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Arde sobre quemado en Las Hurdes

Un recorrido para principiantes por la comarca extremeña: de la leyenda negra, a Buñuel y a los incendios

El incendio forestal declarado el pasado lunes en la comarca de Las Hurdes se reactivó este jueves en Las Mestas (Cáceres).Foto: CARLOS GARCÍA (EFE)
Javier Rodríguez Marcos

Las Mestas, el pueblo cacereño en el que se declaró el lunes el incendio de Las Hurdes, es una condensación de todos los símbolos de una comarca saturada de ellos. Al mito del salvaje aislado contribuyó como nadie Lope de Vega en una obra de teatro que tenía como escenario Las Batuecas, a tres kilómetros, camino de Salamanca. La supuesta redención del atraso vino de la mano de Alfonso XIII, que en junio de 1922, hace un siglo, durmió en la localidad, recorrió sus caminos a caballo y se bañó en sus arroyos al lado del impulsor del viaje real: el doctor Gregorio Marañón (hay una foto de ambos, sonrientes, refrescándose en calzoncillos). 10 años más tarde, en 1932, llegó a Las Mestas desde La Alberca en busca de localizaciones para una película el gran artífice del imaginario hurdano contemporáneo, Luis Buñuel, que añadió a su documental un subtítulo que haría fortuna: Tierra sin pan. Para certificar su carácter inaccesible, el franquismo lo utilizó como lugar de destierro. En una de las “casas baratas” de El Teso, la colina que domina la alquería, vivió en 1967 el histórico líder de UGT Nicolás Redondo, represaliado tras una tensa huelga en la empresa vizcaína Laminación de Bandas en Frío de Echevarri.

A unos metros de esa casa vive Sonia Marcos, que el lunes 11 de julio, a las tres de la tarde, subió a recoger la ropa tendida. Aunque el bochorno no daba tregua, los truenos anunciaban una tromba de agua que nunca llegó. Todo quedó en tormenta eléctrica. No había enfilado aún la cuesta cuando vio una columna de humo en la Vertiente del Cid, a unos dos kilómetros. Llamó al 112 y le dijeron que uno de los puestos de vigilancia había visto caer un rayo, que “el dispositivo” ya estaba activado. El retén de Las Mestas se había marchado a extinguir otro incendio, en el límite sur de Las Hurdes, pero en el margen de una hora la carretera era ya un pandemonio de bomberos y guardias civiles. Los aviones y helicópteros no tardarían en llegar. Pura eficacia. El problema es que las llamas tardaron menos en alcanzar los alrededores de Cabezo, el siguiente pueblo del valle del río Ladrillar, cinco kilómetros al norte. A las seis, el fuego estaba descontrolado. Cabezo fue uno de los primeros en ser evacuados. Las Mestas parecía a salvo, pero un cambio de viento disparó la alerta. Los aproximadamente 60 habitantes estivales del pueblo —en invierno son 20; no hay tiendas ni bancos ni escuela ni médico diario— fueron convocados al lugar de reunión habitual desde que cerró el teleclub: la iglesia. Allí recibieron la orden de prepararse para marchar.

Sonia, de 48 años, decidió instalarse en el pueblo después de estudiar derecho en Cáceres y Nantes y de trabajar en Madrid. Harta de fichar en un banco en tiempos de crisis financiera, se hizo cargo del único bar-restaurante de Las Mestas, Casa Cirilo, bautizado así por su padre, el inventor del Ciripolen, un batido alcohólico de miel y polen cuyas supuestas propiedades afrodisíacas le valió su minuto de gloria en los años 90. Aunque en media hora la orden de evacuar se redujo a consejo, ella decidió cerrarlo todo y organizar el éxodo a Plasencia con sus padres, una tía, dos hermanas, su pareja, convaleciente de una fractura de tibia y peroné, y dos perros. Si el viento volvía a cambiar avanzada la madrugada sería más difícil mover a los que toman pastillas para dormir. Aunque la troupe volvió fugazmente a Las Mestas, la reactivación del foco original hizo que el segundo desalojo fuera obligatorio. Ahora Sonia cruza los dedos para que la primera lluvia, cuando llegue y lo arrastre todo, no llene el río de monte calcinado. También para que la imagen de Las Hurdes que quede en la retina de los que no las conocen —el turismo vive un momento dulce— no sea la de un infierno en llamas. “Me niego a vender lástima”, dice.

Si Las Mestas es una condensación de Las Hurdes, Sonia lo es de Las Mestas. Nieta del llamado Tío Picho, un “patriarca” que tuvo 17 hijos con dos esposas, no es difícil encontrar alguna rama de su familia en todos los árboles genealógicos de la población. Además, su tío Anastasio es uno de los principales apicultores de la zona —protagoniza el capítulo mesteño de La España vacía, de Sergio del Molino— y su primo Manuel Matías Marcos, de 49 años, es el gerente de ADIC-Hurdes, la Asociación para el Desarrollo Integral de la Comarca de Las Hurdes. La de Manuel Matías es, además, una de las 300 familias hurdanas que viven de las abejas. La comarca es la tercera productora de miel de España (10 millones de kilos al año, buena parte de los cuales se exporta a Alemania y a los emiratos del Golfo) y la primera productora de polen (cuatro millones). El incendio ha afectado a un porcentaje mínimo de las colmenas (300.000 en total) porque la apicultura hurdana es trashumante y se mueve allá adonde haya flores: de Huelva a los Picos de Europa. La zona calcinada tardará tres años en brotar. “El verde volverá”, subraya Manuel Matías. “De hecho, en Las Mestas no ha desaparecido porque el incendio está más arriba o dentro del monte. Por eso ha sido difícil de controlar”. Dueño de una tienda de productos de la zona y de varios apartamentos rurales, teme que, igual que a la metáfora de la tierra sin pan le siguió la de la tierra sin tierra, a esta le siga la de la tierra quemada. Y recuerda un dato: “Se han quemado 3.000 hectáreas de 50.000″.

El mejor libro sobre el peso simbólico de esos 500 kilómetros cuadrados en el imaginario político y cultural español se titula La leyenda de Las Hurdes. Geografía, literatura e historia de una comarca mítica. Lo firmó hace dos años David Matías, de 36 años, doctor en filología, bisnieto del Tío Picho y… sobrino de Sonia Marcos. En ese ensayo se recoge la particular peripecia del forastero que —sin ser rey ni cineasta ni sindicalista ni humano— cambió definitivamente la imagen física de Las Hurdes: el pino. En 1958 el franquismo culminó la repoblación forestal. Los montes comunales se convirtieron en bosques estatales, la industria maderera local nunca pasó de ser una promesa y las montañas se convirtieron en un polvorín que estalla de tanto en tanto: apenas quedan agricultores en muchos pueblos, ya no hay cabras que limpien el monte y la pinaza que cae de los árboles coloniza el suelo y arde como la yesca. La convivencia de los pinos con especies como la encina, el alcornoque, el roble o el olivo sería más segura, apunta David Matías, escéptico a la par con la idea de infierno y con la de paraíso. “Falta realismo. Y falta crítica”, subraya. Sabe que ese puede ser otro incendio.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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