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La carrera de montaña que sobrevivió al fuego en Las Hurdes

La comarca cacereña mantiene su kilómetro vertical en el mismo recorrido de Ladrillar arrasado por el incendio del pasado verano

Las Hurdes Cáceres
Un participante en la carrera de montaña en Las Hurdes, el domingo.artedeportivo.com

Los bomberos de Ladrillar suben con zapatillas de correr por el valle que apagaron a duras penas en verano. Porque aquel fuego provocado ha unido a los vecinos que sintieron las llamas. Las Hurdes, dibujadas por Luis Buñuel en su documental de los años 30 (Tierra sin pan) como un lugar sin civilizar, lo resisten todo. También su carrera por montaña más salvaje, su kilómetro vertical, que ha repetido el mismo recorrido pese a que la frondosa arboleda ha dejado paso a la desolación de las cenizas. Porque al norte de Cáceres no existe la rendición ni se negocian los principios. Y Conchi necesita una razón para preparar la olla de garbanzos que custodia feliz en la meta.

La filosofía de un kilómetro vertical es buscar el máximo desnivel en la menor distancia. Óscar Campos, responsable del club Territorio Hurdes, encargado de la organización, se las deseó para encontrar el actual recorrido de 1.015 metros positivos en apenas 3,5 kilómetros, desde la piscina natural de Ladrillar hasta el Mingorro, el techo hurdiano con 1.627 metros. “No es fruto de la casualidad. Hemos hecho diez ediciones y le hemos dado muchas vueltas. El primero no llegaba a 1.000 metros en seis kilómetros. Gracias a los caminos que abren las cabras y a que hay mucho matorral bajo en el que se puede caminar, lo logramos”. El premio fue acoger el campeonato de España de la disciplina en 2022.

Y el trazado, contra todo pronóstico, sobrevivió al fuego. “Nadie daba un duro porque se pudiera hacer aquí algo en años”. El club organizó un homenaje a los bomberos y a la población del valle. “Quedar un día, hacer el recorrido juntos y una comida de convivencia. No sabíamos lo que nos íbamos a encontrar, pero nos llevamos la esperanza de que era posible”. El primer tercio de la subida es desolador, un pinar arrasado que parece un desierto, pero la verticalidad sigue ahí, aunque la pisada es más costosa. Las pedreras de la parte superior aguantaron –tan hostiles que ni el fuego las quiere–, así como la zona de chorreras: la humedad protegió a las pequeñas encinas, chaparras y madroños. “Fue un subidón”.

Así que la prueba siguió en el calendario. Las labores de limpieza sirvieron para retirar los árboles, así que no hay obstáculos a esa verticalidad extrema. Porque la vegetación a veces oculta la dimensión de la pared que el corredor intenta vencer a costa de sus lumbares, vencido hacia delante, con las manos haciendo palanca sobre las rodillas para olvidar que la pendiente media es del 30%. Los 88 participantes salieron en grupos de cinco para un formato contrarreloj que detiene el cronómetro en la cima. La bajada discurre por un trazado más amable de seis kilómetros; eso sí, tras atravesar los dos primeros por una cresta de piedra con restos de nieve y hielo. Guillermo Muñoz (41m54s) y Verónica Sánchez (54m44s) fueron los más rápidos.

Un momento de la ascensión del kilómetro vertical.
Un momento de la ascensión del kilómetro vertical.

El gran reto de un kilómetro vertical así es la asistencia. En el homenaje, un bombero sufrió de lo lindo. “Le entraron unos calambres brutales cerca de la cima. Tuvimos que subirle porque bajar era mucho peor. Es que no hay otra opción, hay que llegar al punto de escape y que suban los coches”. Mientras en otros verticales hay acceso por carretera hasta la cima, en Las Hurdes hay que trasladar el escaso avituallamiento con porteadores, que suben por la bajada. “No podemos llevar mucho porque ahí arriba la gente pasa frío y el líquido se puede congelar”. En el Mingorro esperaba una alfombra azul para medir el tiempo y dos voluntarios con agua, isotónico y gominolas. Un simple apoyo para llegar al collado de la Grajera, a dos kilómetros, donde sí llegan vehículos.

Unos meses antes del incendio, los bomberos ya salvaron vidas allí. Las Hurdes acogió el campeonato de España con su máxima hostilidad: granizo en la cima y una niebla densa en la bajada que ocultaba el recorrido, marcado por cintas. El resultado fue una veintena de casos de hipotermia, casi uno de cada diez participantes. La bajada, un trámite en esta disciplina, no era una lucha contra el crono, sino contra el organismo. El drama fue tal que los bomberos subieron al collado y encendieron una hoguera.

“No está permitido, pero fue un momento de supervivencia”, subraya Campos mientras organiza medio centenar de medallas y los trofeos que llevan el alma de la tierra, elaborados por un carpintero y un herrero de Caminomorisco. Tras cruzar la línea de meta, un requisito imprescindible para comprobar que todos los corredores han vuelto de la montaña, llega el aroma a garbanzos. No solo para los que llevan el dorsal, sino para los acompañantes que se han congelado esperando. En Ladrillar nadie se queda sin comer porque no falta un voluntario para servir, unas sonrisas a prueba de llamas.

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