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“Le plantaba cara o me suicidaba”

La primera de las 12 gimnastas que denunciaron por abusos sexuales al entrenador de Betxí relata a EL PAIS su pesadilla de miedo y soledad y su decepción con la Federación

Cuatro deportistas denuncian por maltrato al técnico Pedro Mir en sede policial y judicial
Una gimnasta irlandesa en el centro de entrenamiento de Dublin el pasado mes de junio.Ramsey Cardy (Sportsfile via Getty Images)
Eleonora Giovio

“La gimnasia artística era mi vida y mi todo. Ahora mismo no está dentro de mí y no estoy preparada para que lo esté otra vez. Me han hecho daño, necesito respirar”, dice TP4/17. Es el número que la identifica como testigo protegido; pero es una persona de carne y hueso que acaba de cumplir 18 años. Durante cinco, desde los 9 hasta los 14, sufrió abusos sexuales por parte de su entrenador, Carlos Franch, que le llevaba 46. Dirigía el Club Gymnàstic de Betxí, un pequeño pueblo de 5.700 habitantes en la provincia de Castellón, y era también era el conserje de las instalaciones del polideportivo municipal. “En esos momentos intentas negar todo lo que está pasando para no hacerte daño a ti misma, pero llega un punto en el que te sientes tan hundida que necesitas apagarte: necesitaba apagarme para no sentir lo que sentía. Lo negué y lo negué hasta que dije: ya, no lo aguanto más. Es que es o suicidarme o plantarle cara. Eso pensé. No podía suicidarme, me dolía más el daño que le podía hacer a mi familia que el que le podía hacer a él; él era el que estaba haciendo cosas malas”, cuenta TP4/17, sentada en el salón de su casa con la chimenea encendida un sábado de enero.

Le plantó cara. Y luego denunció. Fue la primera de 12 gimnastas que lo hizo. Gracias a su denuncia y a las que siguieron, Franch (que ahora tiene 63 años) se sentó en el banquillo de la Audiencia Provincial de Castellón y ha sido condenado a 15 años y medio de prisión por un delito continuado de abusos sexuales sobre menores de 13 años (nueve de los 12 casos habían prescrito). El pasado día 8 la Audiencia dictó su ingreso en prisión provisional (la defensa ha recurrido la sentencia). Desde la denuncia —8 de junio de 2017— hasta la sentencia —30 de noviembre de 2020—, TP4/17 ha vivido un infierno de miedos, pesadillas y ataques de ansiedad. El dolor en el pecho desapareció junto al resto de síntomas el día que se dictó sentencia. “Soñaba con ser olímpica; es lo que más he querido siempre”, dice. Dejó la gimnasia en 2019 y ahora, a sus 18 años recién cumplidos, intenta reconstruir su vida. Por el camino vio cómo se quedaba sin beca para entrar en la residencia Blume con el equipo nacional. Estaba preseleccionada por Lucía Guisado —la seleccionadora nacional— para entrar en Centro de Alto Rendimiento de Madrid en septiembre de 2017 y finalmente fue descartada (según consta en el CSD al haberse reducido el número de plazas).

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“Me faltaba la respiración cuando me daban esos ataques de ansiedad, se me dormían las piernas o los brazos. Me dolía muchísimo el pecho. Justo después de declarar en el juicio, el dolor en el pecho se fue, me quedé tan descansada”, rememora. ¿Lo que más daño le ha hecho? “Me sentía una niña superfuerte y valiente, con las cosas claras; después de la denuncia me sentí todo lo contrario. Me sentí vulnerable, todo lo bueno que veía en mí dejé de verlo. Esto es un pueblo, todos se te tiran encima, no es solo que te pregunten por lo que te ha ocurrido, que ya es duro en sí, es que había niñas en el instituto que me cantaban ‘mentirosa’ en los pasillos. Es algo que te va hundiendo más y más y acabas creyéndote que te has imaginado todo y que todo es mentira. Te acabas acostumbrando a esa persona que no eres”, responde.

