Ana Crismán, la artista que ha convertido el arpa en instrumento flamenco
La jerezana culmina una peripecia musical y personal con la presentación de su primer álbum, ‘Arpaora’, que abandera la primera arpa que se adentra en los sonidos jondos

A Ana Crismán (Jerez de la Frontera, 42 años) la música la había acompañado desde bien pequeña: el piano fue su compañero durante los reglamentarios 10 años de Conservatorio del grado medio que concluyó siendo aún muy joven. Después de ello, decidió completar su formación con una licenciatura en Historia y Ciencias de la Música, lo que le posibilitó convertirse en profesora con tan solo 21 años. A la docencia se aplicó durante un tiempo considerable, sin imaginar el giro vital que la misma música que la acompañaba le iba a deparar.
Muy consciente de la vida y de lo que hacemos o dejamos de hacer en ella, Crisman cuenta en conversación con El PAÍS cómo un verano, durante un viaje por Irlanda, escuchó en los acantilados de Moher a un músico callejero que tocaba el arpa celta. Se sintió hechizada por aquel sonido: “Me rendí a su belleza y, al mismo tiempo, tuve una corazonada: sentí que lo que escuchaba era flamenco”. Una apreciación nada baladí para una mujer que, por nacencia, no era en nada ajena al género.
Probablemente, no pudo imaginar que aquella intuición, unida a un hechizo que devendría en enamoramiento —“te puedes enamorar de una entidad no humana”, afirma—, habría de cambiar su vida. En aquel momento, Crismán, que llevaba 20 años sin tocar el piano, decidió dedicarse por entero al arpa, pero no a cualquiera de ellas, tenía que ser al arpa flamenca, un instrumento que, paradójicamente, no existía. Consciente de ello, con la misma determinación que exhibe en todo cuanto cuenta, se empleó en algo que aún no da por concluido: crear lo que no existía y, por añadidura, conseguir el sonido flamenco para su instrumento.

La arpista, convertida ahora en arpaora, hace gala de un vasto conocimiento de la variedad de arpas existentes y cuenta cómo fue buscando sonoridades entre ellas, porque “no todas se ajustaban al sonido flamenco”: del arpa llanera de Colombia le gustaron los sonidos graves y de la celta más los medios y agudos, así que, en otra determinación, y siempre en la búsqueda de ese sonido, decidió construirse la suya propia. Ya va por la tercera y aún no se da por satisfecha: “La música no acaba, ninguna obra se debe dar por terminada”. Su actual instrumento, de madera de haya y pino abeto recubierta de nogal, cuenta con 35 cuerdas y, además del sonido, se ajusta a los requerimientos de peso que necesita para sus viajes.
El aprendizaje constituyó un capítulo aparte. Quiso estudiar, aprender, pero se le cerraron todas las puertas: “Me decían que era muy mayor”. No le cupo otra que hacerlo sola. Su experiencia como autodidacta, declara, “fue intensa y transformadora”. Le faltaban las horas y su vida se convirtió en una búsqueda obsesiva de tiempo para tocar. “Todo lo demás era para después”. Y llegó la decisión más trascendente: abandonar su empleo como funcionaria docente para poder tocar “unas 14 o 16 horas diarias”. Fue en 2018. “En aquel momento no tenía ni un concierto”, recuerda.
Afortunadamente, su singularidad —abandera la primera arpa de la historia que se adentra en los sonidos jondos— y la magia de su sonido le fueron abriendo puertas. En 2019 ya presentaba en Nueva York su primer proyecto, al que siguieron apariciones en festivales nacionales —Bienal de Sevilla, Suma Flamenca de Madrid, Festival de Jerez— e internacionales: Flamenco Festival de Los Ángeles, el Harp on Wight en Inglaterra o Lo Andalou de Aviñón (Francia).
La defensa que hace Crismán de su instrumento es frontal. Destaca lo mismo su expresividad que su jondura y sonoridad, que defiende que es muy flamenca: “Es un sonido muy mágico, que te lleva a un lugar en el que nunca has estado”. Insiste en su versatilidad y capacidad para incorporar los códigos del discurso jondo y sus patrones rítmicos, melódicos y armónicos. “El arpa es muy anterior a la guitarra, como su tatarabuela, por decir algo, pero comparten la misma ancestralidad. Es un sonido que está en la memoria colectiva”.
En su primer disco, Arpaora, presentado durante el 29º Festival de Jerez, que se clausuró el pasado sábado, Crismán ha contado con la colaboración de los cantaores Vicente Soto, Sordera, José Valencia y Tomasa Guerrero, La Macanita, a los que acompaña de manera delicada, como ocurrió en el concierto de presentación. Ella reconoce que ese cante, el de su tierra, que considera la banda sonora de su vida, es lo que le conmueve e inspira: “Un buen cante, cuando me llega, me da para horas de estudio”.
Afianzada en su apuesta, que presentará este próximo sábado en Madrid, dentro del festival Ellas Crean, en el Centro Cultural Eduardo Úrculo, Crismán se niega a mirar al futuro y, con la misma rotundidad que impregna todo su discurso, asegura no tener planes: “No los hago ni los tengo. La vida me dio un giro, no es como la planeamos”.
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