Manuel Segade, director del Reina Sofía: “El museo va a dejar de ser un laberinto”
El gestor llega a la mitad de su mandato y estrena programación propia. “A ciertos espectros de la sociedad les molestan algunos productos culturales”, asegura


Manuel Segade (A Coruña, 48 años) llega a la mitad de su mandato al frente del Museo Reina Sofía, pero este ecuador se parece más al inicio de su gestión porque en este tiempo ha tenido que dedicarse a las exposiciones que su antecesor en el cargo, Manuel Borja-Villel, dejó programadas. “A nivel de visibilidad pública es ahora cuando se va a notar la transformación en el programa”, reconoce. En este tiempo, cuenta, se ha centrado en cambiar la cultura laboral de un transatlántico del arte contemporáneo con más de 700 empleados, a idear la reordenación de la colección permanente a través del proyecto de un nuevo modelo de museo que pretende que sea más amable con el visitante. Es decir, que le dejen de repetir que dirige un laberinto en el que es complicado hasta encontrar el Guernica.
Pregunta. ¿Cómo ha gestionado la herencia recibida?
Respuesta. Hago un balance hiperpositivo. El mismo que hice cuando llegué: no me he encontrado cadáveres debajo de las alfombras.
P. Acaba de presentar la nueva temporada de exposiciones, ¿qué dice de usted y de su proyecto para el museo?
R. El cambio más importante se va a producir cuando se presente la nueva reordenación de la colección permanente en febrero de 2026, con una primera etapa desde los años setenta hasta la actualidad. Ese es el momento en el que se va a ver hacia dónde quiere ir el museo. El programa de exposiciones es fundamental, estrenamos con Maruja Mallo. Es algo que seguiremos haciendo sin pausa: rescatar a las artistas y prácticas que hayan sido invisibilizadas.
P. ¿Por qué es tan relevante la colección permanente, entonces?
R. La colección nos va a permitir que el museo deje de ser un laberinto, una de las principales quejas de los visitantes. Para mí es importante que recuperemos una idea muy básica que tiene que ver con cómo se definían los museos ya en el siglo XVIII: deben tener la dimensión monumental del Estado y la comodidad de lo doméstico. Lo doméstico lo hemos olvidado con los años porque hemos estado muy centrados en la programación.
P. ¿Cómo va a ser más cómodo un museo de esta envergadura?
R. La entrada va a ser una zona de estar donde se pueden producir actividades educativas, hacer reuniones o simplemente descansar. Estamos planteando un nuevo diseño de interiores, del mobiliario. Parto de un pensamiento feminista: de lo menor a lo mayor. El contenido es fundamental, quiero que se entienda que la colección no solo trata de lo español, pero que la reordenación está hecha desde aquí. A la vez me importa muchísimo más que se entienda esa forma.
P. ¿Me puede dar un ejemplo?
R. La facilidad de pasar de una sala a otra, que los textos sean abiertos y sencillos para que todo el mundo los pueda comprender. Esa capacidad de que el museo hable y te recoja. En 2028, habremos transformado todo el edificio.

P. ¿De qué se quejan los visitantes?, ¿les escuchan?
R. Se suelen quejar de que el museo parece un laberinto, de que se pierden, de que no encuentran zonas de descanso agradables, de que falta una sala de lactancia… Tenemos a un equipo multidisciplinar en esto y vamos haciendo cambios como con las audioguías, los mapas del museo, plantear otro recibimiento para la gente que hace horas de cola para entrar a las 18.30 cuando el museo ya es gratuito y plantear dos entradas para las exposiciones temporales y la permanente. El objetivo es cómo incluir a más gente, cómo generar accesibilidad y cómo garantizar que cualquiera se pueda acercar al arte contemporáneo.
P. ¿Han arreglado los problemas que tenían con la falta de vigilantes de sala?
R. Hemos contratado 147 vigilantes nuevos y más de 30 funcionarios para cubrir los nuevos trabajos que no existían. Somos más de 700 empleados y esto va a permitir que se trabaje de manera más horizontal e interrelacional que, a veces, es lo que hace falta en estas estructuras administrativas.
P. El Gobierno sigue sin aprobar Presupuestos Generales y los museos nacionales como el Reina Sofía se sustentan en gran medida con estas partidas. ¿Cómo le afecta al programar una temporada de exposiciones?
R. Tenemos el mismo presupuesto que en 2023, es decir, cada año menos dinero. Pero es verdad que contamos con el apoyo total del Ministerio de Cultura y eso ayuda para tener un impulso financiero en el momento en que necesitamos hacer algo.

