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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Esa pasión universal llamada ‘yodel’

El arte de jugar con la voz, entre lo gutural y el falsete

Yodel música
Slim Whitman, en una actuación en un programa de televisión en Nashville, Tennessee, en 1981.Beth Gwinn (Getty Images)
Diego A. Manrique

Siempre tiene que aparecer un aguafiestas. Alguien que sugiere, por ejemplo, que el yodel tiene cualidades letales. Hablo del cineasta Tim Burton. En Mars attacks! (1996), los marcianos están a punto de conquistar nuestro planeta cuando se descubre que no soportan la canción Indian Love Call, del artista vaquero Slim Whitman: su yodel hace que, literalmente, sus desmesurados cerebros se desintegren.

¡Gracias, Tim! En verdad, Whitman no es precisamente la pura encarnación del yodel. En términos históricos, esa técnica se identifica con Jimmie Rodgers, oficialmente padre del country, hombre de vida breve (1897-1933) pero que dejó un considerable legado musical. En 1997, Bob Dylan inauguró su sello discográfico, Egyptian Records, con The Songs Of Jimmie Rodgers, un homenaje al que se sumaron Van Morrison, Dickey Betts, Bono y, naturalmente, muchas estrellas del country. Dylan, por cierto, evitó los gorgoritos.

El yodel, aquí más conocido como canto a la tirolesa, se considera habitualmente una aportación de los emigrantes de países alpinos a Estados Unidos. Pero hay una teoría alternativa: el citado Rodgers se inició en el negocio del blackface, espectáculos nacidos en el siglo XIX donde artistas blancos se tiznaban cara y manos para burlarse de los modos de la minoría negra. Según esto, el yodel partiría de ancestrales tradiciones musicales de los afroamericanos.

Tradiciones que muchos descendientes de esclavos emancipados rechazarían tras el escarnio del blackface. Lo que explicaría que el yodel no haya prosperado tanto entre los cantantes negros, con las excepciones de figuras de gargantas bien dotadas, como Bobby McFerrin o Aaron Neville, que lo consideraban otro recurso más. Caso especial es Leon Thomas, vocalista inicialmente alineado con el jazz espiritual de Pharoah Sanders, que explicitaba sus audacias de pecho y laringe como una herencia del canto de los pigmeos de los bosques húmedos africanos.

Vamos a evitar entrar en contiendas identitarias. Puede que el yodel sea tan antiguo como el lenguaje o, al menos, un derivado del proceso de domesticación de las especies animales. Las más dotadas de las yodelistas vaqueras fueron las DeZurik Sisters, dos hermanas de origen eslovaco que comenzaron imitando a los pájaros y otras criaturas de su granja en Minnesota. Desdichadamente, Mary Jane y Carolyn DeZurik grabaron pocos discos, pero los testigos de sus directos aseguraban que, aparte de su particular zoológico familiar, emulaban también instrumentos musicales y otros sonidos.

El yodel puede recorrer desde el tono grave hasta el falsete (o al revés). Aunque parezca que los suizos tengan la exclusiva de su comercialización, fueron los holandeses de Focus quienes lo introdujeron en el rock, con su pegajoso Hocus pocus (1971). En general, el yodel refleja exuberancia o melancolía; está presente en diversas culturas de los cinco continentes. Aparece en la versión original de la canción sudafricana más universal, Mbube, grabada por Solomon Linda en 1939 y posteriormente difundida como El león duerme esta noche, un escandaloso caso de apropiación cultural (el autor murió en la miseria).

Y una curiosidad polinesia. Los hawaianos aseguran que su yodel deriva de los paniolos, como llamaban a los vaqueros que desembarcaron con sus guitarras en el archipiélago, allá por el siglo XIX. Los nativos creían que eran españoles pero no, en su mayoría venían de México. Charros pero no de Salamanca.

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