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TENIS | OPEN DE AUSTRALIA
Columna
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Mis amigos australianos

Melbourne siempre ha sido muy especial para nosotros. Echo de menos con auténtico cariño a todos esos que hoy se acuerdan de mí y que nos han rodeado de afecto en tantos sitios a los que hemos viajado

Toni Nadal
De izquierda a derecha, en una imagen tomada en Melbourne: Sebastià Nadal, Rafael Maymó, Carlos Costa, Ángel Ruiz Cotorro, Iain, Rafael Nadal, Toni Nadal, Jordi Robert y Benito Pérez-Barbadillo.
De izquierda a derecha, en una imagen tomada en Melbourne: Sebastià Nadal, Rafael Maymó, Carlos Costa, Ángel Ruiz Cotorro, Iain, Rafael Nadal, Toni Nadal, Jordi Robert y Benito Pérez-Barbadillo.

Estos últimos días he recibido dos mensajes de WhatsApp que me han hecho especial ilusión. El primero fue de Monique, una china muy simpática y eficiente que trabaja en el Open de Australia y que se ocupa de mil quehaceres relacionados con el bienestar de los tenistas. Me mandó saludos desde su puesto, en el que me la imagino siempre activa y sonriente. El segundo fue de Iain, el conductor de Rafael en el torneo de Australia. Tanto allí como en Roland Garros, algunos tenistas gozan de este privilegio. Rafael pide siempre a Iain en Melbourne —llevará con él unos siete u ocho años-, como también a Aureil en París.

El de Australia es un señor jubilado, entrañable y, a día de hoy, nuestro amigo al otro lado del globo. Un día de la semana pasada Rafael y todo el equipo estuvieron cenando en su casa en las afueras de la ciudad. Fue cuando me mandó el mensaje diciéndome que se me extrañaba. Me mandó también un saludo para mis tres hijos, a los que dio cálido consuelo cuando en 2014 los acompañó al aeropuerto porque tenían que regresar a casa para ir al cole y no podían dejar de llorar con irrefrenable desolación. No querían irse de un país y de un torneo que sigue teniéndolos alucinados.

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Si sólo agradeciera los triunfos y las gestas deportivas de mi sobrino en todos los años en que le he acompañado, sería injusto y, además, faltaría a la verdad. Ahora que ya no estoy con ellos, me acuerdo mucho y echo de menos con auténtico cariño a todos esos amigos que hoy se acuerdan de mí y que nos han hecho sentir rodeados de afecto en tantos sitios a los que hemos viajado. Estas son, sin duda, las cosas que más valoro de todo lo que hemos vivido en estos años.

El torneo de Australia ha sido siempre muy especial para nosotros. Recuerdo el primer año que estuvimos allí, con la sensación bien justificada de que estábamos muy lejos de casa, en una ciudad realmente hermosa y en un evento espectacular donde los haya. Los australianos son muy aficionados al tenis y esto se refleja en el ambiente en las canchas y en la magnífica organización de todo el torneo.

El complejo deportivo de Melbourne Park, al que yo solía llegar paseando desde nuestro céntrico hotel, está situado a orillas del río en un enclave precioso. La ciudad es grande pero está llena de parques de gran belleza, como el Jardín Botánico, y plazas y paseos llenos de vida. Es una de las más agradables que he conocido, a pesar de sus grandes dimensiones.

En 2009 Rafael levantó el trofeo en el impresionante estadio Rod Laver Arena en un partido cuyos momentos previos recuerdo como algunos de los más difíciles de la carrera de mi sobrino. Rafael había jugado una semifinal de 5 horas y 14 minutos contra Fernando Verdasco en un duelo de infarto que vi de nuevo hace poco con mis hijos. A escasas horas de enfrentarse a Roger Federer en la final, su cuerpo no respondía y su cabeza, tampoco. En alguna ocasión he relatado las horas previas a ese partido y, quizás, en una de las próximas columnas vuelva a hacerlo.

Verle levantar ese trofeo, siendo el primer español en conseguirlo, es un recuerdo que sigo recuperando con mucha alegría y con la ilusión de que lo repita, sobre todo ahora que acabo de verle imponerse con firmeza a un nada fácil Leonardo Mayer. Son momentos que se quedarán en mi memoria para siempre, junto con el apreciado cariño de Monique y de Iain.

Buenos momentos y buenos afectos.

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