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Parapente sobre los Alpes Suizos

Cuatro razones por los que usted probará el vuelo de las águilas después de leer este artículo

El autor sobrevolando el campamento del Mountain Festival en Lauterbrunnen
El autor sobrevolando el campamento del Mountain Festival en LauterbrunnenSebastian Meier (Balder)
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Una pradera con suave inclinación, en comparación con la orografía del lugar, se viste con las coloridas velas de los parapentes. La tarde está despejada, el sol brilla sobre el valle y no corre ni una leve brisa. De repente oigo una voz: “¿Estás listo?”. Asiento con la cabeza lo que niego con el corazón. Allí estaba físicamente, anímicamente no sé si estaba listo o no.

Me pongo el casco y coloco el arnés. Mi piloto, Sebastián de la empresa Artime Paragliding, engancha mi arnés al suyo y me da las instrucciones: “Corremos ladera abajo, primero despacio y luego más deprisa. En cuanto nos elevemos te sientas. Tres, dos, uno… ¡a correr!”. Sin saber exactamente a qué velocidad tenemos que esprintar, comienzo con prudencia, sobre todo porque corriendo ladera abajo la pradera ya no parece tan suave.  “Un poco más deprisa”, me anima Sebastián. Bueno todo sea que nos caigamos de morros y se acabe la aventura, así que de perdidos al río, corro todo lo que puedo. De repente, en una zancada mi pie solo roza la hierba y la siguiente pasa a 20 cm del suelo. Nos elevamos con la delicadeza de un globo de helio. Me siento en mi arnés-hamaca.

“¿Es tu primer vuelo?” , me pregunta Sebastian. “Sí”, respondo, “Vaya, el mío también. Esperaba alguien con más experiencia que me diese algún consejo”,- me replica Sebastian. Yo río casi seguro al 99 % de que es una broma.

Flotamos sobre los árboles y los tejados de las pequeñas casas de Mürren. Un giro hacia la derecha y dejamos la estación del teleférico que nos ha subido desde el valle. De repente se abre ante nosotros las impresionantes paredes que encierran el valle y sobre las que lloran más de 72 saltos de agua. Nos encontramos en Lauterbrunnen (“solo fuentes”), Suiza, volando a unos 400 metros de altitud sobre el campamento del Mountain Festival organizado por The North Face y que se está celebrando ese fin de semana. Diviso mi minúscula tienda verde que parece la piel de un guisante entre el mosaico multicolor del campamento.

Eduardo Salete pilotando el parapente
Eduardo Salete pilotando el parapenteSebastian Meier (Balder)

Cruzamos el valle y nos acercamos a la pared oriental. Solo se oye un leve silbido y el vuelo es completamente estable. Si quiere saber que siente un águila, debe probar volar en parapente. El impresionante acantilado se acerca cada vez más, tanto que yo empiezo a pisar el pedal del freno imaginario. Sebastian tira de los frenos y el parapente queda suspendido, casi completamente inmóvil. Esto es algo que me sorprendió mucho en aquel momento, estábamos quietos, levitando sin movernos ¿Puede hacer eso un parapente? Por lo visto sí.

Frente a nosotros se encuentra una gran cascada que cae desde tanta altura que el agua se vuelve bruma pintada. Es el momento ideal para recordar el poema de Goethe "Canto de los espíritus sobre las aguas", que compuso en 1779 mientras recorría el valle. Hay momentos en los que uno se pone un poco tierno y “moñas”, este es uno, no se sorprenda.

En cotas más bajas otros parapentes siguen rumbo sur, hacia el sol que llena el valle de luz. Las imágenes aéreas resultan difíciles de describir, y la experiencia… sencillamente única.

De repente suena como dos reactores que han entrado en el valle y se han lanzado cerca del campamento del Mountain Festival. Son dos saltadores con traje de wingsuit que parecen murciélagos gigantes volando a unos 200 Km/hora. Han saltado desde la pared occidental y aterrizan en el campo junto al Mountain Festival. Impresionante.

