De Gendt se impone en la fuga que triunfa en la etapa de Nápoles del Giro de Italia
Triunfo del ciclista belga la víspera de la etapa con final en el Blockhaus, la durísima montaña de los Abruzos, donde Juanpe llega de rosa
Ha ocurrido lo que yo había anunciado, ¡viva!; ha ocurrido lo que yo anunciaba, ¡qué miseria!
Como autor que se precia, Guillaume Martin vive en las carreteras nunca llanas de Nápoles —y un monte desde el que los ciclistas, podrían alargar la mano casi y hacerse con un lindo fruto jugoso y ácido de los limoneros famosos de la isla tan cercana de Procida— la angustia de un Nostradamus feliz por haber acertado con su previsión del fin del mundo y desgraciado por haberlo conseguido. Va en un grupo de cuatro, con los famosísimos Van der Poel, quien, como habitualmente, ha sobrevalorado su capacidad y ha reventado la etapa para beneficio de otro, y Girmay entre ellos, persiguiendo a otro cuarteto, con el español Arcas entre ellos.
El egoísmo innato del corredor que, como cuenta en su ensayo La société du péloton, prefiere que todos pierdas antes de ayudar a otro a ganar, condena su persecución. Gana, con pocos segundos, el belga Thomas de Gendt (tercero, Arcas), quien se multiplica trabajando, generoso, para su compañero Vanhoucke, también en el cuarteto, pero cuando este le dice que no puede más, asume, generoso, la responsabilidad y se impone fácil en la Riviera di Chiaia, donde los turistas pasean con gorras rosa tomando gelato al limone y los autóctonos se bañan en las aguas sucias del mar.
Y muy pocos recuerdan, a menos les importa, quizás, la vida ayer era Eurovisión, un paseo, la visión fugaz y hermosa de ciclistas a toda velocidad, que el mismo De Gendt barbudo, su corazón tan loco, ganó en el Stelvio una escapada loca en el Giro que ganó un canadiense desconocido amante del lacrosse, Ryder Hesjedal, y en el que Purito Rodríguez, segundo, aprendió a llorar en el podio.
Detrás trabaja duro el Trek para proteger la maglia rosa de Juanpe, quien también se da su parte de paliza vigilando al inquieto Kämna, que le busca las cosquillas un par de veces. La salvan por poco más de un minuto del asalto de Guillaume Martin, quien, se quiere consolar, al menos avanza en la general.
Los ciclistas no ven los limones que tan bien les ayudarían contra la sed. Vuelan a más de 43 por hora en una etapa sin un minuto para tomar aire. Bastante tienen con buscar la sombra de las ramas por las carreteras llenas de baches, el sol quema y le da al mar el color azul al que tanto cantan sus cantantes poetas, y con no agobiarse pensando que hoy llega la montaña más dura de los Abruzos, el Blockhaus. Una montaña símbolo que obligará a los favoritos a darle duro, a no pensar en las consecuencias de sus actos, a no temerlas. Y a no emocionarse con el éxito, traicionero. Quien triunfa en el Blockhaus no gana el Giro. Y solo Menchov, de rosa allí en 2009, llegó de rosa a Roma, final aquel año del Giro del centenario.
Allí se reveló Eddy Merckx, un niño de 21 años en 1967, antes de ser el caníbal; allí el Tarangu le dio duro al Merckx ya caníbal y vengativo. Allí Nairo Quintana se sintió patrón del Giro de 2017, y Dumoulin no era ni la sombra de una sospecha, el mismo día en el que una moto de un policía mal aparcada derribó a Mikel Landa, entonces colíder del Sky, a su colíder Geraint Thomas, y a Adam Yates. Pese a ello, Nairo no ganó el Giro, sino Dumoulin, y por ello, Landa le ha puesto precio a la cabeza de la montaña en la que engordaban las ovejas merina de los Borbones, dueños de media Italia tantos años.
“Si pierdo el liderato, lo pierdo, y si lo conservo, también estará bien”, dice Juanpe, el lebrijano que entona en italiano y en inglés su carpe diem cotidiano. “Todos los minutos con la maglia rosa son felicidad”.
A sus espaldas, afilan el cuchillo los ciclistas de largo aliento, Richard Carapaz, que lamenta que su fiel Castroviejo, caído el viernes, llegue con mal cuerpo al lugar en el que sabiduría puede valer más que las piernas de su líder, Simon Yates, Pello Bilbao, Mikel Landa, los que, sobreviven con el corazón en el día a día y la cabeza, siempre, en el día siguiente.
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