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Redescubrimiento de Leonardo da Vinci

Por fin y al cabo de once años de su sensacional hallazgo en la Biblioteca Nacional de Madrid, aparece en España la edición facsímil de los Códices de Madrid I y II, dos,voluminosos manuscritos de Leonardo da Vinci, cuya transcripción, estudio y traducción, amén de su complicada producción editorial, han consumido el dilatado intervalo -de tiempo que media, entre 1965 y 1976, plazo sin embargo, excesivo, sí se considerá que, están ya en el mercado desde' hace algún tiempo las ediciones en inglés, italiano y alemán.Rocambolesco es quizá el único calificativo que se me ocurre aplicar a este descubrimiento que culmina una larga y complicada serie de peripecias históricas y bibliográficas; aunque en realidad, la historia de los códices madrileño; no desentona del general infortunio que hizo presa en casi todas las obras de Leonardo, y muy especialmente en sus manuscritos" legados por él a un fidelísimo discípulo, Francesco Melzi, que los conservó hasta su muerte, ocurrida en 1570.

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Presentación de los códices Madrid I y Madrid II en la Biblioteca Nacional

Con Leoni, que trabajó en España para Felipe II, comienza la odisea de los manuscritos ahora editados por Taurus Ediciones, pues los que no pudo, o no quiso vender a Galeazzo Arconati (el Codex Atlanticus) y a Thomas Howard (los que conserva la Royal Windsor Library, más el Codex Arundel 263), fueron rematados en España e Italia por su yerno, Polidoro Calchi. Pacheco poseyó o consultó un manuscrito de Leonardo que cita en su Arte de la Pintura con el nombre de Documentos, y el extravagante coleccionista madrileño D. Juan de Espina debió comprar dos de los volúmenes en que caprichosamente había reunido Leoni los papeles que custodiaba Melzi. En su casa los vieron, dejando testimonio de ello, el príncipe de Gales, que reinaría luego con el nombre de Carlos I, y el pintor y tratadista Vicencio Carducci.

En testamento, Espina cedía sus colecciones al rey, conque es muy probable, por no decir seguro, que los códices de Madrid sean los que aquél había comprado, depositados primero en la biblioteca de Palacio, cuyas signaturas aún conservan, y entregados luego, a raíz de su fundación, a la Biblioteca Nacional de Madrid, donde un ridículo error de catalogación los extravió por más de un siglo. Aunque se llegó a sospechar su pérdida definitiva, los responsables de la Biblioteca y algunos estudiosos de Leonardo intentaron exhumarlos una y otra vez, fiándose del siempre escrupuloso Gallardo, que los había visto registrados en el Indice de la Biblioteca Real. Todo fue en vano; hasta que en 1965 Ramón Paz descubrió el motivo:

La considerable extensión de ambos códices -sólo el Madrid I reúne 191 folios- y la notoria costumbre de Leonardo de yuxtaponer anotaciones y dibujos de muy distinta índole, explican el variopinto espectro de temas que allí se tratan.

El Codex Madrid 1 recoge estudios de Leonardo sobre pájaros, vientos y navegación a vela, for tificaciónes, topografía e instrumentos musicales y proporciona al. historiador del arte una serie de documentos y noticias del máximo interés acerca de su biografía, -sus lecturas y sus trabajos en el campo de la pintura y la escultura. Entre estos cabe destacar 1º la fecha en la que comienza a pintar en el Palazzo Vechio de Florencia (viernes 6 de junio de 1505, límite cronológicó de los códices madrileños).; 2. la relación de una hasta ahora desconocida actividad fortificadora en Piombino durante los últimos meses de 1504; 3, dos inventarios de libros: uno -de 115 títulos, que completa lo que ya se conservaba, y otro con cincuenta asientos por tamaños, pero sin títulos, que podría aludir a sus propios manuscritos; y 4, un breve cuadernillo (fólios 141-157) que revela aspectos totalmente -inéditos de su proyecto más difundido y peor conocido: la fundición del colosal «caballo» de bronce que prometiera a Ludovico el Moro en la famosa carta de 1482. Las reflexiones sobre la luz y el color, estudiadas por Pedretti, no parecen añadir nada nuevo a lo que se dice en otros códices (el A tlanticus y el Ashburnham I, por ejemplo), pero basta con lo expuesto para bomprender la importancia de estos manuscritos madrileños y la conmoción que su descubrimiento y publicación-han provocado entre los investigadores. La propia Anna Maria Brizio, historiadora del arte y directora del Ente Raccolta Vinciana, ha escrito que «el descubrimiento de los ya famosos códices de Madrid llega en un momento en el que los estudios leonardescos se onentan más a la exploración de sus manuscritos que a la de su obra pictórica y, entre sus múltiples aspectos, en particular a los, científicos, mecánicos y técnicos, en armonía, con el creciente interés del mundo moderno por estos temas y el desarrollo cada vez mayor de la historia de la ciencia y la técnica."

