Meter el lápiz en el ojo
El templo romano de Vic expone, hasta el 21 de abril, ‘Dones’, dibujos de la arquitecta Anna Pont para reivindicar y molestar deleitando
La arquitecta Anna Pont comparte con Jordi Comas ― y con otros tres arquitectos ― uno de los estudios más singulares del país. Por un lado, firman intervenciones urbanas que lo cambian todo sin que apenas se note. Su reciente Reordenación del entorno del Carrilet de Reus cose barrios con una nueva estructura que permite que sea el peatón quien mande en el lugar. O quien vea su espacio más protegido, priorizado.
Por otro lado, su arquitectura, de factura nórdica y preocupación ecológica, entiende que el espacio es la luz y que los materiales, como los volúmenes, no pueden dañar. En esa línea, su Centro de Salud (CAP) en Riells y Viabrea, levantado con forjado de madera natural y muros de CLT y madera reciclada, introduce el paisaje en el interior del edificio.
Pero, más allá de una práctica profesional exigente y comprometida, Pont tiene vida propia. Y en ella demuestra con destreza, empeño y sutileza que conoce el valor del tiempo. Sin galería propia y sin formación en Bellas Artes, Pont comenzó a dibujar caballos de niña. Y de ahí pasó a retratar a su familia. Cuenta su socio, Jordi Comas que una vez entró en una tienda de las Ramblas para preguntar qué empleaban los retratistas para conseguir los negros intensos. Ahí comenzó a utilizar la tinta china mezclándola con la acuarela.
Fue Comas quien la animó a dejar el formato bloc de dibujo y pasarse al lienzo. También a fijarse en algo más que en la familia. El resultado fue una exposición en el casino de Vic (Barcelona) donde viven y trabajan. Y un éxito. Luego Pont ganaría concursos de dibujo en Shanghái, Milán, Venecia, Treviso, Roma y Nueva York. Pero, curiosamente, han sido las redes sociales, Instagram y Twitter, las que han dado a conocer su mundo propio de trazo firme, humor, no indiferencia, mirada amable pero incisiva y delicadeza.
Como puede observarse en los 16 dibujos que conforman la muestra Dones, colgada ahora en el Templo romano de Vic hasta el próximo 21 de abril, los dibujos de Anna reivindican con más humor que sangre. No son gritos, pero tampoco susurros. Hablan de violencia y maternidad, de debilidades humanas, de sueños, de injusticia y de enfermedad.
Maite Palomo Chinarro, la comisaria de la muestra, cita a la historiadora norteamericana Linda Nochlin para explicar que la historia del arte feminista existe para dar guerra y cuestionar al patriarcado. Pero Anna lo hace con el humor de una sabiduría tranquila: la que comprende que el viaje está también en la imaginación. Así, su retrato Ratlles (2023) confunde las líneas blancas y negras de la piel y una blusa. Las convierte en algo anecdótico. Su Peixera (2022) sorbe con pajita agua de una pecera como si navegara, o buceara, en alta mar.
Es cierto que los dibujos de Pont acompañan, pero lo hacen inquiriendo, haciendo preguntas. Meten el lápiz en el ojo cuando dos niñas alzan igualmente los brazos. La rubia para bailar (Ballet), la de rasgos asiáticos para transportar agua. Molestan y recompensan a la mirada cuando dibujan los pechos como un sujetador, algo externo ― en alguien que padece cáncer de mama ― (Noia bolígraf) y cuando la belleza del selfie es la del exceso. La mujer que se hace un selfie entre los retratos de Anna Pont es oronda (fat, 2018).
Por eso, de la misma manera que la arquitectura dibuja el escenario de la vida, los retratos de Anna Pont definen nuestra relación con la humanidad. Están hechos desde el humor, es decir, desde el amor, no desde el juicio. Retratan una belleza que escapa tallas, cánones y prejuicios. La que sorbe el agua de la pecera con camiseta de marinera y un ancla tatuada posee la mirada, la actitud que Anna tiene cuando dibuja.
¿Cuál es esa mirada? La de la calma. La de quien conoce el valor del tiempo. Al final, los dibujos de Pont hablan del tiempo dedicado a cada trazo “entre cinco y diez tardes”, mide Comas el tiempo invertido. “Depende del tamaño”. Dedicar tantas horas a una idea ligera es una manera de estar en el mundo.
Anna Pont es una gran arquitecta. Y es una dibujante excepcional. Se expone. Habla. Hace pensar. Permite soñar. También gozar, con sus dibujos. Aun metiendo el dedo en el ojo, no perturba al espectador. No porque sea tibia (es incisiva), sino porque es capaz de hablar de lo más doloroso y complicado desde una profunda humanidad. La belleza sanadora que sale de su lápiz requiere tiempo. Y habla de su valor, del valor de estar aquí.
Babelia
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