“Antes de entrenar siempre nos poníamos firmes en línea y o bien nos echaba la bronca si estaba enfadado; o bien nos contaba chistes si estaba bien. Dependía. Una tarde de broma soltó: ¿si algún día voy a la cárcel, me traeríais embutido? Era pequeña, pero se me quedó grabado eso, porque sabía todo el daño que me estaba haciendo y encima bromeaba con ello. También decía muchas veces: ‘yo soy como un espejo, si vosotras me hacéis algo yo os lo voy a devolver y peor aún’. He llegado a estar tumbada en mi habitación con los ojos cerrados e imaginarme su cabeza en mi ventana, como que iba a entrar a mi habitación a hacerme algo. Llegaba un punto de querer dar tanto miedo, que al final te lo creías. Me intentaba proteger: me repetía ‘yo no le tengo miedo’. En realidad por dentro sí sentía miedo, a la hora de dormir por ejemplo. Cuando estaba con él no porque ahí sacaba toda la rabia que tenía”, relata. Cuando se imaginaba la cabeza de Franch en la ventana, se cubría la cabeza con las sábanas. “Empecé a dormir con la puerta cerrada con llave porque pensaba: si él la abre se escuchará y me despertaré antes de que me haga nada”, añade.

Castigos, masajes y tocamientos

El suyo es un relato de miedos y pesadillas. Miedo a salir a la calle, miedo a que Franch fuera a buscarla, a esconderse cuando escuchaba el ruido de su moto por el pueblo —”si no le saludaba me armaba una al día siguiente… castigada todo el día. Si yo me veía con mis amigas, me preguntaba con quién había estado y qué había hecho. Controlaba toda mi vida”—. También tenía temor a que nadie la creyera, a sentirse señalada. Habla durante casi dos horas sin que le caiga una lágrima. “He llorado demasiado por este tema. La psicóloga me ha ayudado a diferenciar los sentimientos, llamarlos por su nombre y canalizarlos”, afirma. Franch se masturbaba con los pies de TP4/17 y los de sus compañeras.

Las obligaba a someterse a masajes aunque no tuviera ningún tipo de titulación y aunque ella no sufriera ningún tipo de dolor, molestia o sobrecarga. La llevaba a la conocida sala de la lámpara que a veces cerraba con llave. La tumbaba en la camilla, le hacía ponerse un calcetín y colocaba su pie en el pene para masturbarse. También lo hacía en la pista del gimnasio delante de otras compañeras o en el sillón de su casa, adonde la llevaba a merendar o a ver una película junto a las demás compañeras. Además de masajes, hubo tocamientos. “Llegó a tocarme también, sí. Son sensaciones que producen asco. Nos daba una tablet con juegos para que jugáramos y no nos diéramos cuenta de lo que estaba haciendo. Para entretenernos, como si así no notáramos lo que nos estaba haciendo”, detalla.

En ese momento no sabía ni tampoco imaginaba que no era la única que estaba sufriendo abusos. “Yo notaba cosas raras, veía cosas que no me parecían normales. Había una compañera que nunca quería ir a los masajes y pensaba: ¿por qué no querrá ir? Si el masaje en teoría es algo bueno. No me cuadraba. Creo que pregunté a un grupito, en el que no estaba esa niña, si estaba pasando algo. Pero ahí nunca pasaba nada”, recuerda. “Me sentía sola y vacía. No tenía a nadie con quien hablarlo, para desahogarme me iba a la cama a llorar sin que mis padres se dieran cuenta. Y al día siguiente las compañeras me preguntaban por los ojos hinchados. ¿Cómo iba a decirles que estaban abusando de mí?”.

