A unos tres kilómetros y medio al sur de Conil, Cádiz, se encuentra la surfera población de El Palmar, con una playa de casi ocho kilómetros y un sol de poniente que tiñe de naranja y púrpura todos los ocasos cuando se esconde tras el faro. Allí me dirigí este verano para disfrutar de una semana de vacaciones y realizar mi primer curso de surf.
Lo primero que se ve cuando se alcanza la carretera del paseo marítimo es una enorme línea de escuelas de surf. De entre todas las escuelas, elegí la Escuela de Surf 9 Píes El Palmar, en modo budista, sin comparar precios, ofertas, paquetes, descuentos u opiniones en Trip Advisor. Simplemente estuve paseando por la playa y entré a la primera que me dio buenas vibraciones. Una vez apuntado al curso me fui a disfrutar de la playa y de la noche mágica de gin tonics y flamenco, que también ofrece el Palmar. No todo iba a ser surf.
A la mañana siguiente, después de desayunar en Casa Isabel, ya estaba en la playa con mi neopreno puesto, mi tabla de surf, la cara embadurnada con protector solar -a veces uno se quema- y dispuesto a cabalgar olas en modo Kelly Slater -bueno, quizá no porque yo tengo más pelo-. A mi lado Javi, el instructor, se disponía a impartirme la primera clase de surf, con la sabiduría y paciencia de un maestro zen. Para enseñarme a mí las iba a necesitar y, desde luego, echó mano de ellas en varias ocasiones.
La clase empezó con un repaso anatómico de la tabla, que si “punta” lo de adelante y lo de atrás “cola”, que si las quillas estabilizan, que si tabla dura, que si blanda, que si el invento se pone de esta manera, y no sé cuántas cosas más. Creí que ya estaba listo para ir al agua y a aprender a ponerme de pie en cuatro movimientos. La impaciencia me consumía, viendo las olas romper y yo encima de la tabla haciendo como si remase y poniéndome en posición “surfera”, una y otra, y otra vez.
Después de levantarse y agacharse y, con el sentimiento algo ridículo de estar surfeando con la tabla en mitad de la arena, uno se da cuenta cuánto necesita este ejercicio nada más poner un pie en el agua e intenta hacerse con la tabla. Y eso que mi tabla era una 9 pies, blandita, estable, que no supone mucho uso de técnica para sacarle algo de jugo. Pero saber remar y rebasar la rompiente es fundamental. Por cierto, con este deporte se va a usted a hinchar a remar. Que los surfistas estén “cachas” no es ninguna casualidad ni moda. De hecho, voy a ver si la próxima vez que me meto en el agua lo hago con alguna aplicación que mida la distancia remada. Seguro que la sorpresa es mayúscula.
Tras remar un poquito, llegamos a la línea para coger una ola. Yo estaba muy entusiasmado, ¡Iba a cabalgar mi primera ola! Pero coger una ola también requiere algo de experiencia, no mucha, pero algo. De momento, se debe saber qué movimientos de la superficie marina prometen convertirse en una buena ola y cuáles no. Una vez decidido que el lomo que asoma por la popa es una buena ola, hay que elegir el momento idóneo para empezar a remar y sincronizarse con la ola. Y en cuanto la tabla comience a deslizar por la pared de agua ponerse de pie, sin esperar a que la ola rompa.
Todo esto es, en realidad, más difícil de escribir que de aprender a hacerlo en el agua. Con dos o tres tentativas uno le coge el truquillo y ya se desliza con su tabla. Ponerse de pie y cabalgar la ola lleva algo más de tiempo. Un consejo, a veces se está bastante tiempo esperando una ola, así que es mejor que se aprenda a mantener el equilibrio sobre la ola sentado a horcajadas. El problema es que tumbado boca abajo sobre la tabla, la posición para remar, las costillas pueden sufrir un poco. Se lo digo por triste experiencia.
Después de dos “gatillazos”, y con los consejos impagables de Javi, empecé a remar y me sincronicé con la fuerza marina ondulante. La tabla comenzó a deslizarse y yo apliqué lo que había aprendido tan duramente en la playa. Uno, manos sobre cubierta; dos, torso hacia arriba y mirada fijada en el infinito; tres, pie derecho en la línea de crujía; y cuatro, pie izquierdo un poco más allá de la parte media de la tabla, brazos estirados pero hombros pegados para bajar el centro de gravedad como celebrando un gol o bailando una haka ¿Resultado?: wipe out olímpico, que en castizo quiere decir “caída desbaratado con revolcón de la ola” ¿Qué pudo fallar? ¿Sabe usted eso de la teoría la tengo clara, pero el cuerpo hace lo que le viene? Más o menos eso pasó. Sin problemas, una vez recuperada la tabla, que no se va muy lejos porque está atada al tobillo mediante “el invento”, me subí, superé la rompiente y remé hasta la línea. A esperar otra y volverlo a intentar una vez más, y otra, y otra más. Cada vez con su revolcón marino correspondiente.
