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El juego infinito
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La academia extraña a la calle

El fútbol está lleno de jugadores que saben jugar de memoria y corren como poseídos, pero les falta astucia

Jorge Valdano
Jorge Valdano

Los distintos. El fútbol está lleno de jugadores que saben jugar de memoria y corren como poseídos, pero les falta astucia porque tienen menos calle que Venecia. Con sus herramientas, hacen lo que pueden. Por el contrario, hay un número pequeño de sabios que hacen lo que deben casi siempre y lo que sorprende algunas veces. Estos últimos aplican una lógica matemática para que el partido no se desestabilice, parecen exploradores en la búsqueda permanente de espacios aprovechables y son detonadores de los partidos cuando vislumbran una oportunidad de peligro. Es muy interesante ver cómo se imponen sin aspavientos, con una inteligencia natural a la que solo le interesa buscarle la vuelta al partido para llevarlo a su terreno. Andan por el campo como una mina vagante a la espera de encontrar el lugar y el momento de hacer daño. Es fascinante verlos.

Se nota cuando están y cuando no. Miren a Pedri, con esa cara de depredador desinteresado y hasta perezoso, que tiene un mapa del partido en la cabeza gracias al cual mueve al equipo como si fuera el dueño, e influye en el resultado de los partidos cuando el rival se descuida. Es increíble que un jugador de movimientos tan suaves, en medio de la velocidad e intensidad que caracteriza al fútbol actual, influya tanto cuando está en el campo y se sienta tanto cuando no está. Pedri en el Barcelona es un reloj que siempre da la hora justa y, cuando nos queremos dar cuenta, el partido termina girando alrededor suyo. El clásico de Copa dejó mucho material para el análisis y hasta para la divagación, pero lo sustancial es que al Madrid le faltó inspiración para crear, al menos, una ocasión de gol, y al Barça le faltó Pedri para adueñarse del juego.

El ‘rock star’ que necesitaba calma. La deriva del fútbol hacia una mayor velocidad colectiva parece poner en peligro a estos jugadores con un talento contra tendencia. Sin embargo, son más necesarios que nunca. Porque, hay que insistir, el gran fútbol necesita del freno y de la pausa tanto como de la velocidad. Si hace falta un ejemplo más rotundo del poder que tiene la sabiduría en un campo de fútbol volvamos al Leo Messi del Mundial, un caminante que parecía ver el juego desde una torre de control y que intervenía en los partidos con un bisturí que sabía dónde y cuándo cortar. A su alrededor una masa ardiente lo adoraba como pocas veces he visto, pero estábamos ante el rock star más tranquilo de la historia. Su inteligencia necesitaba calma para acechar la oportunidad de pegarle el bocado definitivo al partido. Emocionaba esa búsqueda del segundo, del centímetro, como siempre que dentro de un campo un instinto desatado se impone a la táctica y a la fuerza.

Cuidarlos a ellos es cuidar al fútbol. Siguen saliendo jugadores con una inteligencia original para inventar cosas raras. Claro que en el camino necesitarán de conocimientos académicos para entender que cada zona del campo tiene sus propias reglas y que hay leyes colectivas que no se pueden sabotear. Pero a los chicos que son dueños de un fútbol congénito hay que darles un espacio de libertad para que puedan asombrarnos dejando, simplemente, que se expresen con naturalidad. Ese es el desafío de los formadores, exigir el aprendizaje de todo aquello que hace al oficio del futbolista, pero asegurarle a los mejores un espacio de libertad para que la sistematización no los vulgarice. Esa cuota de placer sin límites antes la aseguraba la calle, donde aprendíamos sin proponérnoslo por la más sencilla de las razones: se aprende a jugar, jugando. Desaparecida la calle, urge integrar la libertad y el placer a los procesos de formación.

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