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La calma y el ‘flow’ de Jordan Díaz, nuevo divo del atletismo mundial

Con el triplista de oro, España, tras unos Europeos de aprobado, contará por primera en unos Juegos Olímpicos con un atleta que entra en la categoría de único, como Duplantis, Warholm o Ingebrigtsen

Jordan Díaz
Jordan Díaz, tras ganar la medalla de oro en triple salto.Aleksandra Szmigiel (REUTERS)
Carlos Arribas

A París se va por Roma, dicen las gentes del atletismo europeo, pero la capital italiana no fue una meta volante, sino una atracción plena que hizo olvidar a veces la imponencia olímpica que se avecina. Roma fue importante por sí misma.

Los Campeonatos de Europa han sido una ópera de inicio moroso por el bochorno y el programa y final a rabiar, apoteósico ambiente en el Olímpico, fiesta y drama, como si el Verdi más previsible en persona, revivido más de un siglo después de enterrado, hubiera estado detrás del libreto y la música, y solo el crescendo sentimental y emotivo hasta el desasosiego y el llanto tuviera sentido. No desafinaron ni el coro ni los intérpretes solistas ni los divos, que batieron 15 récords de los campeonatos.

Con sus campeones olímpicos al frente (el rey de los 100m Jacobs, el saltador Tamberi, su relevo 4x100, el símbolo de la fortaleza joven de un país en crisis), los italianos dominaron espléndidamente (24 medallas, 11 de ellas de oro), lo que garantizó un magnífico ambiente en las gradas en sesiones de ocho horas diarias, una de las grandezas que solo el atletismo puede generar, y los más grandes atletas europeos, también los mejores del mundo, los niños de la generación Z que ya son clásicos, brillaron: Jakob Ingebrigtsen se convirtió en el primer atleta que gana seis oros, tres en 5.000m y tres en 1.500m, en tres campeonatos consecutivos, desde Berlín 2018, cuando debutó con 17 años; Mondo Duplantis, después de ganar, a los 24 años, su tercer oro consecutivo con un récord del campeonato (6,10m) intentó batir por sexta vez el récord del mundo, mandó colocar el listón a 6,25m, eligió su pértiga amarilla más dura y se dejó inspirar por el Volare de Modugno que sonó para, junto a la luna en cuarto creciente, acostadita a casi la medianoche del miércoles, crear un ambiente casi onírico y chillón. “Y volé, volé feliz más alto que el sol, y aún más alto, mientras el mundo desaparecía lentamente allá lejos”, cantaba Domenico, y el sueco intentó imitarlo, y en su primer intento superó bien la altura, pero derribó al rozar con el pecho en su descenso la barra, que cayó. Los otros dos intentos fueron peores. Estaba agotado. Un pelín mayor, 26 años, el campeón olímpico de longitud, el griego Tentoglou, voló parabólico en la tarima para batir él también, con su mejor marca, 8,65m, el récord de los campeonatos, como también lo superaron los fenómenos de los 400m vallas, el campeón olímpico, el noruego Karsten Warholm (46,98s), y la neerlandesa Femke Bol (52,49s), subcampeona mundial y aspirante en unos de los grandes duelos que esperan en París contra Sydney McLaughlin, al oro olímpico. Más grandes nombres que quitaron el hipo: la heptatleta Naffisatou Thiam, las saltadora Malaika Mihambo y Yarolslava Mahuchikh.

Y aunque aún no sea campeón mundial u olímpico, pues aún no ha tenido la oportunidad, en el grupo de divos entran 18,18 metros y Jordan Díaz, que se sale del molde del atletismo español, capítulo aparte de la valoración que tras el campeonato, la madrugada del jueves, hizo en el estadio José Peiró, el seleccionador nacional.

“Ocho medallas, dos de ellas de oro, 29 finalistas, el 40% del equipo… No voy a decir que ha sido un mal campeonato, pero tampoco voy a decir que estoy satisfecho porque no es así. Esperaba, dentro de la previsión normal esperaba un poquito más, y dentro de la previsión optimista, pues bastante más”, analiza Peiró. “Hemos tenido actuaciones absolutamente estelares, y no me refiero solamente a las medallas, sino que ha habido atletas que han estado muy por encima de lo que se preveía, como el velocista Guillem Crespí [sexto en 100m] o Quique Llopis, que se asienta definitivamente en la élite de los 110m vallas, no solamente por el puesto, plata, sino además por la marca que ha hecho [13,16s]. Esperábamos más que el quinto puesto en la tabla final por puntos, tras Italia, Francia, Gran Bretaña y Alemania. Tenemos que aspirar a más”.