“Me estás haciendo cosas que no me gustan”

Hasta que se lo dijo a él. “Me está haciendo cosas que yo no quiero y que no me gustan”. Era 2016. Tenía 13 años. Llegó el chantaje emocional. “Él nunca ha llorado delante de nadie… y cuando le dije eso se me puso a llorar, me dijo que por mi culpa se estaba medicando, que si estaba segura de lo que estaba diciendo porque le iba a amargar la vida”, recuerda la gimnasta. Y también: “¡Cómo me dices eso a mí, si por 20 euros puedo ir a los caminos [El Caminás, la zona de caminos rurales donde se ejerce la prostitución] y tener a una tía con más tetas y más culo que tú'. Yo era una niña de 13 años”.

El mismo chantaje se lo hizo a la madre de TP4/17 cuando esta le contó por primera vez y sin detallar que Carlos le hacía cosas que no le gustaban. “No era la primera vez que iba a hablar con él, lo hacía a menudo para que dejara de insultar y castigar a las niñas. Cuando mi hija me contó que le hacía cosas que no le gustaban se lo dije y me lo negó. Se hizo la víctima: ‘me estás acusando poco menos de ser un violador’. Salí de allí como pude diciéndole que creía a mi hija, que volvería a preguntarle y en el caso de que la viera dudar, volvería para pedirle disculpas”, cuenta la madre que en su época también fue gimnasta de Franch. No hubo disculpas porque Franch sí estaba abusando de TP4/17; un año después sí detalló a su madre en qué consistían los abusos y denunció.

¿Cómo funcionaba lo de los masajes? “Después del entrenamiento me decía: ‘mañana vente media hora antes’. Y a lo mejor a mí no me dolía nada. ‘Vente media hora antes y te hago algún masaje’. Llegó un punto que le dije: no Carlos, no quiero que me des masajes, para qué, si no me duele nada”, contesta. Se negó a ir y también se negó a seguir entrenándose con Franch y se puso en manos de otra entrenadora del club, Mireia Mijas. La tregua duró poco; a raíz de una lesión en los pies —se rompió los ligamentos de ambos en 2016— el técnico volvió a meterse en su día a día y a abusar de ella. “Con la excusa de los pies volvió a darme los masajes. Hubo una temporada que eso era a diario. Me preguntaba: ‘¿bien? ¿Te lo estoy haciendo bien? ¿O mal?’ Volví a sentirme indefensa ahí y le decía que sí, que no pasaba nada. Pero sí pasaba. Estaba otra vez igual. Volví a explotar al tiempo. Y le dije a mi madre: ‘mamá, me lo está volviendo a hacer’. Me preguntó si quería denunciar y dije que sí”, detalla.

Era mayo de 2017, quedaban cinco meses antes de recalar en el CAR; el día 25 la Federación Española de Gimnasia (RFEG) solicitó a través de un correo electrónico los datos que necesitaba para las fichas y los informes (centro escolar actual, previsión de curso escolar para la siguiente temporada, resultados destacados y una fotografía).

“Llegué a pensar que tenía que aguantar todo”

Franch presumía de tener amistades en la Federación y le recordaba a menudo a TP4/17 que la beca todavía no había sido firmada, que sin su firma y aprobación no se la concederían. “Me decía que Jesús Fillo Carballo [apartado de la selección desde febrero de 2013 por abusar de gimnastas menores] le había dicho que yo era la primera de esa lista de personas propuestas para la beca”, cuenta. “Yo aguantaba ahí porque la gimnasia seguía siendo mi pasión y quería formar parte de la selección española. Lo veía tan cerca que decía: no lo puedo dejar ahora, tengo que seguir. Llegué a pensar que tenía que aguantar todo lo que había que aguantar para poder llegar, y que si no lo aguantaba no iba a llegar. Pero llegó un punto que dije: es que yo estoy aquí para hacer gimnasia, no para que abusen de mí. No voy a llegar a una selección y en el camino van a abusar de mí para poder llegar. Lo que tengo que hacer es esforzarme y si lo tengo que pasar mal por la gimnasia lo pasaré, pero no porque estén abusando de mí”, relata.

