Actos colectivos
Cuando se publicó el reportaje sobre los abusos de Carlos Vermut no me sorprendí porque yo, como tantas otras, ya lo sabía
EL PAÍS publica un reportaje sobre las acusaciones de violencia sexual contra Carlos Vermut y la actividad en las redes estalla. Todo el mundo compartió por Instagram el post del artículo, clips de apoyo a las víctimas en la alfombra roja de los premios Feroz y tuits como “solo había que ver sus películas para saber que era un abusador”. Instagram estaba lleno de la frase que Lucía Lijtmaer dijo en el capítulo El miedo, del podcast Deforme Semanal: “No olvidéis nunca esto: las mujeres hablamos entre nosotras, y tenemos un disco duro que flipas con toda esta información. Y algún día, os dará tanto miedo como a nosotras oír pasos volviendo a casa por la noche”. Adoro a Lucía Lijtmaer, y entiendo lo que quería decir, pero me revienta que lo único que podamos hacer con la información sea guardarla en un disco duro. Supongo que por eso cuando salió el reportaje no me sorprendí porque yo, como tantas otras, ya lo sabía.
Ingrid Guardiola tuiteaba: “Sin ironía, hoy es un buen día para revisar el capítulo Actos colectivos”. Jordi Basté también lo recomendaba en El Món a RAC1. Actos colectivos es el octavo capítulo de Autodefensa ―o la mejor serie del mundo―, que podéis encontrar en Filmin ―o la mejor plataforma del mundo―. Explica la historia de dos aspirantes a actriz (Belén Barenys y yo misma) y un director de cine (interpretado por David Menéndez) joven, talentoso y encantador, que es muy sabido que ha ejercido abusos sexuales y de poder durante su carrera. En la ficción, Berta y Belén deciden grabar el momento en que él se sobrepasa para chantajearle y conseguir trabajo para ellas y para todas sus amigas, porque, igual que Vermut, es un abusador, pero hace buenas películas. Esta trama tan rocambolesca sirve como punto de partida para plantear muchas cuestiones que todavía no habíamos visto reflejadas en la ficción de aquí: ¿quién tiene el privilegio para denunciar? ¿Sirve de algo la militancia en redes? ¿Existen actos colectivos reales?
Recuerdo que cuando escribimos este capítulo discutimos mucho. Nos repetíamos que no teníamos que ser obvias, que él tenía que ser un personaje encantador y tener mucho miedo de ser cancelado. Que era un abusador del siglo XXI. Creíamos que teníamos que ir más allá de los discursos panfletarios de alfombra roja y frivolizamos sobre el Me Too, la mercantilización del feminismo y la militancia de stories. No porque no creyéramos en ello, sino porque nos parecía insuficiente. También recuerdo el momento en que Belén dijo: “Estas tías no son el problema”, y tenía razón, pero tampoco es momento de compadecernos de nosotras mismas y subestimar nuestro poder relegando todas nuestras conquistas a compartir unas stories de apoyo.
La última discusión interna que generó el capítulo fue la decisión del título. Por un lado, había quien creía que Actos colectivos era demasiado serio: “Parece un ensayo de Marina Garcés”. Al otro lado, defendíamos que, precisamente, era una broma, que a pesar del tono de ensayo jipioso, la ironía era obvia, porque, desgraciadamente, en la industria del cine no existen los actos colectivos.
Leer el reportaje me transportó a los Premios Feroz del año pasado. Durante la fiesta, se me reveló el nombre de Vermut como abusador con el de tantos otros más que sabidos dentro de la industria. Recuerdo pensar que, si la pringada que acaba de llegar ―es decir, yo― podía acceder a toda esta información en solo una noche, todo el mundo lo tenía que saber.
A raíz del caso de acoso en los Feroz del año pasado (y también apelando al capítulo de Autodefensa) muchos periodistas me llamaron preguntando si sabía algo. Recuerdo responder que no era yo la persona que tenía que hablar. Cuando decimos que hablamos entre nosotras nos referimos a las colas de los lavabos, de fiesta o a través de una broma. Muchas veces a todos estos nombres los acompaña un “por favor no lo expliques a nadie” o “solo te lo digo para avisarte”. Es verdad que todas tenemos un disco duro que flipas, pero también es verdad que ninguna de nosotros hablará en nombre de otra.
En este último año de faranduleo también me he enterado de que hay investigaciones abiertas constantemente. Todos los periodistas con quien he hablado tienen la misma lista, los mismos nombres. Algunos saldrán a la luz, pero otros no, porque los pescados gordos (sí, exactamente los que os estáis imaginando) tienen el poder de parar las investigaciones a golpe de talonario y, de este modo, se aseguran que los reportajes nunca salgan de las redacciones. Esto también lo sabe todo el mundo.
Vermut es un abusador, sí, pero también es un pringado que no ha tenido ni el dinero ni la inteligencia para salir indemne de esta situación ―qué vergüenza sus respuestas― y a esto nos referimos cuando decimos que no es un caso aislado, sino un problema estructural.
Por mucho que nos cueste admitirlo, todas aquellas a las que nos han recitado la lista de nombres, pero callamos porque creemos que no tenemos que ser nosotras las que tenemos que hablar ―porque nos han pedido silencio, porque creemos que es meternos donde no nos piden o porque tampoco queremos perder el trabajo―, también formamos parte de la estructura de poder que protege los abusadores.
Supongo que por eso estoy harta de ver chicas compartiendo la frase de Lijtmaer o tuits del estilo “si yo hablara de cierto agresor sexual que actúa en aquella serie catalana de filosofía…”. Porque sé que es verdad que tenemos una lista, pero también es verdad que todavía no sabemos qué hacer con ella. Y ellos también lo saben, piensan que nunca hablaremos, que como mucho alguno recibirá en el próximo reportaje o al siguiente linchamiento en Twitter, pero que nunca organizaremos un acto colectivo de verdad, ni encontraremos la manera de limpiar una industria donde el espacio más seguro para las mujeres continúa siendo la cola de los lavabos.
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