Un gran "Otello en la Zarzuela"
En pocas semanas hemos tenido, entre otras óperas verdianas, las máximas consecuciones del maestro de Parma: Falstaff y Otello. Ambas producto de la ancianidad milagrosa de Verdi y las dos, basadas en argumentos, shakespearianos, adaptados por Arrigo Boito. La calidad de los temas y su tratamiento por el libretista cuenta bastante en el resultado total, pues no cabe instalar la ópera sólo y únicamente en el ámbito musical. Antonio Valencia acaba de escribir sobre el tema libro-partitura en la ópera; José Subirá tiene hechas antiguas aportaciones y en Italia son muchos los tratadistas de la cuestión, entre los que destacaremos a Remo Giazoto al siempre agudo Massimo Mila. Para los especialmente interesados en el tema convendrá subrayar un librito publicado en Venecia (1960), en el que se reúnen tres ensayos en torno a «Otello»: Note suIl´Otello di Shakespeare (Aldo Camerino), Nascita de'Otello (Franco Abbiati) y L´ unitá dell' operismo verdiano eI'Otello (Giuseppe Pugliesi), amén de las cartas de Verdi con ocasión de la presentación de su obra en la Fenice, el año 1887.Es sabido cómo las necesidades operísticas obligan a los libretistas a esquematizar los dramas originales elegidos. Del Shakespeare, Arrigo Boito extrajo una síntesis tan fiel a la esencia del dramaturgo como al estilo del melodrama verdiano, según apunta Riccardo Bacchelli. Base de tal síntesis es el formidable triángulo de personajes -el Moro, Desdémona y Yago-, de tan fuerte y diferenciada caracterización psicológica corro puede estudiarse en Coleridge, Gide o Shaw, por no aludir a los tan divulgados comentarios de Hugo, Croce o Werfel. Verdi, sin rehuir -ni mucho menos- la carga trágica del conflicto y sus protagonistas, ha mostrado una vez más, aun cuando a través de procedimientos evolucionados, su tendencia a la «liricidad». De tal manera que se nos dan juntos, en el cuarto acto, por ejemplo, los más altos valores trágicos y líricos.
«Otello», libro de Boito sobre Shakespeare
Plácido Domingo (Otello), Piero Cappuccilli (Yago), Ryland Davies (Cassio), José Durán (Rodrigo), Gianfranco Casarini (Ludovico), Katya Ricciarelli (Desdémona), Carmen Sibovas (Emilia), Antonio López (Heraldo), Orazzio Morf (Montano). Escena:Joaquin Deus. Coro: Miguel Roa. Dirección musical: Armando Gatto.
- De la naturaleza teatral con que el pensamiento musical verdiano se expresa constituye un modelo la movilidad de la orquesta. En el primer acto va incluso más lejos que la misma movilidad de la acción, hasta anunciar lo que será en su totalidad el «Falstaff». La riqueza de contraste entre esa movilidad y la lírica más estática, morosa y profunda, a veces alertada por la presencia de lo wagneriano, es dualidad sobre la que basan su experiencia los grandes directores de «Otello», un Karajan, por ejemplo.
La escena, mediocre
La representación ofrecida en la Zarzuela fue excelente en lo musical, pero mediocrísima en lo escénico. Aun lo primero quedó un poco desequilibrado por la sustitución del anunciado maestro Sanzogno por el flexible, práctico y poco creador Armando Gatto.
El Coro Nacional, preparado por Miguel Roa, uno de los jóvenes talentos operísticos españoles, y la Sinfónica de la RTVE, suplieron, en lo posible la elementalidad de la presentación y la convencionalidad de la «regle». Así las cosas, una vez más, la ópera fue entre nosotros lo que no es ya en cualquier capital de prestigio: el triunfo de los divos. Pocos, en estos momentos, de tanto valor como Plácido Domingo, cuyos medios, técnica, sensibilidad y honda formación nos depararon un Otello absolutamente ejemplar. Dadas las características de su voz, resulta ocioso subrayar que su visión del personaje fue por idénticas vías que el pensiero de Verdi: lo lírico montado sobre lo trágico. Emocionante Desdémona la de Katya Ricciarelli, soprano de ancha y bien coloreada voz y con posibilidades sobradas para alternar y combinar el más sutil lirismo con la mayor fuerza dramática. En línea también de primera categoría el barítono Piero Cappucilli, en el difícil Yago, tan necesitado de condiciones musicales y teatrales como de larga penetración psicológica. Cappuccilli logró hacer de Yago lo que sustancialmente es: un raro ente conflictivo, movido por las pasiones, y no simplemente el malo de la función, como tantas veces se nos presenta en pintura de brocha gorda. En términos de equilibrada discreción el resto del reparto, con algún punto desfavorable para la Emilia.
Gran asistencia y entusiasmo total en un público que aplaudió todo, aunque con las correspondientes gradaciones. Sus ovaciones y clamores fueron, como es lógico, para Domingo, Ricciarelli y Cappuccilli, en este mismo orden. Gracias a la altura cimera del trío fundamental, el buen nivel medio y la evidente calidad de coros y orquestajos operómanos madrileños perdonaron defectos o carenciasque se les antojaron de menor cuantía. Pudieron escuchar al gran Verdi en una gran interpretación musical. No es poco.
Babelia
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