Con esta máscara grotesca tendrá mayor conciencia crítica: el Reina Sofía recupera el esperpento de Valle-Inclán para entender la actualidad
El museo disecciona la idea del autor de ‘Luces de Bohemia’ en una exposición en la que une la cultura popular a otras artes para entender el pasado y el presente
Desde los años veinte, cuando Ramón María del Valle-Inclán publicó Luces de Bohemia, se ha recurrido, reinterpretado y actualizado tanto esa idea del esperpento y lo grotesco que representaba Max Extrella, el escritor ciego y fracasado que recorría Madrid, que parece ya casi agotada en sí misma. Se ha usado en el teatro, en la literatura, en las artes plásticas, en centenares de artículos en los que periodistas y opinadores ponían los espejos cóncavos (recurso literario del escritor) frente a sus coyunturas. Haga el ejercicio, rebusque entre las noticias del día y volverá a encontrar un momento que esté sucediendo justo ahora mismo que podrá calificar de esperpéntico, grotesco y deforme.
Tal vez, estos términos estén tan interiorizados en el léxico y las vivencias que se hayan independizado de su autor. En el Museo Reina Sofía de Madrid recuperan la figura de Valle-Inclán, vuelven a ligar este pensamiento a su creador original en España, en busca de una nueva perspectiva para entender aquella realidad histórica que se acercaba a la II República y criticó la Restauración borbónica, y de paso vincularla a la actualidad en Esperpento. Arte popular y revolución estética (del 9 de octubre hasta el 10 de marzo).
Seis comisarios (Pablo Allepuz, Rafael García, Germán Labrador, Beatriz Martínez-Hijazo, José A. Sánchez y Teresa Velázquez) han desplegado en ocho secciones, que son más de ocho salas del museo, una muestra que comienza con esa idea que defendía Max Estrella: “El esperpentismo lo ha inventado Goya… Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. Al museo no han llegado cuadros de Goya, sino una multitud de ejemplos de caricatura política en la que los dardos se lanzan contra determinados personajes, en muchas ocasiones transmutados en animales.
Desde el inicio, los responsables de la exposición han incluido todo tipo de dispositivos ópticos como las linternas mágicas, las marionetas, las máscaras y los guiñoles para recordar la vinculación de la cultura popular con el esperpento. La alta y baja cultura (si esta distinción significa algo) se encontraron en la necesidad de acabar con el pasado y acercarse a las vanguardias que ya se estaban dando en Europa y América Latina y que, en muchos casos, rechazaban el naturalismo anterior. Esa presencia también está en la música de zarzuela y en la que lanzan vídeos e instalaciones que componen algo así como la banda sonora de una exposición que es total en cuanto a la mezcla y acumulación de artes.
El recorrido por el esperpento avanza de manera cronológica por las salas. Pasan las primeras décadas del siglo XX y con ellas los avances en física, la manera en la que la filosofía desafió a la religión y algunas concepciones morales para después derivar en corrientes espiritistas. Hay una particular representación estética de lo que significó la violencia de la I Guerra Mundial y los avances tecnológicos ideados para el combate que aunque es cruel de la misma manera que lo puede llegar a ser el arte más realista, es crudo en su monstruosidad burlesca y su tono sarcástico. Así se refleja en el tríptico Estados mentales del futurista Umberto Boccioni que intenta retratar las alteraciones psicosomáticas que provocó la modernidad de la época.
Hay más literalidad, sin embargo, en las salas dedicadas al teatro de marionetas porque ya no hay que imaginar entre las formas cubistas, sino simplemente fijarse en los personajes que representan a seres humanos deformados por sus ropajes y otras prótesis que cuelgan de hilos. ¿Quién maneja a estos peleles que se parecen entre poco y nada a los grandes héroes?, han planteado los comisarios, “las élites ocultas”. Para descubrir esta metáfora de la realidad se ha hecho una reconstrucción a escala real del Teatro del Piccoli de Vittorio Podrecca, con marionetas originales de la década de 1940.
Hay un momento en el que la exposición se carnivaliza en su explicación del mundo y de repente hay una sensación de estar en la feria, entre la gente. A través de ese filtro se sigue mirando a la violencia colonial y la que se ejerció sobre el cuerpo de las mujeres. Hay dos maneras de exponerlo, en el folletín y la farsa de Valle-Inclán y a la vez en las fotografías de la guerra del Rif de Alfonso Sánchez García y su hijo, Alfonso Sánchez Portela, con obras de corte caricaturesco como las de Feliu Elías y Juan Gris.
Hacia el final de la muestra, cuando aparece representado el ascenso de los fascismos en los espacios llamados Tirano Banderas y Ruedo ibérico, referencias directas a obras del autor, el eco de cómo el esperpento llega casi hasta la actualidad resuena más fuerte. “El objetivo es que el visitante no solo conozca el contexto del siglo XX, sino que haga esta traslación al siglo XXI”, resume Teresa Velázquez, una de las comisarias tras el largo recorrido por la exposición. La pintura El Tirano de José Clemente, colocada en la penumbra, es una crítica mordaz a los regímenes despóticos que casi da risa de la tristeza con la que se retrata a ese dictador.
La intención de Valle-Inclán en su manera de entender el esperpento, recuerdan los responsables de la exposición, era provocar un cambio, sumarse a la conversación sobre la transformación social. Por eso, después de un momento entre la tristeza, la risa y el dolor que cuadros como Fusilamientos en la plaza de toros de Badajoz, de Joaquim Martí-Bas provoca, llega ese momento de reflexión que desdibuja la sonrisa de la cara.
Babelia
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