Messi y la pasión
En la final del domingo, el capitán de Argentina y sus compañeros sentirán el fútbol como hinchas y estos sudarán como jugadores

De entre todos, ellos. De las muchas miradas que merece la gran final de Qatar, el hermoso duelo entre Messi y Mbappé es el que genera más expectativa. Dos compañeros, dos generaciones, dos estilos. Ellos representan la eterna y mitológica lucha entre el poderío y la sabiduría que, sea cual sea el resultado, el fútbol recreará y el Mundial hará célebre. Dos líderes tan universales que a estas alturas nos parecen personajes de ficción. Héroes de cómic con superpoderes y, al mismo tiempo, pobres tipos con la demanda de un país sobre la espalda. La final será un partido aparte entre dos futbolistas únicos: uno que representa el pasado y otro el futuro, pero que el domingo lo conjugarán todo en presente y para siempre, porque el Mundial hace historia sin preguntar por la edad. Mientras Mbappé y Messi buscan el momento de abrir el partido en canal, dos ejércitos disputarán una partida de ajedrez atlética, inteligente y apasionada que el mundo mirará con la respiración contenida.
El sentimiento incomparable. Dan ganas de seguir por ahí para retratar el fútbol que se va y el que se viene, pero el cuerpo me pide argentinear. Creo que si este Mundial, por razones archiconocidas, tenía algo de artificial, Argentina contribuyó a darle vida y autenticidad. Hablamos de un país empobrecido al que la política ha dividido en mitades antagónicas, pero que encontró en esta Selección la ilusión para unirse, incluso para sentirse más y mejor país que el que supimos construir. Una pasión loca, cantarina y supersticiosa que no todos entienden y que solo tiene el propósito de seguir festejando al “viejo y querido fútbol argentino”, como alguna vez dijo Menotti. En la comunión conseguida entre los que gritan y los que juegan, hay una extraña coherencia: los hinchas sudan como jugadores y los jugadores sienten el fútbol como hinchas. Todo para defender el orgullo de un fútbol que, por informal que parezca, es parte sustancial de nuestra identidad.
Una cabeza llena de fútbol. Messi ya no es un jugador, sino un sabio, una idea de perfección que el genio fue redondeando después de mil partidos. Encontró la síntesis del juego infinito y la expresa en pequeñas dosis y con el ritmo cadencioso que a estas alturas su físico le permite. En todo lo que hace hay bravura competitiva, pero también algo pedagógico, como si quisiera decirnos, en cada intervención, el fútbol es esto. Yo le creo y es hermoso ver que ya todos le creen porque lo que hace es difícil, bello, útil y emocionante. ¿Qué más hace falta para querer a alguien? Messi ha elegido el Mundial de Qatar para hacer resumen, mostrándonos destellos gloriosos, síntesis que contienen la totalidad del fútbol. La pausa, el amague, la distracción, el engaño, la capacidad para poner de acuerdo el tiempo y el espacio, la puntualidad del pase, el veneno del tiro, esa presencia dominante que atrae defensas y miradas.
El dueño del Mundial. Lionel Scaloni y el cuerpo técnico que lo acompaña trabajaron con acierto y una sabia discreción. Sabían que el centro del escenario no les pertenecía. Si el fútbol es competencia, Messi; si el fútbol es arte, Messi; si el fútbol es espectáculo, Messi; si el fútbol son hombres que juegan con una historia de vida detrás, Messi también, porque a estas alturas, si este Mundial tiene un relato que lo vertebra, es indiscutiblemente el de Messi. Lideró como nunca a un grupo de talentosos jugadores que conocen a fondo este oficio, siente que el fútbol es un mandato popular y tuvieron el coraje de superar obstáculos que tensaron el juego hasta el límite. El premio es una final de Copa del Mundo. Gracias por tanto muchachos. Y… ¿por qué no?
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