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TENIS | OPEN DE AUSTRALIA
Columna
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El camino de la obsesión

Sólo un carácter sometido precisamente a algo tan irracional como la pasión desmedida por lo que uno hace es capaz de soportar lo que una carrera tan larga y fructífera como la de Roger Federer supone

Toni Nadal
Federer posa con su trofeo en el vestuario de Melbourne Park.
Federer posa con su trofeo en el vestuario de Melbourne Park.Clive Brunskill (Getty)

Con este último Open de Australia, Roger Federer suma 20 Grand Slams. Rafael tiene 16 y Novak Djokovic 12. Esto y los muchos títulos más que acumulan entre los tres los sitúan entre los grandes de la historia del tenis. A estos datos hay que añadir el hecho de que, grosso modo, han competido en la misma época y que, por lo tanto, muchos de los títulos que se han anotado cada uno de ellos se los han disputado a los otros dos.

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La intención no es desmerecer en absoluto a los grandes tenistas que les siguen y que les han complicado no pocos torneos. Lo único que pretendo es abordar aspectos de su personalidad que los engrandecen tanto o más que sus habilidades deportivas.

Hay algo común en ellos que va algo más allá de lo razonable. Sólo un carácter sometido precisamente a algo tan irracional como la pasión desmedida y la obsesión por lo que uno hace es capaz de soportar lo que una carrera tan larga y fructífera supone.

Cuando en 2013 o 2014 se entendió en muchos foros que el suizo estaba en el declive de su carrera, él estuvo dispuesto a perpetuar y a renovarse. No le importó enfrentar la incertidumbre cuando ya lo había ganado absolutamente todo y su reputación era innegable. Quiso darse la oportunidad de seguir aumentando su palmarés haciendo lo que yo siempre le he pedido a mi sobrino: hacer cambios sobre lo que hasta el momento te ha dado muy buenos resultados.

La mente humana suele ser conservadora ante la inseguridad. Nada más difícil que modificar lo que siempre ha funcionado. Por lo visto, esta fue una de las claves de la mentalidad de Steve Jobs. Ser capaz de observar por donde van los tiros y modificar lo que ha tenido éxito en vez de seguir confiando en sus virtudes.

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Cuando Roger Federer entendió que tenía que evolucionar el concepto de su juego, lo hizo y esperó. Buenas muestras de inteligencia, paciencia y compromiso. Yo creo que su tenis es hoy más implacable, aunque los puntos también me parecen menos vistosos al perderse por el camino la épica de unos intercambios más largos y más disputados.

Cada victoria de Federer complica más las cosas a mi sobrino pero, si las lesiones le respetan, espero no ver en él síntomas de abandono anímico ni la aceptación de que las cosas se queden así como están. Hoy que he visto a Roger alejarse un poco más de él, comparto con muchísima gente el gran valor de este hombre y la magnitud que tienen sus logros, pero también hoy más que nunca debería Rafael querer luchar por sobreponerse a su revés actual y encontrar la convicción necesaria en su propia pasión.

La famosa frase de Martin Luther King me viene con mucha frecuencia a la mente. Es una de mis favoritas: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un manzano”. El camino de la convicción es muy poderoso. Lo ha sido para Roger Federer y ojalá lo siga siendo para Rafael.

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