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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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David Bowie, retrato del artista adolescente

Un libro ricamente ilustrado retrata la breve etapa del gran camaleón como chico ‘mod’

El cantante y compositor David Bowie en una imagen circa 1966, en Londres.
El cantante y compositor David Bowie en una imagen circa 1966, en Londres.Michael Ochs Archives (Getty Images)
Diego A. Manrique

Una microhistoria que merece leerse. El nacimiento de Bowie, traducido por Alex Cooper para Ediciones Chelsea, es un libro hermoso. El autor, Phil Lancaster, no pretende ser profesional de la escritura: tocaba la batería en The Lower Third, grupo donde cantaba David, con 18 años. Allí no ocurrió nada especialmente significativo, aparte de cambiar su nombre artístico de Davey Jones a David Bowie. Esa trivialidad tiene su valor: al final, aquí tenemos la crónica universal de cualquier conjunto de mediados de los sesenta.

Corrijo: quizás sí que acontecieron novedades. David ya había grabado con The King Bees y The Manish Boys, grupos cuyos nombres revelaban militancia en la música afroamericana y consiguiente dedicación a las versiones. En 1965, con Lower Third, descubre la facilidad para componer más la voluntad de conectar con una subcultura juvenil: los mods, siguiendo la pista The Who. Actúan maqueados, con corbata, y David hasta se corta su rubia melena, que le había proporcionado cierta popularidad como fundador de una quimérica Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Hombres de Pelos Largos, tras ser entrevistado jovialmente por la BBC.

Funcionan en el medio musical londinense, que ofrece abundantes oportunidades. Antes de sacar su primer LP, en junio de 1967, David ya ha pasado por tres discográficas y protagonizado media docena de singles. Discos técnicamente profesionales, gracias a productores como Shel Talmy o Tony Hatch, con presencia de session men del calibre de Jimmy Page y Nicky Hopkins. Pero Bowie y The Lower Third no disfrutan de recompensas materiales: cobran unas pocas libras por bolo, a repartir entre cuatro personas después de que el representante se lleve su tajada. Sí, actúan en locales hoy legendarios como el Marquee, el 100 Club o el Golf-Drout parisino, pero recorren las carreteras en una antigua ambulancia en la que se amontonan músicos y equipo, donde muchas noches terminan durmiendo.

Eso si no surge algún ligue. David es guapo y, como dice un observador, está tan delgado que “las chicas quieren llevárselo a casa y darle de comer”. Discretamente, también experimenta con hombres. Es un mundillo tolerante y poroso: una de las fans de Bowie resulta ser Mandy Rice-Davies, implicada en aquel escándalo Profumo que hundió al gobierno conservador de Harold Macmillan.

La ambición de Bowie se hace evidente: sabe engatusar a sucesivos managers. Y no hay lealtad hacia sus músicos: cambia regularmente de banda. Ni siquiera recuerda nítidamente lo que hacía con Lower Third. En 1983, asegura que tocaban temas de John Lee Hooker; Lancaster precisa que en el repertorio no había nada de aquel bluesman.

La temprana capacidad de David para reinventarse todavía deslumbra. En los sesenta, en ansiosa búsqueda del éxito, renueva constantemente imagen y sonido. Ejerce de mod, hippy, activista underground, cantante en festivales competitivos (¡Malta International Song Festival!) y ¿dónde encuadrar su etapa como mimo? Musicalmente, salta sin parar: rock & roll, rhythm and blues, mod, pop orquestal, cantautor… hasta que en 1969 finalmente acierta con Space oddity, una melancólica variación sobre el argumento de 2001, la película de Kubrick, que mágicamente coincide con el alunizaje del Apollo XI. Ya está en el meollo, solo es cuestión de modular su oferta. Y nuevamente, vaya, cortarse el pelo.

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