‘Siempre es invierno’: y puede aparecer un poquito de luz en el largo invierno
Me siento muy agradecido y cómplice de muchas cosas en esta película de David Trueba: luminosa a ratos, amarga en otros y llena de interrogantes de difícil respuesta

Tengo dos pequeños problemas en una película que me gusta mucho, que me deja poso, que me provoca tristeza pero también sonrisas (incluso alguna carcajada), con uno de los desenlaces mas inteligentes y honestos que he visto en mucho tiempo (el mar al amanecer y un interrogante en off: “¿Y ahora que hacemos?“). Uno es que durante la parte inicial el personaje que protagoniza Siempre es invierno me cae regular, tirando a fatal. Pero me va ganando poco a poco ese fulano tan desolado como confuso. Al final, hasta acabo deseándole que le vaya bien. También me parecen excesivas la caricatura del cantante uruguayo y la letra lamentable de la muy tonta canción que interpreta. También me planteo cómo una señora tan hermosa como Amaia Salamanca se enamora de semejantes necios. Aclaradas mis desavenencias de carácter con estos dos fulanos, el resto me parece modélico. Existe una historia y un guion con tanto riesgo como regido por la inteligencia, la gracia, la imprevisibilidad, la elegancia narrativa y moral.
Es delicado hacer creíble y atractiva una relación sexual y sentimental (vete a saber si acaba en un amor duradero) entre un tipo de 36 años y una dama de 63. Él está roto. Su mujer le acaba de abandonar para retornar con un antiguo novio. Ocurre en Lieja, en un invierno con pinta de ser muy duro, en medio de un concurso de arquitectura que el protagonista no confía en ganar, presidido por un anciano coreano que añadirá a su condición de genio de la arquitectura una habilidad sibilina para hacer negocios propios explotando el talento de los jóvenes.
Pero ese fulano que rumia su infelicidad, aterido por dentro y por fuera, habitando los bancos públicos en los parques, tendrá la suerte de que una señora mayor y culta, rebosante de estilo, naturalidad, comprensión y clase, que hace demasiado tiempo se despidió de muchas cosas, se sienta seducida durante una noche por ese desesperado convenientemente borracho y que esa relación extraña ofrezca algunas señales de no terminar ahí.

No he leído la novela de David Trueba Blitz, que ahora él ha transformado con notable talento en imágenes y sonidos. No puedo comparar. Lo remediaré. Espero que me provoque las bonitas sensaciones que me asaltaron con la excelente Saber perder. Y, al igual que en anteriores películas de este director, como Vivir es fácil con los ojos cerrados y Saben aquell, estoy atento y conmovido por lo que veo y lo que escucho. Me encanta el significado de “tirita” y “trampolín” que le ofrece al náufrago sentimental una amante joven y pasajera: me gusta mucho cómo utiliza Trueba la música y me emociona que recuerde al olvidado George Brassens, aquel inmenso poeta, cantando la preciosa Los enamorados de los bancos públicos.
Y también suena el Franco Battiato más festivo suplicando: “Yo quiero verte danzar”. O sea, me siento muy agradecido y cómplice de tantas cosas en esta película luminosa a ratos, amarga en otros, llena de interrogantes de difícil respuesta. Habla de la vida y en ella acostumbra a pasar de todo Y tampoco se sabe lo que vendrá. Pero qué bien está descrita su incertidumbre. Y, cómo no, me encanta la actriz Isabelle Renauld. Su interpretación, su presencia, su personaje.
Siempre es invierno
Dirección: David Trueba.
Intérpretes: David Verdaguer, Isabelle Renauld, Amaia Salamanca, Vito Sanz.
Género: drama. España, 2025.
Duración: 100 minutos.
Estreno: 7 de noviembre.
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