El control que Franch ejercía sobre las gimnastas consistía en castigos e insultos: pegaba patadas a las sillas y puñetazos a las taquillas o al potro. “A veces me tenía tres horas subiendo y bajando gradas, me tenía corriendo por la cancha de balonmano. Nos llamaba subnormal, gilipollas, si eres tonta te tengo que llamar tonta, es que eres tonta. Me decía que no valía para nada, que no iba a llegar a nada en la vida. Y que sin él no conseguiríamos nada”, cuenta la gimnasta. “No me di cuenta de que existía otra forma de hacer gimnasia hasta que entré en el Centro de Tecnificación de Mallorca [temporada 2018-19]. Allí podíamos hablar con las entrenadoras de nuestros bloqueos y de las cosas que nos pasaban. Había gritos si las cosas no salían, pero nunca un insulto”.

Por entonces ya había sufrido la decepción con la Federación Española de Gimnasia y con Lucia Guisado, la seleccionadora que llevaba siguiéndola desde septiembre de 2014 como consta por escrito en una carta enviada al club el 22 de septiembre de ese año y firmada por el director técnico de la Federación, Julio Marcos Felipe. “Le comunicamos que ha sido seleccionada para formar parte del grupo de gimnastas en seguimiento de la RFEG por los excelentes resultados obtenidos en el campeonato de España […] y por las cualidades físicas y técnicas que avalan una proyección de futuro”.

Acudía a mini concentraciones que organizaba en el CAR a la espera de cumplir la edad [14] para ser becada. “Lucía estaba muy, muy encima de mí. Y era algo que notaba y me esforzaba el triple si hacía falta porque era mi sueño en ese momento. Recuerdo una concentración en el CAR que cayó en mi cumple y Lucía me regaló unas zapatillas de entrenar. Me convocó incluso después de romperme los pies, aun no estando al cien por cien, porque decía que me merecía estar allí. Cuando la lesión, les hizo grabar a las gimnastas de la selección un vídeo de ánimos dándome fuerzas para recuperarme. En un campeonato al que acudieron los gimnastas de la selección en Betxí se sorprendió de verme en la cola para pedirle un autógrafo a Ray Zapata”, recuerda TP4/17.

La lista de Lucía Guisado

Nunca llegó a entrar en el CAR. Guisado confirmó en el juicio que la gimnasta de Betxì estaba incluida en una lista elaborada por ella, pero que conceder la beca no le correspondía a ella. “Simplemente hago la propuesta al CSD y ellos hacen la concesión”. En realidad, el CSD solo fija el número máximo de plazas, no los nombres. Esos los elige la seleccionadora y el personal técnico de la Federación: TP4/17 finalmente no fue elegida. En la lista de Guisado estaba apuntada en el puesto diez y el CSD concedió nueve plazas esa temporada.

La madre de la gimnasta consiguió ponerse en contacto con María José San Martín, secretaria de la Federación, en agosto de 2017. “Me dijo que mi hija no estaba becada, que los resultados no habían sido buenos y había sido decisión de los técnicos por una limitación de plazas y que el motivo era técnico y no personal”, recuerda ahora la madre. Los resultados a los que se refería San Martín era el puesto 16 en el campeonato de España de Valladolid que se celebró un mes después de la denuncia y tras meses y meses de abusos. TP4/17, que tuvo dos caídas, lo tuvo que preparar entrenándose en el campo del fútbol de Betxí porque ella y las otras dos menores que denunciaron a Franch fueron apartadas del club. “Entiendo que su rendimiento baje si el técnico del club ha tenido que marcharse [le quitaron la licencia tras la denuncia]; que estuviera o no afectada psicológica y físicamente, no es una situación fácil. Entiendo el bajo rendimiento”, aseguró Guisado en el juicio en el que declaró como testigo.

“Nunca me llamó para preguntarme o para darme apoyo. Nadie ha hecho las cosas como se tienen que hacer, nadie ha utilizado los protocolos. Nos hemos sentido solas desde el primer momento”, concluye TP4/17.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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