Ni Stalin ni Trotski
En parte, por la comodidad de todo planteamiento dualista, y, en parte por el curso que tomaron los acontecimientos en la década de 1930, es usual atribuir a Stalin a Trotski la condición de protagonistas exclusivos de la dramática lucha por el poder que se abrió en la Unión Sóviética tras la muerte de Lenin en 1924. Ese simplista esquema facilita, de añadidura, dos tipos de interpretación que tienen en común su unilateralidad: los aficionados a la psicologización de la política y los amantes de la biografía novelada, encuentran ancho campo para especular acerca del carácter de los dos rivales y sus móviles ocultos; y quienés tienden a las hipóstasis o gustan de la filosofía de la historia pueden convertir a esa privilegiada pareja en la encarnación de las clases sociales, tendencias históricas o espíritus del pueblo que resulten de su gusto.
Biografía documentada
Sin embargo, durante esa etapa también ejercían una considerable influencia en el partidio y el gobierno otros dirigentes revolucionarios de gran prestigio. Además, los participantes en el gran debate cambiaron, frecuentemente de bando, tanto en lo que se refiere a las tesis defendidas, como a las alianzas concertadas, Stalin y Trotski modificaron brusca e imprevisiblemente sus opiniones sobre buen número de temás (hasta el punto de que el primero dudó, cuando soplaron otros vientos, en hacer suyo una parte del programa trotskista); y también cambiaron de aliados, incluyendo sorprendentes pactos con quienes después serían sus encarnizados adversarios.
Stephen F. Cohen ha escrito una excelente y bien documentada biografía del más atractivo personaje de ese grupo de dirigentes inmerecidamente relegados al papel de coro o de comparsa. Nikolai Ivánovich, Bujarin, nacido en 1888 en el seno de una familia típica de la «inteliguentsia» rusa, conoció, desde sus años de estudiante la vida clandestina, las detenciones, la cárcel y el exilio. No fue propiamente un hombre de acción, pero sus contribuciones teóricas ayudaron decisivamente a la elaboración de la estrategia bolchevique; durante los años de exilio se adelantó a Lenin en la caracterización del imperialismo, ayudó a Stalin en su trabajo sobre las nacionalidades y escribió una larga crítica de la teoría marginalista. Tras la victoria revolucionaria, sus grandes responsabilidades de gobierno no le impidieron seguir ocupándose de cuestiones teóricas: analizó las características de la sociedad de transición post-capitalista, escribió una obra de divulgación sobre el materialismo histórico (que tuvo un gran éxito popular, pero recibió severas críticas de Lukacs y Gramsci), y participó en las polémicas sobre la construcción del socialismo en la Unión Soviética. Todos los testimonios concuerdan en reconocerle un particular encanto personal, una notable cultura y un gran talento. El propio Lenin haría en su testamento uncálido elogio de su personalidad, aunque expresando ciertas reticencias sobre su capacidad filisófica.
También Bujarin participó en los bruscos cambios dé línea política y de alianzas característicos de, los dirigentes bolcheviques durante el período. Capitaneó, la oposición del comunismo de izquierdas contra la decisión de firmar la paz con Alemania pero luego defendió la política de coexistencia pacífica; y pasó de la idealización del «Comunismo de guerra.» a la aceptación incondicional dé la Nueva, Política Económica. Tras la muerte de Lenin, secundo al triunvirato formado por Stalín, Zinóviev y Kámenev en su lucha contra Trotski; luego pactó con Stalin para desbancar a la oposición de izquierda que incluía prácticamente a toda la «vieja guardia,» bolchevique; por último, él mismo, acusado de derechismo, sería desplazado del poder en 1929 por su antiguo aliado. Sólo las grandes purgas de 1936-1938 fraguaríanja definitiva y sangrienta unidad de todos los antiguos oposiores, frente a Stalin, que no sólo los hizo asesinar (ante el pelotón de o por Ia espalda) sino que se esforzó además por humillarlos y deshonrarlos por la vía de las falsas confesiones recitadas en público.Aspectos desconocidos.
Muchos son los aspectos poco conocidos de la vida de Bujarin que este libro aclara: el paso del entusiasmo revolucionario al melancólico desencanto de años posteriores, la oscura etapa de exilio interior tras la victoria de Stalin, los motivos que le llevaron a declararse culpable en 1938. Sin embargo, seguramente el mayor atractivo de la obra es la hipótesis avanzada por Cohen de que Bujarin representaba una vía gradualista y pacífica para la construcción del socialismo que hubiera evitado el terrible costo humano y social del sistema staliniano, pero que difería también radicalmente de programa trotskista. La obvia imposibilidad de retrotraerse en el tiempo para demostrar la viabilidad de ese curso alternativo, tampoco obliga a dar por sentado que el dilema entre, Stalin y Trotski fuera una necesidad histórica tal y como los herederos de unos y otros tienden a suponer. En cualquier caso, lo que resulta evidente es que las disputas sobre la mayor o menor plausibilidad de que ese «otro socialismo» hubiera podido realizarse en el pasado tienen menor valor que su eventual transformación en pro grama operativo para el futuro.
Bujarin y la Revolución Bolchevique de Stephen F. Cohen.
Madrid Siglo XXI de España Editores 1976
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