un tercio del ya realizado, en concepto de anticipo sobre la liquidación del impuesto relativa al año 1976.Claro que todo esto sólo se refiereal contribuyente que declara y tributa por este impuesto, especialmente al que, por convicción o imposibilidad de evasión (imposibilidad que debe ser característica de todo sistema fiscal serio), declara y tributa lo que debe. Es decir, que la cuaresma fiscal sólo afecta a una reducida minoría. Los demás obligados por el impuesto, o sea, la inmensa mayoría, siguen disfrutando de la espera de una reforma tantas veces frustrada como anunciada y que, según esperan, también se frustrará esta vez. Y este grupo incluye a muchos que no se cansan de exigir la reforma, ansiosos de justicia, pero que tampoco pagan por aquello de que una cosa es la ideología y otra la vida cotidiana.

Así que, por el momento, el sufrido contribuyente que declara y paga ha de padecer a solas sus infortunios. Que no son pocos. Los pocos son los que han de sufrirlos, de modo que no pueden confiar en que se les atienda. Y así, han de contemplar, sin protestas, cómo la inflación deja atrás, a su costa, el sentido de la tarifa del impuesto, cómo los gastos deducibles están pensados para los ricos o cómo, para reducir su cuota a pagar, tienen que comprar «eléctricas». Y sus meditaciones, al hilo de la declaración que trabajosamente han de cumplimentar, pueden alcanzar los tonos más sombríos cuando ven, por ejemplo, que, en las circunstancias actuales, por cada hijo menor de edad y sin ingresos sólo pueden deducir 25.000 pesetas, pero que, en cambio, podrían deducir los gastos ocasionados por la boda lujosa de esos hijos -que es una hermosa forma, sacramental y suntuaria, de entender la protección a la familia-.

Pero, ahora, el sufrido contribuyente que paga tiene que soportar, además, lo de la amnistía fiscal. Por la derecha y por la izquierda se levantan voces que piden, junto a la reforma, borrón y cuenta nueva, amnistía fiscal. Y la cosa tiene grandes probabilidades de prosperar porque, en ocasiones anteriores, la reforma fiscal se frustró, pero la amnistía se concedió. Así que parece que la única estrategia razonable sería la de seguir defraudando y esperar la próxima amnistía.

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Seriedad, señores, que el país no anda sobrado de ética pública. Cuidemos todos de que, esta vez, la anunciada reforma sea efectiva y conduzca, por fin, al sistema fiscal moderno, eficiente y justo que, necesitan la sociedad y la economía española. Pero no ensuciemos el sentido de la voz «amnistía» extendiéndola al fraude fiscal.

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