Se me acabaron las energías antes que las olas. Madre mía qué paliza. Y encima un par de surfistas nóveles de unos 14 años ya habían hecho sus pinitos esa misma mañana de pie sobre la tabla. La juventud es un asco. Una palmada de mi instructor Javi y a disfrutar de El Palmar de otra forma, mañana sería otro día con agujetas donde nunca las había tenido.
Dos jornadas después de la rutina de subirse a la tabla, remar, coger una ola, caer, ser centrifugado y volver a empezar, volvía a estar en la playa con la misma ilusión. Unos ejercicios de calentamiento en la playa y al agua patos. El cuerpo ya se me había encallecido y estaba dispuesto ese día a cabalgar una ola de pie. Sobre mi tabla escudriñaba en el horizonte el ansiado embate. Después de dos o tres olas que no me dieron mucha confianza, por fin llegó, perfecta, creciendo en cada metro que ganaba. Empecé a remar y de repente sentí cómo mi tabla se deslizaba por aquella energía imparable. Con un solo movimiento realicé los cuatro tiempos y empecé a levantarme lentamente sobre mi tabla. Los dedos de mis manos apuntando a la playa, los pies fijados, la tabla estable navegando firme hacia la derecha. La rompiente tras de mí, la sensación indescriptible, ¡estaba surfeando mi primera ola!
Tres segundos después fui abordado por otro surfista y caímos a la par mientras la ola daba buena cuenta de nosotros. Mi primera ola y mi primera colisión surfera, ¡todo en uno! No me importaba en absoluto haber caído, seguramente no hubiese durado mucho más de esos tres segundos, había surfeado. Esa misma mañana pude surfear unas tres o cuatro olas más, toda una experiencia y triunfo de la voluntad humana. Por la noche fui a celebrarlo, ya era un surfista con toda las de ley. Bueno, un casi-surfista.
La cuenta de resultados del curso de surf: surfeé mi primera ola después de 12 horas remando, tres raciones de croquetas de choco, cuatro gin tonics, siete cervezas, seis conciertos de música en vivo, de los cuales solamente uno fue horroroso y cuatro días de disfrute y felicidad total en el paraíso.
¿Quiere ser feliz? Apúntese a un curso de surf.
10 Beneficios del Surf
Practicar o aprender surf, a cualquier edad, es una de las mejores decisiones que puede tomar una persona que quiera ponerse en forma, divertirse y disfrutar de la naturaleza.
[1] El surf es uno de los mejores ejercicios que he realizado. Fortalece toda la musculatura, sobre todo torso y brazos, cuando se rema, que es la mayor parte del tiempo. Una vez que se coge la ola, el tronco y las piernas realizan mucho trabajo.
[2] Mejora el equilibrio y la coordinación general. Sincronizarse con una ola, ponerse de pie y "cabalgar la ola" requiere de acciones del cuerpo muy coordinadas y de mucho equilibrio. Y eso sin tener en cuenta los trucos que suelen realizar los surfistas más avanzados.
[3] No es un deporte de gran impacto, las articulaciones no percuten como cuando se corre. Cierto que hay muchas caídas, pero son al agua. Si uno no se deja caer de pie de la tabla, lo que se aconseja evitar insistentemente por los instructores, es difícil hacerse daño en este aspecto.
[4] El umbral de sufrimiento alto. La mente se concentra tanto en el deporte y la diversión que se olvida del esfuerzo físico. Esto hace que una sesión de surf sea más productiva que una en el gimnasio.
[5] El cuerpo se beneficia de los minerales disueltos en el agua como yodo, calcio, fósforo, potasio o magnesio, igual que una sesión de talasoterapia.
[6] El surf libera tantas endorfinas, que al final de una jornada uno se siente eufórico. Los surfistas anglosajones llaman a esta sensación "stoke".
[7] Cuando uno se encuentra en la línea esperando olas, no piensa en otra cosa, está viviendo el momento completamente relajado. Es una actividad outdoor fantástica para desestresarse y desconectar de los problemas cotidianos.
[8] Puede aprenderse y practicarse al ritmo individual. Siempre es solo uno con el mar. No hay nada más que la necesidad y circunstancias propias. No hay urgencias, ni prisas, ni presiones.
[9] En su libro "Blue Mind" el biólogo Wallace J.Nichols describe, basándose en evidencias científicas, que cuando uno está en el mar, el cerebro entra en un estado "levemente meditativo, caracterizado por la calma, la paz, unidad y la sensación general de satisfacción".
[10] Con el surf se entra en una comunidad donde se conoce mucha gente. Se forma parte de una cultura y un ambiente donde la amabilidad y la unión es la norma.
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