Habla de París, y todos miran a Jordan Díaz, divo mundial que alcanza, a los 23 años, en su primera temporada de madurez, la categoría máxima del atletismo, habitante del reino de los que convierten en arte el gesto técnico, lo hacen suyo, como si hubieran nacido con él, lo transforman en belleza, y emocionan. Mientras el 99% de los atletas son trabajadores esforzados que, sudorosos y tenaces, intentan imitar la naturaleza, un 1%, o menos aún, son la naturaleza misma: sin sudor hacen natural lo imposible. Nunca el atletismo español había contado con un extraterrestre así. Es el Alcaraz del atletismo, otro heraldo de la generación Z del deporte, como Pogacar, porque, siendo de la categoría de los marcianos del deporte, también se ríe y nunca se descompone, y no es como las campeones de otros tiempos, perros rabiosos, elementos cabreados siempre, como si el alto rendimiento dependiera de la furia.

“Sí, la verdad es que toda la competición es como el día a día. Yo siempre estoy alegre, estoy con el equipo haciendo bromas. Para la competición, sí, hay que estar muy centrado, pero nunca dejar tu carácter, como eres. Y yo creo que ser una persona alegre es lo mejor que hay, así que...”, dice el miércoles por la tarde, después de recibir la medalla de campeón, y a su lado, el segundo, Pichardo, mohíno, representación del enfado, ni le mira. “Yo soy bastante contento y soy bastante tranquilo”

Es español de Guadalajara, del equipo de Iván Pedroso, como la medallista de oro y también triplista Ana Peleteiro, pero como su entrenador se distingue por hacer las cosas a lo cubano, como dicta la estrofa de la canción de Orisha, mítica que todos los cubanos conocen: “Con mi flow que calma sin fatiga a los nerviosos. Con mi conexión, controlando bien mi lengua”. Como hace en los minutos anteriores a su duelo con Pichardo, la madre de todas las competiciones de triple, 18,18 contra 18,04, y ajeno al barullo que le rodea se sienta en un banco y bromea con un rival, el portugués Tiago Pereira. “Claro, es que lo que digo, tampoco se puede estar tan tenso. Estoy concentrado en la competición, pero al final es mi compañero de equipo y yo voy a apoyarlo para que coja una medalla también”, explica, pues Pereira también se entrena con Pedroso y acaba cuarto. “Aparte de eso, a ver, que es una competición. Tampoco tienes que estar ahí para morirte”.

Peleteiro también es alegre y feliz fuera del saltadero, pero se transforma en una furia, una tigresa, cuando compite. “Ana sí es de pegar con los puños. Yo soy más de pasar la mano. Yo soy muy tranquilo. Yo soy de pincel. Soy de pasar la manito. Todo tranquilo”, y con la mano suave se acaricia la pierna para reforzar sus palabras con ternura. Pero esa calma no excluye el instinto competitivo, el deseo de ganar siempre. La capacidad para dar el máximo. “También la tensión de la competición ha ayudado a que yo saltase más y haya llegado al límite. Al límite en ese momento, no a mi límite. Fue una competición increíble y estoy feliz de lo que he hecho. Esta competición va a llegar a la historia por todo. Hicimos marcas increíbles”.

Pero llegados a este punto, cuando se le ensalza su talento, él responde hablando de entrenamiento y trabajo; cuando se le dice que ya está a otro nivel, él responde que está como todos. “No me creo un poco más que nadie. Estamos todos al mismo nivel y siempre va a ganar el que en mejor condiciones esté”, dice. Y cuando se le pregunta cuándo saltará 18,30m y batirá un récord del mundo de 29 años ya, él habla de la vida. “No sé, tampoco lo busco. Yo no busco nada. Todo sale, todo es entrenar y si sale, sale. Si no, pues es otro día será”, dice. “Yo ahora mismo estoy feliz. Te lo digo, yo estoy más feliz por la medalla que por el 18-18. Yo es lo que digo, las medallas es lo que te vas a llevar. Los récords, va a venir otro y te lo va a romper. Eso está claro. Lo juro, me da igual el 18-18. Me vale más la medalla que el 18-18. Las marcas son trámites”.

Y ya en tierra, descendido de la luna en la que compite, sin gravedad, y su pincel es gasa ligera, niebla, apoya los dos pies firme y se niega a saltarse las convicciones llevado por el entusiasmo y la lectura de sus entusiasmados admiradores. “Iré a París con más confianza después de esta competición”, dice. “Pero oro no estoy diciendo. Yo nunca me confío en ninguna competición, y mucho menos en unos Juegos Olímpicos. Así que oro, no sé, y yo digo que medalla podría serlo, y tampoco lo tengo muy claro porque al final yo puedo haber saltado ahora mismo 18-18, pero no quiere decir que lo tenga que volver a hacer”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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