La vivienda pública reinventa cómo vivir en pocos metros
Un libro explica cómo paradójicamente las mejores promociones de pisos sociales tienen más calidad constructiva y arquitectónica que muchas privadas


De la autocrítica nace el cambio. Lo sabemos, lo sufrimos: el problema de la vivienda hoy es el de la falta de vivienda, una emergencia nacional que hace que la clase trabajadora y media no pueda vivir en las principales ciudades porque sólo las grandes rentas y los grandes inversionistas nacionales e internacionales pueden comprar vivienda a los precios actuales. Hasta que esta situación no se remedie —entendiendo la vivienda como un derecho y no como un bien de inversión—, tener casa será inaccesible. Y las urbes serán escenarios porque las ciudades sin ciudadanos no existen.
Este es hoy el problema de la vivienda. Sin embargo, durante décadas, lo fue también el de las viviendas que consumían demasiada energía —muchas veces perdiéndola—, el de la falta de flexibilidad de la arquitectura social —a la que parecía importarle más la fachada a la ciudad que la vida en el interior de los pisos— y el diseño y distribución de apartamentos de acuerdo con un modelo casi único de familia. Es decir: la falta de realidad.

Las viviendas promovidas por el IMPSOL (Instituto Metropolitano de Promoción de Suelo y Gestión Patrimonial) en el área metropolitana de Barcelona durante la última década ofrecen otros escenarios. Otras maneras de habitar. Sus arquitectos no firman experimentos, diseñan pisos sociales en los que las innovaciones tipológicas están orientadas a hacer convivir trabajo y domicilio, a relacionar el exterior y la intimidad, la vida comunitaria y la vida familiar, la eficiencia energética y el bienestar. El libro Vivienda en el área metropolitana de Barcelona explica estos cambios mostrando 26 edificios de viviendas sociales levantados en la última década.
Más allá de las cocinas abiertas, comunes a todos los diseños, en estos pisos el pasillo no es solo un lugar de paso, se ha esfumado. A veces se ha convertido en el patio-corazón-distribuidor del apartamento —como sucede en las 85 Viviendas levantadas en Cornellà de Llobregat de Peris + Toral— o en las 39 que Xavier Vendrell-DATAAE levantó en Montgat. Otras, en una sucesión de estancias. Los nuevos pisos sociales han hecho desaparecer el pasillo. Y, paradójicamente, tienen más calidad constructiva y arquitectónica que muchas promociones de vivienda privada. ¿Por qué? Por una cuestión ideológica —puede llamarse también ética— no se construyen para especular sino para durar.

Los espacios intermedios también han reaparecido en estas viviendas, no tanto protocolariamente, como recibidores, sino más bien como ampliaciones de las viviendas en terrazas —de nuevo en las de Cornellà de Llobregat diseñadas por Peris + Toral— o en las 136 viviendas que el estudio HArquitectes levantó en Gavà. Estos espacios intermedios —ni completamente exteriores ni interiores—, además de ampliar la casa y facilitar una convivencia vecinal, actúan ahora de filtro acústico y térmico. Rebajando el soleamiento y contribuyendo a reducir el consumo energético.
En este sentido, las nuevas viviendas sociales no son ni casas baratas ni promociones cortoplacistas. No ahorran ni en ideas ni en aislamiento. Para poder convivir con los ruidos urbanos y para rebajar, drásticamente, el gasto energético, las carpinterías son dobles. Y los muros gruesos. Hace una década que el IMPSOL hizo autocrítica y decidió estudiar los cambios sociales antes de idear las viviendas de las nuevas generaciones. Por eso sus muros ya no son de papel, las habitaciones están pensadas para poder convertirse en estudio y teletrabajar, algunas viviendas pequeñas tienen un doble acceso —profesional y personal—, hay un lugar para tender la ropa a secar, tienen con frecuencia espacios verdes comunitarios y siempre, siempre, acceso a la ventilación y al sol.
Esta promoción de viviendas la firman grandes arquitectos locales que se conocen el problema de la falta de metros, los ruidos urbanos y la precariedad. Tal vez por eso las viviendas se acercan a los problemas reales y ofrecen soluciones. Tienen, por fin, el nombre bien puesto. Son viviendas sociales.

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