P. Desde hace ya unos años hay un debate en los museos sobre la descolonización, el feminismo, la representación de etnias... que en el fondo es un debate sobre qué función deben tener los museos y su perspectiva política.
R. Estructuras culturales como un museo nacional son estructuras políticas, en el sentido de que se dirigen a la polis y de que son espejos de la sociedad. César Aira, el escritor argentino, decía que los museos son las máquinas de dar definiciones de una sociedad. Lo comparto. No dice dar una definición, sino dar definiciones claras. Me gustaría que cualquiera que entrara en este museo encontrara cosas con las que identificarse y cosas con las que inquietarse para así tener su atención. La cultura está para eso.
P. ¿Usted cómo lo hace?
R. Con programas muy diversos. Este año tenemos a Félix González-Torres: un arte hiper conceptual y emocional, de la generación de la crisis del sida. Exposiciones de los años treinta, de la República, del textil de los años sesenta, de Aurèlia Muñoz, y la pintura de Juan Uslé. Arte popular y arte elevado. Es fundamental que mantengamos ese espectro amplio.
P. ¿El arte puede no ser político?
R. Un museo tiene que ser un espacio en el que la gente pueda ampliar su conocimiento, contestar sus propias opiniones y simplemente reconocer esa complejidad del mundo en el que vivimos. Muchas veces me han preguntado si nuestro museo debía tomar parte en un conflicto o debía simplemente hablar de él. Insisto, el Reina Sofía se funda como museo en el año 1992, gracias al traslado del Guernica desde el Casón del Buen Retiro. Y pregunto, ¿de qué trata el Guernica? Solo hay que ver lo que ocurre ahora en las manifestaciones contra los bombardeos israelíes en Gaza, la gente sale con el cuadro de Picasso. Esta obra fue utilizada contra la guerra de Vietnam, contra la de Ucrania. El arte siempre está antes.

P. ¿Le agota este debate: que les señalen como instituciones políticas o alineadas con el gobierno de turno?
R. Ahora hay una moda de que los museos nos hemos vuelto feministas, o nos interesan las minorías étnicas o la clase social. Resulta que ahí es donde creo que hay un deber fundamental que sí que nos corresponde construir y que tendrá mucho reflejo en la colección que vamos a presentar. La propia cultura que el museo cobija habla de estos temas. Es como si pretendemos que el Prado no trate la monarquía o la aristocracia. No queda otra que estar hablando continuamente de esto desde distintos lados. El museo, en cierto modo, toma partido, pero también abre discusiones.
P. ¿Alguna vez se siente directamente atacado?
R. No siento un ataque extremo porque los museos están llenos de gente interesada en el arte. Muchos de los ataques, por ejemplo, a través de las redes sociales, son de personas que jamás van a ser el público de nuestros museos. A lo mejor, en un momento dado, todo se vuelve conservador y tendremos que pensar si queremos apoyar esa visión de la cultura.
P. Ya hay guerras culturales, otra vez.
R. Vuelve a dejar claro que la cultura es fundamental, que a ciertos espectros de la sociedad española o internacional les molestan ciertos productos culturales. Indica que el poder de la representación, o sea, el poder del ejercicio imaginario sobre lo real que tienen los y las artistas es un poder fuerte. Mi única militancia en ese sentido es que necesitamos públicos críticos y públicos librepensadores.
P. Cada año los museos baten récords de visitas y se debe, en parte, al auge del turismo. En este momento en el que se cuestiona el modelo y cómo afecta a las ciudades, ¿cómo lo vive?
R. El número de turistas ha subido en el último año un 10% en la sede central del museo. Es un turismo que paga entrada, de un perfil sociocultural concreto que evidentemente es muy ventajoso para nosotros. No lo vamos a negar. A la vez, no hemos alcanzado ningún límite, como puede pasar en el Louvre. No me parece un problema ahora mismo, el día que nos enfrentemos realmente a un turismo masivo y extremo tendremos que estudiarlo.

P. La cercanía al Reina Sofía es uno de los reclamos en los anuncios de los alquileres turísticos.
R. Trabajamos mucho con los colectivos y las diferentes asociaciones activistas del barrio. La gentrificación de Madrid es un hecho claro del que el museo participa. En eso no cabe ninguna duda. No somos ingenuos. Si queremos que este sea un museo de los cuidados, tiene que extender esos cuidados a otros niveles. Y eso es lo que estamos intentando hacer de forma profunda.
P. Aún le queda la mitad de su mandato y puede renovar, pero, ¿le gustaría que ese fuera su legado?
R. Se recuerda a los directores por una exposición o algo del programa, pero a mí me interesa mucho más la ejecución, la manera en la que puedo cambiar el museo.
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