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Presión industrial y ausencias inexplicables

El palmarés de este aniversario del Festival Internacional del Filme de Cannes, será recordado como uno de los peores, aunque los españoles no podamos quejarnos en lo que nos toca. La inexplicable ausencia de Las actas de Marusia, de Miguel Littin, y la torpe inclusión del filme de Scorsese, El taxista (Taxi driver), o de Ettore Scola como mejor director por uno de sus peores trabajos, no requiere mayor comentario, salvo insistir en la enorme presión industrial de las cinematografías más poderosas, la yanki a la cabeza, seguida muy de cerca por la italiana, mientras Francia como de costumbre, ha perdido en el tira y afloja, ya que El señor Klein, de Joseph Losey (presentado bajo pabellón francés, y al que se daba como uno de los favoritos), no ha sido retenido en la lista oficial.La gala de clausura del festival se reserva tradicionalmente -aparte de la solemne y patética ceremonia de entrega de premios- a un filme prestigioso y rotundo, que sea capaz de retener a los invitados hasta última hora. El filme elegido es totalmente modélico en este sentido ya que se trata de la última realización de Alfred Hitchcock, titulada Asunto de familia, con guión de Ernst Lehman -que ya colaborara con el maestra en otras producciones entre las que se recuerda Con la muerte en los talones- sobre una novela de Víctor Canning.

La vejez afecta a todos, desgraciadamente, y el cine, actividad humana al fin y al cabo, no es ajena a sus efectos destructores, salvo en lo que se refiere a Hitchcock, quien e a sus setenta y ocho años sigue tan joven como siempre, con unas envidiables facultades creadoras, en plena forma, como atestigua este filme redondo y espléndido que acabamos de ver. Asunto de familia es una historia de intriga y emociones contenidas, salpicada de humor negro y espléndidos hallazgos, con una estructura narrativa modélica, que no esconde sus propósitos de entretener y divertir e a toda costa, sin que esto le obligue e al director a sacrificar su maravillosa factura, el inimitable guión o de la magnífica dirección de actores, entre los que cabe destacar a Karen Black y Bruce Dern. El trabajo de Hitchcock sigue en la primera línea de los mejores autores cinematográficos de toda la historia cercana del séptimo arte y las apariencias superficiales de simple entretenimiento de sus películas esconden un abismo insondable sobre el último sentido de la vida y Ia presencia del mal en el mundo frente a los problemas planteados por otros cineastas aparentemente más serios (como podría ser Bergman, por no citar más que un nombre representativo de esta otra tendencia), parecen inocentes comentarios infantiles. El cinismo y el sarcasmo son los aspectos ligeros de esta obra que contempla sin demasiada esperanza a los seres, humanos, sus debilidades y caídas, en su dimensión más decrépita e insuficiente, donde el miedo y la culpabilidad son las últimas fronteras.

Hitchcock es en el fondo, un viejo moralista británico que emplea la burla para sus comentarios socarrones sobre la vida y las pequeñas cosas, en una tradición muy vieja que arranca de Chaucer, Swift y Chesterton, capaz de conciliar un hondo pesimismo de naturaleza religiosa con una aparente despreocupación y un férreo sentido de la geometría creadora a la hora de construir pacientemente sus películas, tarea convertida en un dócil instrumento de su chispeante inteligencia, capaz de hipnotizar a, los espectadores de todos los países.

Asunto de familia es una obra de plena juventud, ejemplo de dominio inquietante de sus facultades, que encaja perfectamente en su larga filmografía -de la que es el número cincuenta y tres- a la que ojalá no sirva de cierre para bien de los aficionados, que tememos, cada día que pasa, la conclusión de las carreras de ilustres septuagenarios como Preminger, Cukor, Buñuel, y el mismo Hitchcock, además de aquellos otros de análoga edad, como Vidor, Hawks y Raoul Walsh a los que las compañías de seguros no aceptan ya. Cuando desaparezcan estos autores se concluirá una etapa fundamental en, el cine moderno, lo mismo que este trigésimo aniversario constituye un inevitable testamento de un tipo de cine industrial, superdesarrollado, que ya empieza a ser otro cine y no siempre, ni necesariamente, el más importante de los que se hacen hoy en el mundo.

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