Según parece, cada época ha proyectado so bre él sus propias obsesiones o, por decirlo de un modo más exacto, sus propios fantasmas, trayendo el agua del pensamiento de Leonardo al molino de la ideología dominante y entro nizándolo como pyofeta del culto de turno. Esta actitud no tiene, sin embargo, nada de novedo sal puesto que ya. sus contemporáneos le atribuyeron temerosamente cierta divinidad: a partir de Vasafi, Leonardo no ha dejado de jugar ese papel equívoco y fascinante del herm bre genial que conoce los secretos de la Naturaleza y se los descubre al profano bajoforma de maravillas mecánicas. Los juicios contrarios de Peladan y la Brizio se reconcilian, pues, en su común exaltación de Leonardo más allá de lo que sería un límite razonable para quien, por lo que se nos dice, ha pasado a la historia de las ciencias ocultas gracías a algunos trucos de salón y algunas recetas alquímicas de dudosa eficacia o a la historia de las ciencias fisicas por unas decenas de máquinas que no siempre funcionan.

Admiración

En esta desmedida admiración porLeonardo, mago o ingeniero, bay algo más que el reconocimiento de un trabajo concienzudo o instrumentálizable; algo que escapa a la habitual templanza del historiador y que posiciones reductoras, pasadas, y, presentes, no conseguirán explicar fácilmente. Sin renunciar a la evidencia de las premoniciones mecánicas dé Leonardo ni regatearle su parte al misterio y la oscuridad, cabría adoptar una tercera posición, más cauta, y también- más sugestiva, que considere sus escritos a medio camino entre las dos corrientes intelectuales más características de su tiempo: el neoplatonismo de la Academia florentina y el racionalismo de un Fracastoro o un Pomponazzi, que esgrimía los frutos de la experiencia frente a las patrañas de los astrólogos y los nigromantes, defendiendo, sin embargo, la eficacia de la magia natural. En cualquier caso, no olvidemos que el lugar en que se encuentran los estudios de Leonardo sobre las más dispares materias es siempre su pintura. El mismo lo ha repetido hasta la saciedad. Se menciona a menudo su confesada pretensión de alcanzar-universalidad, ¿pero debemos entender esto como un simple proyecto multidisciplinar, en el que las ciencias se estancan y sólo son accesibles a quien, como Leonardo, vivió en una época en la que el contenido de ninguna de ellas era excesivamente abrumador? ¿Existen fragmentariamente un Leonardo matemático, un Leonardo anatomista, un Leonardo óptico, un Leonardo pintor y un Leonardo sabe-dios-qué? ¿O acaso su concepto de universalidad está todavía al margen de la división de los saberes? Por lo que se desprende de una lectura completa, no selectiva de sus manuscritos, parece como sí los resultados que consigue en el campo de la mecánica, tan alabados modernamente, no estuvieran para él en contradicción con los que consigue en el campo de la fisiognomia, ciencia inaceptable para nosotros.

¿Y qué podríamos hacer con las fábulas, profecías y descripciones fantásticas que infestan sus escritos más «serios»? Decir que en Leonardo coexisten resabios medievales y fulgurantes rasgos de modernidad es un modo de eludir la cuestión. Frente a la claridad y generalídad de las formulaciones científicas, Leonardo opone a veces al ambigüedad de las analogías, sacrificando incluso sus limitados conocirnientos de álgebra, anatomía o botánica, a la visión de una naturaleza en continuo desplazamiento de la armonía a la catástrofe: el enorme esqueleto de un monstruo marino varado en la playa le revela más secretos del mundo que una cadena de pacient es experimentos mecánicos. Por eso, las máquinas sólo son para Leonardo torpes representaciones de una contemplación arrebatada de las inmensas fuerzas del cosmos, hallazgos sin importancia, en el proceso de recons trucción de ese Todo al que tantas veces alud en sus cuadernos y concibe como el combate que las luces y las sombras sostienen en un cuadro.

(1) Taurus Ediciones. Leonardo da Vinci, « Códices de Madrid I y II». Madrid, 1976. Cinco volúmenes.

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