Sebastian me hace un gesto y me pregunta si quiero dirigir el parapente. “¿Qué si quiero? ¡Hombre claro!”. Me pasa los frenos y me indica la posición de brazos y las maniobras. Nada difícil, para girar a la derecha, tirar de la manilla derecha, para girar a la izquierda pues lo correspondiente. El parapente reacciona suavemente a los tirones de los frenos y ahora vuelo controlando el rumbo. La experiencia ha pasado de nivel brutal a nivel divino. No me puede volver a pasar que me enganche a otro deporte outdoor, voy a tener que vender mi sangre para pagar todo esto.

Giro hacia la derecha dejando el sol a la espalda. Tiro más de la mano y acelero el giro. Impresiona lo suave que responde el parapente, bastante mejor que mi coche. Después de un periodo de vuelo “autónomo” regreso los mandos a Sebastián. Llevamos casi 25 minutos de vuelo. Sebastián comienza un descenso con un picado y luego un eslalon con giros completos incluidos. Sobrevolamos unos árboles cerca del teleférico que sube Mürren, tan cerca que doy con un pie en unas hojas. Unos turistas que esperan el teleférico aplauden la maniobra, y yo saludo como la reina cuando va en coche. Un giro rápido hacia la derecha y delante se extiende el prado que hace las veces de zona de aterrizaje. Sé que es solo mi primer vuelo, pero yo diría que vamos un poco rápidos para aterrizar. A menos de metro y medio Sebastián tira de los frenos y el parapente se suspende como un ascensor que llega a su planta. No aterrizamos, nos posamos caminando sobre la hierba.

Sebastián libera mi arnés y me pregunta que tal la experiencia, yo le contesto con una exclamación española no reproducible en este periódico y que, por supuesto, no entiende. Sonrío de oreja a oreja y levanto el pulgar.

Sobrevolando Mürren, el pico Gspaltenhorn al fondo
Sobrevolando Mürren, el pico Gspaltenhorn al fondoEduardo Salete (Balder)

“¡Perfecto! Te espero el verano que viene” , me dice. Como sabe que acaba de enganchar a otro yonkie del aire. Por supuesto que el verano que viene, si puedo, volveré a Lauterbrunnen. Pero esta vez con mi propio parapente.

Cerveza en el fuego de campamento. The Mountain Festival, Lauterbrunnen.
Cerveza en el fuego de campamento. The Mountain Festival, Lauterbrunnen.Eduardo Salete (Balder)

Sin poder borrar una media sonrisa en mi cara, regreso al Mountain Festival, directo a la cantina pido una cerveza, me siento junto al fuego de campamento a disfrutarla mientras me pego un baño de sol. Alguien a mi lado me pregunta “¿Qué tal el día?”, “Épico”, contesto y sigo sonriendo.

3 razones para probar el parapente en España

[1] Deporte relativamente seguro. Lo primero que busca uno, cuando le pica el gusanillo del parapente, son las estadísticas de accidentes en este deporte. Lo que no es fácil, ya que hay muchas, de periodos diferentes, de distintos países y distintas formas de volar. Por ejemplo en Turquía se registraron 64 accidentes en 242.355 saltos (2004-2011) lo que nos da 9 accidentes al año y una tasa de 1 accidente por cada 3.786 vuelos. En Alemania la estadística fúnebre está en una muerte por cada 11.000 pilotos, que es más baja que la existe en el mismo país por conducción. Pero si se mira con más atención estos números, la mayoría de los accidentes se dan entre competidores, donde se roza los límites muy a menudo, muy poquitas entre los que vuelan por el simple placer de hacerlo, sobre todo si respetan su nivel y las condiciones atmosféricas, y casi ninguna cuando el vuelo es en tándem.

[2] El vuelo más barato. Lo siguiente que se busca es el "apellido" de este deporte. Sorprendentemente no es un deporte excesivamente caro, de hecho, es la forma más barata de volar. Un curso puede rondar los 700– 900 euros y el equipo inicial se puede adquirir desde 1400 euros (lo que puede costar una buena bicicleta de MTB). El resto es buscar un buen lugar y tirar de energía renovable eólica.

[3] Vivimos en el país ideal. Y por último, se busca donde practicar este deporte. Por fortuna España es un país fantástico para la práctica del parapente, no hace falta irse a Lauterbrunnen, aunque es un viaje que recomiendo sin lugar a dudas. Si se quiere un club no hay más que escribir la palabra parapente y la localidad en Google, raro es que no le salga uno a menos de 50 km.

Ahora ya solo faltan las ganas.

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