Eduardo Mendoza: “Los años dedicados a la literatura me han servido para no entender nada”
El escritor regresa a la novela con ‘Tres enigmas para la Organización’, una intriga con guiños a los superhéroes en la que mezcla humor y aventura en la Barcelona de 2022
Han pasado más de 50 años desde que Eduardo Mendoza (Barcelona, 80 años) entregó su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta, y tres desde que publicó en 2021 Transbordo en Moscú, la última entrega de la trilogía de Rufo Batalla con la que el escritor hizo un repaso irreverente a algunos episodios del siglo XX, y anunciaba, sin mucha ceremonia ni prosopopeya que dejaba de novelar. “Una de las razones por las que seguí escribiendo creo que es para no tener que releerme, a ver si me iba a dar por ahí. Eso me causaba mucha angustia”, reflexionaba con ironía el martes por la tarde en la cafetería de un hotel en el Eixample barcelonés.
Apenas unas calles más allá del lugar de la entrevista se ubica la oficina de los peculiares agentes que protagonizan Tres enigmas para la Organización (Seix Barral), el libro con el que Mendoza ha vuelto a la novela con el desenfado, la capacidad de observación y la comicidad que le caracterizan. “Como escritor el humor es un desafío, porque si te cuento algo que me ha pasado escuchas, pero si es un chiste te tengo que hacer reír”, aseguraba. “No creo que un escritor sea un artista, sino un artesano y me gusta mucho la artesanía. El humor es algo como de relojero, con las ruedecitas, que debe ser exacto, que no atrase, ni adelante. Mi preocupación desde el principio de mi carrera era ‘quiero escribir, pero no tengo nada que contar’, y eso se va con el humor, porque ahí no tienes que contar nada”.
A Mendoza sus libros le situaron desde el principio como uno de los autores más originales e inteligentes de esa modernidad que empezaba a respirarse. Algo insólito, ágil, y brillante en la España posfranquista. ¿Ha ido cambiando su manera de construir las novelas ahora que ya lleva 19 escritas? “No me entiendo a mí mismo, porque he ido haciendo un tipo de libro y otro”, confesaba. “Después de La verdad sobre el caso Savolta y tener que escribir otra novela del mismo género, que luego terminó por ser La ciudad de los prodigios, estaba encallado. Siempre estoy leyendo varios libros a la vez, uno denso y otro tonto, uno de filosofía, de historia o ensayo, y una policiaca. Así que pensé en escribir una novela de estas para mí mismo, para desintoxicar, para cambiar y ocupar la cabeza en otra cosa. Me salió El misterio de la cripta embrujada y pensé que me encantaba escribir así. He ido alternando, pero este subgénero se ha ido comiendo al otro y me ha dado más lectores”.
Dice con socarronería y perplejidad que todos los años que ha pasado dedicado a la escritura “me han servido para no entender nada; esto es lo que se llama la experiencia”. Las obras en las que ha puesto más de sí mismo —”mis vivencias, recuerdos, experiencias”— no han funcionado muy bien. Otras, escritas “de forma más desinhibida y con la máxima desfachatez” han triunfado. “La novela más tonta que he escrito ha sido Sin noticias de Gurb y es la que más me ha hecho conectar con la gente a un nivel muy emocional. Nos hemos encontrado en este terreno de parque infantil, a un nivel mucho más directo que con una novela en la que yo he querido contar lo que pienso sobre la vida, la sociedad o el amor”.
En una especie de divertido juego de solitario, Mendoza retoma su veta ligera y cómica en Tres enigmas para la Organización para narrar una intriga en la Barcelona de 2022. No queda nada en la trama del independentismo y la crisis de 2017 a la que el escritor dedicó un ensayo Qué está pasando en Cataluña, que, según recuerda, surgió a partir de unas intervenciones y entrevistas en la BBC en las que comprendió que “fuera no entendían nada”. La historia de su nueva novela tiene una policía paralela, con disparatados y tiernos agentes secretos, pero Mendoza aclara que no encuentra en la política la mina para picar la veta humorística: las decisiones que en política se toman importan, y hay gente afectada, por lo que no tiene gracia.
“Con esta novela procuré, y eso era parte del juego, que dentro del absurdo total de la historia que fuera coherente consigo misma, se sigan unas pistas”, explicaba el premio Cervantes. La Organización y sus agentes se dedican a tratar de salvar los vacíos entre investigaciones que no conectan hechos dispersos, porque arrancan en distintos cuerpos de seguridad (Guardia Civil, policía, policía autonómica, guardia urbana, etc.). “En España tenemos esta subdivisión de fuerzas del orden que es un lío. Por otro lado, hay algo que todos intentamos entender por las series y las novelas, y no lo logramos, y es saber qué diferencia hay entre la CIA y el FBI, entre el sheriff y los rangers. En EE UU también tienen un buen lío montado y vivimos a caballo entre estos lío nuestro y los de la televisión”, bromeaba.
Su novela tiene algo de disparatada comedia a lo Billy Wilder. Frente al mundo anglosajón, ¿la literatura de humor en España no ha tenido tanta fuerza como tuvo en el pasado? “La literatura de humor siempre está; en Grecia, en Roma, en la Edad Media y, a veces, es lo único que perdura porque es vivo y popular. En España hay mucho humor, pero en teatro no tanto en la novela, porque ese género tiene el peso de las grandes obras francesas y rusas del siglo XIX, muy dramáticas”, apuntaba. Mendoza se declaraba también deudor de la literatura del siglo XVIII. “Cándido de Voltaire fue una lectura que me impactó no porque fuera una obra muy buena, que también, sino porque al leerla pensé ‘yo quiero hacer esto”. Lo mismo le pasó con Diderot, con Jonathan Swift y Oscar Wilde, pero también con la cultura pop de tebeos y cine. “Toda mi generación empezamos a interesarnos por la literatura con los comics y las películas de humor. Yo veía Stan Laurel y Oliver Hardy, y eso son impresiones formativas, tan presentes como Thomas Mann o más, porque si me preguntan a quién me quiero parecer pues...”, sonríe.
El agente jorobado de la Organización de su novela se identifica con Hulk, ¿y él? “El Hombre Enmascarado era mi ídolo. Superman llegaba en esos folletitos de importación que costaban una pasta. Era una mezcla de aventura, emoción y ridículo que siempre me ha gustado mucho”. ¿Los personajes de su nueva novela los pensó así? “Estaban los tebeos, los superhéroes y el cine de programa doble de los jueves por la tarde que siempre eran películas de aventuras, indios, piratas, exploradores en África... este mundo de la literatura juvenil, Las minas del rey Salomón, Sherlock Holmes. Y bueno, ahí sigo yo, luego Proust y estos no han hecho mella”, concluye sin poder esconder la sonrisa, y antes de dirigirse a la librería de la esquina siguiente.
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