Maratón de teatro en Madrid: de siete a 24 horas en el escenario para alcanzar la catarsis
El canadiense Robert Lepage y la actriz María Hervás presentan espectáculos de larga duración en la nueva edición del Festival de Otoño, que se inaugura este miércoles
¿Qué duración se considera razonable para una obra de teatro en estos tiempos? Los programadores manejan un estándar: menos de una hora sabe a poco; más de tres asusta. Pero de la misma forma que hay quien saca tiempo para pegarse una panzada de conciertos durante dos o tres días sin descanso en los festivales de música, los aficionados al teatro saben que un espectáculo de cinco, siete, quince y hasta veinticuatro horas es una vivencia de alto voltaje. Todos buscan lo mismo: una experiencia extraordinaria. Tal vez incluso una catarsis radical.
Son legendarias las 12 horas del Mahabharata de Peter Brook, las 21 del Fausto de Peter Stein, las 24 del Mount Olimpus de Jan Fabre. La semana que viene se presentará por primera vez en España otro título mítico de siete hors: The Seven Streams of the River Ōta (Las siete corrientes del río Ota), un espectáculo del autor y director canadiense Robert Lepage estrenado en Quebec en 1994 y todavía vigente dos décadas después. Es una de las propuestas más esperadas del Festival de Otoño de Madrid, que se inaugura este miércoles, pero no la única ni la más maratoniana: la actriz María Hervás (Madrid, 37 años) estará 24 horas ininterrumpidas ella sola sobre el escenario en la obra The Second Woman. Las entradas para ambas producciones se agotaron en cuanto salieron a la venta.
Robert Lepage (Quebec, 66 años) defiende el teatro de larga duración como “acontecimiento”. El creador canadiense alcanzó fama internacional en 1987 precisamente por su monumental Trilogía de los dragones, de seis horas. En 2007 estrenó Lypsych, que alcanzaba las nueve horas. “Vivimos en un mundo en el que la gente tiene en sus casas pantallas gigantes con acceso inmediato a miles de películas y series. Así que si quieres que salgan a la calle, tienes que crear algo extraordinario. Debes conseguir que el tiempo juegue a tu favor. Un espectáculo largo lo vas a recordar mucho más porque te obliga a implicarte: tienes que buscar un hueco en tu agenda, olvidar todo lo demás durante ese tiempo”, explica Lepage en una conversación por videollamada.
The Seven Streams of the River Ōta, que se representará en los Teatros del Canal de Madrid del 16 al 26 de noviembre, fue la producción fundacional de Ex Machina, la compañía donde Lepage desarrolla desde 1994 el particular vocabulario escénico que lo ha coronado mundialmente como “el mago del teatro de vanguardia”. Sus espectáculos, que concibe desde el origen ensamblando distintos lenguajes escénicos (texto, escenografía, audiovisual) de manera precisa y poética, han marcado la historia del teatro no solo por sus proezas visuales, sino también por su ambición temática: historias individuales que se desarrollan de manera paralela en diferentes partes del mundo y se acaban entrelazando para conformar un fresco global atravesado por acontecimientos históricos.
El argumento de The Seven Streams of the River Ōta comienza en 1945 en Hiroshima con el lanzamiento de la bomba atómica y termina en 1995 en el mismo lugar tras la culminación de siete historias en las que confluyen tres de los grandes males de la segunda mitad del siglo XX: los campos de concentración nazis, la amenaza nuclear y el sida. La producción se estrenó en 1994, se representó en gira internacional hasta 1998 y en 2019 Lepage decidió volverlo a poner en pie prácticamente sin cambios. “La hemos retomado porque hay recuerdos horribles que se están borrando y es importante refrescarlos y transmitirlos a las nuevas generaciones. El teatro está íntimamente conectado con el acto del recuerdo y la memoria. Muchos textos, no solo dramáticos sino también poesía o relatos, han sobrevivido al tiempo y a la censura gracias a actores que se los sabían de memoria. Por otra parte, el teatro brinda un espacio para recordar en comunidad y eso es clave para sostener la conciencia colectiva”, esgrime el director. En este sentido, los montajes de larga duración son especialmente poderosos. “Hay hechos como los que se cuentan en esta obra que necesitan tiempo para ser desarrollados en toda su dimensión. Incluso los descansos tienen una función: no solo sirven para estirar las piernas o ir al baño, sino también para ir asimilando lo que ocurre sobre el escenario y comentarlo con otros espectadores”, continúa Lepage.
La actriz María Hervás se subirá este sábado a las 18.00 al escenario de la Sala Verde de los Teatros del Canal y no se bajará hasta las seis del domingo para representar The Second Woman, obra creada en Australia en 2017 por Nat Randall y Anna Breckon para explorar los estereotipos de género y las dinámicas de poder en las relaciones entre hombres y mujeres. Veinticuatro horas ininterrumpidas de representación durante las cuales visitarán a Hervás alrededor de un centenar de hombres escogidos previamente y que tendrán que responder de manera improvisada, cada uno a su manera, al diálogo que les plantea la intérprete. Por eso el tiempo es aquí también clave: “La pieza funciona a base de la repetición. Si te vas a las dos horas, probablemente te quedes solo con lo anecdótico. Cuanto más tiempo te quedas, más capas de significado alcanzas porque cada participante es un mundo y cada uno reacciona a su manera. Y algunas reacciones son brutales”, advierte por teléfono la actriz.
Hervás lo ha constatado porque ya ha representado la obra en dos ocasiones (el pasado julio en el Festival Grec de Barcelona y hace tres semanas en el Teatro Central de Sevilla). “Cuando ensayaba no pensaba que hubiera gente que fuera a quedarse todo el tiempo. Pero muchos espectadores se quedan. Me han dicho que funciona como una máquina tragaperras. Sabes que cada cierto tiempo toca el premio gordo y no te atreves a marcharte por si acaso la siguiente jugada es la buena”, comenta la actriz.
Como Lepage, Hervás menciona también el concepto de “comunidad” para defender la larga duración de la pieza. “En las representaciones anteriores ha habido momentos en los que los espectadores me jaleaban o desaprobaban en alto algunas reacciones de los hombres. De alguna manera, se crea un sentimiento de comunión conmigo por el cual se sienten impulsados a defenderme ante actitudes violentas. Sobre todo de madrugada, cuando sientes el cansancio y empiezas a operar desde sitios más instintivos. Es curioso, porque yo desde dentro a veces no fui capaz de detectar algunas situaciones que el público distinguió claramente como agresiones. Tal vez porque no tienes escala o porque, efectivamente, la violencia de género no siempre es fácil de detectar”, reflexiona la actriz. Es la comunidad manifestándose en el teatro. Igual que en las redes sociales.
Babelia
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