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Tribuna:Crónicas presidenciales
Tribuna
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El viaje que debió emprender Don Carlos III

El peor servicio que pudiéramos rendir ahora a los Reyes sería la exaltación cortesana de su viaje histórico. Pero si para escapar del tópico nos refugiamos en el desdén o la indiferencia de los esprits forts caeremos, por la otra punta, en el snobismo, que también es una forma de ridículo, aunque se lleve más; y se disimule en el piélago de Ia imbecilidad colectiva.Los Reyes han desembarcado en América con bien definidos propósitos. Con propósitos genéricos; porque no han ido allí a concretar nada, sino a iniciarlo todo. Hay algo evidente: el viaje se ha preparado de manera magistral en el ministerio de Asuntos Exteriores, cuyo titular ha actuado en ejemplar segundo plano. Ha sido un viaje, una empresa de equipo, por primera vez en nuestra política exterior desde los tiempos de Castiella; una metodología ejemplar, que después se vino abajo entre las inhibiciones de arriba y el, sentido de evasión o de inferioridad de extemporáneos solistas obligados a actuar sin director, con unos desafinados, saldos orquestales. Posible conclusión práctica del viaje:, devolvamos al ministerio de Estado su nombre tradicional, absurdamente perdido.

El Rey y la Historia

Los Reyes, al iniciarlo todo, han ido a continuar en América la historia de España. El Rey hablaba de la historia de España como cosa suya; que lo es. Se sabía la historia primordial de Norteamérica, bastante mejor que sus encantados oyentes; y se ha pasado el viaje dando, con sencillez absoluta, lecciones de historia a domicilio. No es deformación profesional, sino convicción de observador. Bajo una costra de prejuicios galicanos e italianizantes, Norteamérica ignoraba cuidadosamente su historia común con España. Después de un esfuerzo ímprobo, el presidente Gerald Ford consiguió recordar a don Bernardo de Gálvez y evocar la fundación de San Agustín. En esto el presidente actuaba con gran honradez en su condición de americano medio; porque el americano medió apenas sabe más. Alguien tenía que Contar le a América su propia protohistoria. El Rey de España y sus asesores han visto la gran ocasión; y han saldado en una semana el torpe vacío informativo de dos siglos. La clase de historia que dictó don Juan Carlos ante el Congreso en pleno es el más alto acontecimiento en la vida de la Hispanidad, desde nuestra retirada de las Américas. La sensación y la actitud de arrobamiento con que la señora Ford -encantadora dama, digna de hospedar a los Reyes de España- se adelantaba en los aplausos de la cena oficial en la Embajada, cuando el Rey resumía con magistral sentido de la divulgación, los rasgos más salientes de su discurso ante el Congreso, pudieran ser primera comprobación para la eficacia de la siembra. No caben más altas tribunas para recomponer un sentido, de la historia que parecía perdido para siempre. Ahora tienen nuestros diplomáticos y culturales -previa liquidación de pasos retóricos- una enorme tarea de cultivo y recolección; de aprovechamiento del indudable éxito real en el terreno más difícil. Cultura Hispánica, Relaciones Culturales, Cultura Popular y los demás centros de nuestra irradiación exterior deben ahora romper sus linderos de taifa y concluir un urgentísimo pacto cultural para que la ruptura histórica del Rey en América no quede en simple gesto; ni en admirable volteo de símbolos.

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Hay otros aspectos más tangibles, que convendrá analizar con mayor reposta la vista de toda la documentación. Los Reyes han descendido, una vez más, con suprema elegancia, algunos escalones para convertirse en jefes de relaciones públicos de una España diferente. Con expreso respaldo a la reforma, pero sin olvidar que la, reforma es un medio para algo mucho más importante; la convivencia política sin exclusiones. En privado y cara al público, se ha proseguido en América la política regia de puertas abiertas; y con la expresión de futuras alternativas de poder se ha invocado la lejana presencia de la oposición, en medio de los halagos del viaje. Mientras, la Reina daba todo un curso de naturalidad y sencillez a sus innumerables interlocutores, el Rey escogía cuidadosamente sus contactos y sus correcciones al programa: no ha olvidado el aviso de alarma por la crisis económica, ni las incertidumbres de nuestra discutida penetración en Europa, ni las conferencias ante medios financieros en la capital financiera del mundo, ni el cambio de impresiones con los representantes y los amigos de Israel como pueblo, con Israel como Estado al fondo. En fin, que don Juan Carlos ha emprendido y logrado el viaje que debió hacer su antepasado don Carlos III, rey de Norteamérica. Nunca es tarde para la misma Corona.

