Julián Alvarez, DiCaprio y la Mona Lisa
Uno siempre digiere mejor aquello que comprende: el fallo humano. Lo que el ojo ve y lo que el corazón comprende. Esas son las manejables distancias de la misericordia y de la paz interior


Han pasado cinco días y sigue hablándose del penalti de Julián Alvarez, el gol trascendental anulado por el VAR en los octavos de la Champions contra el Madrid. ¿Le da dos veces al balón? ¿Estaba en juego y ha sido tocado una segunda vez después de haber sido lanzado? ¿Cabía Leonardo DiCaprio en la tabla de Titanic? ¿Está triste, feliz o resignada la Mona Lisa? Misterios para discutir toda la vida.
Visiblemente mosqueado tras el partido, Simeone pidió en la rueda de prensa que levantaran la mano los periodistas que habían visto “el doble toque”. Pocos se atrevieron y pienso que una empresa demoscópica habría cocinado la encuesta para tener en cuenta en el resultado el factor intimidación. En todo caso, al día siguiente, después de ver chiquinientas veces las dos primeras imágenes de El Momento que nos ofrecieron, yo también hice mi propio sondeo. La muestra era pequeña, pero estaban presentes todas las ideologías. Había, por un lado, madridistas convencidísimos de que Álvarez “le da dos veces”; madridistas que no lo veían claro, pero que se fiaban “a muerte” del VAR, y madridistas que dudaban, pero “sin remordimientos” porque creían que el Atlético perdió cuando decidió defender —también “a muerte”— y no intentar marcar otro gol a partir del segundo 27 de juego, que fue cuando abrió el equipo el marcador. Por el otro lado aparecieron los antimadridistas que juraban y perjuraban que “no le da”; antimadridistas que quieren ir “a Estrasburgo” con el asunto y antimadridistas que le echaban la culpa a “la propaganda” y “el aparato” de los blancos, escépticos con “el relato de las remontadas” que intimida a los rivales y les hace caer siempre en la trampa: si flotan, no están muertos (se lo hacen).
Me asomé también a X, por comparar, y vi que la encuesta tuitera iba por el mismo camino: “Jamás en mi vida vi lo del doble toque y anular penalti”, decía el rey patrio del Misterio (y del bulo), Iker Jiménez. “Tampoco has visto en tu vida un extraterrestre y llevas 30 años viviendo del cuento”, le respondía @Madridista. (o sea, Madridista y punto). Los ateos, los incrédulos y los que querían creer.
Quizá Simeone no —“Hay dos maneras de irse a dormir: una en la que dices qué mal que jugamos, no competimos y otra en la que dices lo di todo. Me voy en paz”, dijo—, pero yo hubiera preferido perder ese partido en el segundo tiempo con un gol de despiste de toda la vida o si me apuran, incluso en la tanda de penaltis si Julián Alvarez hubiera lanzado el suyo como hizo Vinicius antes de la prórroga, mandando el balón a Marte. Uno siempre digiere mejor aquello que entiende: el fallo humano. Lo que el ojo ve y lo que el corazón comprende. Esas son las manejables distancias de la misericordia y de la paz interior.
Antes de que el Video Assistant Referee entrara a los estadios, lo peor que te podía pasar en un partido de fútbol era que el rival marcara en el último minuto, que te dejaran plantada en el altar. El VAR llegó con la promesa de aportar más justicia a la competición, y puede que haya sido así, pero también ha disparado la crueldad, que es a lo que se parece un tanto decisivo anulado por el fuera de juego de una rótula o por el “mínimo” contacto, según la UEFA, de Alvarez con el pie de apoyo antes de patear el balón al ejecutar un penalti. La tecnología, de un modo u otro, siempre trae lágrimas. Lo saben bien quienes tuvieron que reinventarse tras ser despedidos por máquinas. Y ya lo explicó, a su manera, Mariano Rajoy: “Tenemos que fabricar máquinas que nos permitan seguir fabricando máquinas porque lo que nunca va a hacer la máquina es fabricar máquinas a su vez. Esa batalla la tiene que dar el ser humano”.
No es que el fútbol no pudiera ser cruel antes del VAR, y lo dice una coruñesa que vio a una ciudad entera, la que era futbolera y la que no, llorar a todo llorar por un chico de 28 años, Miroslav Djukik, que en 1994 falló el penalti que valía una Liga. Pero incluso en aquel dramático episodio había elementos (primas aparte) que facilitaban la digestión del trauma. En lugar del 11 de Bebeto, pichichi de la temporada anterior, fue un defensa con el 5 en el dorsal el que tiró desde los 11 metros. Los números pueden ser perversos, pero si ya es doloroso perder unas elecciones por un voto, perderlas por una papeleta que fue invalidada en las urnas dispara el drama. Con la ventaja objetiva que me da ser oviedista, es decir, ni merengue ni colchonera, me cuesta menos empatizar con el que más sufre y este lunes de resaca, ese es el Atlético.
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