La ciudad de Nicolás Gless el "Strip de Los Angeles"
La ciudad es más exacta y ejemplar, más fiel a su arquetipo, de noche que de día. Llega la noche de la ciudad a hacerse cotejo y parangón de la ciudad misma, a favor de la lluvia o la manga de riego y del guiño intermitente de su propia luminotecnia. La gran ciudad nocturna, llovida o regada y reflectante, regala a los ojos del transeúnte el abanico de todas sus signos y semáforos, el espejo de todas sus formas y perspectivas, el arco iris de todas sus indicaciones e incidencias cromáticas.Se ha desnudado, con la noche, la fábrica de la macrópolis, reducida a la quintaesencia de su estructura visual, creciente y menguante en el tornasol de su intermitencia publicitaria, filtrada por la lluvia. Los edificios han cedido su prestancia y solidez diurna a la frágil, cambiante y prolífera pantalla del anuncio luminoso. Trazan las torres del alumbrado su perfecta silueta perpendicular sobre el reverso cromático-lineal del asfalto cristalino y los coches dejan en el aire la estela dinámica y transparente de su carrera, el zig-zag de su tránsito fulgurante.
Así es la noche de la gran ciudad, desnuda, llovida y reflejada en el espejo de su propio espejo: el esquema esencial de una avenida de Los Angeles, tal como Nicolás Gless la ha captado, desguazado y recompuesto. ¡La transustanciación de la macrópolis en la estampa nocturna de aguas y luces, al compás de todas sus señales, huellas, índices, reclamos y registros, bajo la contextura más obvia y sensitiva de su propio lenguaje. Este es el desnudo de la gran ciudad, o, de atender al título que Nicolás Gless asigna a su relato, el Strip de Los Angeles.
Impresión directa
Quiero ceñir mi comentario a una sola de las obras (este Strip de Los Angeles) que por estos días expone Nicolás Gless en Madrid, para dejar en él la impresión directa e inmediata (o la menos teórica o intelectualizada o dimanada del saber convencional), tal como surge y choca en la mirada del contemplador, antes o en vez de extraer significados concretos y vincular la totalidad de su quehacer al sentido del arte de nuestro tiempo en general y a la particular y consabida retroferencia de los influjos y las paternidades.¿Qué es lo que realmente capta el ciudadano a su paso por plazas y avenidas? ¿Qué entiende por espacio? ¿Dónde fija su frontera con el tiempo? ¿Cómo distinguirá de las cosas indicadas el aluvión, de las insignificantes? ¿Cuál es en su acto perceptivo la línea divisoria entre realidad y ficción? No es osado sugerir que toda la carga semiótica encubierta en la sola formulación de estos y otros interrogantes afines, se revela, desmenuza y ejemplifica en la descomposición previa y ulterior recompostura que Nicolás Gless acierta a llevar a cabo en la urdimbre de La ciudad, sin otras armas que una conciencia aquilatada ante el suceso diario y una sensibilidad a flor de piel.
Da el ciudadano, comúnmente, por real lo que es asequible al tacto (el hombre suele palparse tras la pesadilla), sin pararse a, reflexionar en torno al cúmulo de las impresiones y estímulos (naturales y artificiales) que concentra y aclimata a su sentido el acto de la percepción. ¿Es real la fachada de enfrente, y sólo ficción la sombra que proyecta? ¿Puramente convencional -el espectáculo de la luminotecnia nocturna, y verdad incuestionable el enigma del sol de cada día? ¿Hasta qué punto no interviene la sensibilidad interna en lo que él Atribuye con exclusividad a los sentidos exteriores? ¿Dónde termina la sensación y comienza la memoria?
Nueva semblanza
La exposición de Nicolás Gless puede dar cumplida respuesta á la suma de tales y otras tantas cuestiones. Ha desguazado el pintor los datos próximos de la imagen urbana y, tras el análisis minucioso y la aquilatada clasificación de todos ellos, ha recompuesto una nueva semblanza, en cuyo concierto la «realidad del entorno» (la más ineludible y familiar a los trabajos y los días del ciudadano) se clarifica hasta la identificación entre su sensibilidad, su conciencia y el poso del inconsciente que las congrega o las disocia. Todo un tratado de semiótica al alcance del sentido o de la más elemental de las reflexiones.Parece coherente y resulta tentador relacionar, sin más, las experiencias de Nicolás Gless con las dos leyes fundamentales de la Gestalttheorie: la de la composición no aditiva y la de la pregnancia de la forma mejor. Cierto que ambas hallan en sus estampas urbanas el mejor de los ejemplos; no es menos cierto, sin embargo, que ceñir a una y otra la totalidad y ejemplaridad de su quehacer comportaría el reducir a acto puramente perceptivo la facultad de conocimiento y creación (verdaderos contenidos del arte) y también el grado sutil de emotividad e ironía tan propias de nuestro pintor.
Además de asombrosa lucidez, hay en el concierto de esta ciudad algo o mucho de taumaturgia. Es como si Nicolás Gless se hubiera adueñado del esplendor de la noche urbana, pintando, uno a uno, todos sus registros, indicaciones, huellas y señales; como si hubiera trasladado su andamio, fachada por fachada, anuncio por anuncio, letra por letra, hasta despojar el espectáculo nocturno de toda efeméride y reducirlo a estructura. Ha amanecido luego sobre las avenidas, de la gran ciudad y han podido ver los ciudadanos el milagro de su esqueleto estructural; el Strip de Los Angeles. (Galería Multitud. Claudio Coello, 17)
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