Un lejano saludo a Calvo Serer

Mientras los Reyes explicaban así, en las Américas, un curso de historia y un seminario de comunicación internacional y política, se cerraban un poco más, en Es paña, las perspectivas inmediatas de comunicación en sectores especialmente sensibles. Este cronista no ha ocultado nunca sus discrepancias políticas y personales con don Rafael Calvo Serer; pero albergaba la íntima esperanza de que una interpretación excepcionalmente benévola de las leyes permitiera al discutido político un regreso tranquilo a casa. No ha sido así, y el ingreso del profesor en Carabanchel -congruente, sin duda, con la implacable letra de la Ley-, desentona con el espíritu de excepcional tolerancia política que debemos fomentar entre todos como ambiente de la transición hacia la convivencia democrática. Calvo Serer ha sido, con sus vaivenes interiores, un símbolo de nuestras convulsiones comunitarias. Su salida de la cárcel preventiva me parece urgentísima; y precisamente como oponente suyo se me aploman las teclas de la máquina cuando le veo entre rejas. Si su prisión confirma -a pesar de las atenciones personales que con él se han guardado- la vigencia residual de una época superada, su liberación podrá ser prueba excelente de nuestra decisión comunitaria hacia un futuro distinto. Y al hablar del señor Calvo Serer quiero incluir la mención genérica de todos los detenidos políticos, sin excepción alguna. Que ahora, más que nunca, se pongan las leyes al servicio del hombre, y del consenso -reconocido- de toda una comunidad política. Necesitamos a nuestros adversarios políticos en la calle y en su casa; para que atacarles no sea una denuncia, ni criticarles un sarcasmo contra nuestra propia intolerancia.

Si la presencia de Calvo Serer en Carabanchel es -a salvo el respeto por la ley y la justicia- una prueba de incomunicación ambiental, la declaración de materia reservada acerca de posibles malos tratos a detenidos es un peligroso rasgo de recesión política. Todos comprendemos las razones que han motivado al Gobierno para acceder a la medida, que seguramente no emana originariamente de su contexto; y todos debemos comprender la delicadísima situación en que se mueven, las fuerzas de orden público entre durísimas realidades alejadas de toda utopía intelectual; con riesgo diario de sus vidas y esfuerzos ímprobos para el adaptarse -desde el descrédito de pasadas consignas- a nuevas situaciones abiertas. Pero sin discutir su legitimidad, la medida ha sido seguramente un importante error y un triste retroceso. En el actual estado de nuestra evolución, el Gobierno necesita más que nunca una sobredosis de credibilidad interna y exterior. Mientras los Reyes conquistaban en América nada menos que algunas fuentes selladas de esa credibilidad el Gobierno se ha visto, lamentablemente obligado a ceder ante Europa, y sobre todo ante la opinión pública española, una importantísima baza que había conquistado trabajosamente.

El acoso al Ministerio de Información

De algo está totalmente seguro el cronista: la responsabilidad última de la medida -aunque en el fondo sea una tremenda restricción informativa- recae sobre el Ministerio de, Información. Algún día deberé describir el acoso y el aislamiento que sufre hoy ese Ministerio, desde todos los puntos cardinales, incluso desde sectores vinculados al propio Gobierno; incluso desde otros Ministerios. No se han ocultado, desde estas columnas, sinceras críticas sobre algunos aspectos de la política informativa, y de las zonas de política cultural que competen al ministerio de Información y Turismo. Pero los detalles críticos no deben anular el reconocimiento de una labor ímproba. El nivel de tolerancia y permisividad que se ha ganado en estos seis meses de gobierno en política informativa es evidente; y hace justo ese tiempo, seis meses, lo hubiéramos firmado casi todos los profesionales de la información. Tal vez le hayan fallado al Ministerio las relaciones públicas para exponer y defender los agobios y los resultados de esa política; pero no cabe negarla. Una vez más, como sucedió en la etapa Cabanillas, el resto de la Administración acosa al Ministerio, de Información con sus incomprensiones y sus exigencias. Imagino que las llamadas a Televisión Española siguen siendo tan agobiantes y tan conminatorias como antaño. En el intenso día que dedico a la lectura de revistas, evoco el altísimo griterío que habrá recibido la víspera el alto funcionario encargado de visarlas. Y ante experiencias anteriores, que alguna vez habrá que contar con detalle, nada tendría de extraño que también ahora algún, abanderado de la reforma trate luego de cortar por presiones telefónicas las libertades de que media hora antes gusta de alardear ante sus interlocutores.

Es decir, que en el acoso y derribo al Ministerio de Información pueden participar otros lectores de este homogéneo equipo gubernamental. Hay quien navega sobre un barco más hundido que el Urquiola y prepara quizá, con acreditado sentido de la maniobra; el salto a la casona gris, de fachada fascistoide. Hay quien navega sobre un iceberg, desde cuyos helados designios no se ha renunciado nunca al control sobrenatural del Ministerio de Información. Si tal propósito se consuma podría comprometerse no ya la reforma, sino todo el proceso de transición hacia la democracia. Que bien merece, desde la orilla, un asombrado hurra en favor de don Antonio Garrigues por sus dos picas: la del coloquio con el general Vidaurreta y la de Flandes; una sobre abjuraciones y otra sobre torturas. Si el Gobierno se decide a cumplir dentro lo que promete fuera, los ministros tendrían que viajar menos en el futuro. Porque esto será también Europa.

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