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Tribuna
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Vote a la izquierda coherente

Un pertinaz error de los malos sociólogos empíricos ha sido interpretar la realidad social a través de lo que alguna gente dice que piensa en la artificiosa situación de una encuenta, sin mayores averiguaciones. Entre esto y lo que la mayoría de la gente piensa en realidad, y sobre todo hace, media un profundo foso que sólo puede ser rellenado con imaginación. Confieso que yo no la he desarrollado como el asunto merece.En distintas encuestas se ha podido, en efecto, constatar la grave disonancia existente entre lo que oficialmente se supone que debe ser el común sentir y lo que los entrevistadores opinan. Así, se ha podido detectar, por ejemplo, y con una miaja de ironía, que unos «catorce millones de españoles deben estar en pecado mortal», por cuanto de manera convencida y sistemática se oponen a lo que la Iglesia Católica determina como ortodoxo. Lo asombroso es que, habiendo tantos disidentes reales, el 99 por 100. de los profesores estatales (y casi todos los sociólogos lo somos), no tengan empacho en jurar que la Religión Católica es la única verdadera, que es parte de los requisitos exigidos para ejercer la condición de docente al servicio del Estado. Más escandaloso aún es el caso del 99 por 100 de. los españoles que aceptan el matrimonio eclesiástico, el cual ni siquiera es impuesto por las leyes civiles (a tanto no llega el nacionalcatolicismo).

En el ambiente universitario -que es el que mejor conozco- es sorprendente el contraste en los mismos individuos, entre sus declaraciones de revolucionarismo verbal y su conducta habitual rematadamente burguesa. Son muchas las prácticas del más riguroso convencionalismo que se podrían citar: las largas vacaciones improductivas, los comportamientos machistas o autoritarios en las relaciones interpersonales, los derroches gastronómicos, la estrambótica apreciación del dinero o la propiedad, la aceptación de la institución de la herencia (el nervio del sistema capitalista), el cómodo disfrute de los símbolos de status y de privilegios más triviales. No llegaré a tanto como a afirmar el tópico de que la revolución empieza con uno mismo. Que cada uno la empiece por donde pueda y quiera. Pero déjeseme anticipar que yo no daré mi voto, sin más, a los que propongan cambios, reformas o rupturas que a mí me suenan bien, sino a los que, además, sean capaces de desarrollar su biografia con una lógica coherencia de acuerdo con aquellas proposiciones. Esa coherencia moral no se puede exigir al común de los pecadores; sí a los políticos activos o militantes. Mucho más si los políticos son de izquierdas. La izquierda no puede seguir por el camino de la corrupción transitado por la derecha. A partir de ahora, y junto al ideario político, las biografías tan nítidas como las de un Dionisio o un Tierno (entre otros ejemplos) van a ser verdaderamente valoradas.

Las de Aranguren o un Sacristán entrarían en el mismo catálogo, de inclinar más su actividad del lado del liderazgo político.

¡Santo cielo, qué interesante se va a poner el espectáculo de la política cuando se levante de todo el telón!.

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