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crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Tres enigmas para la Organización’: un Mendoza menor y una diversión mayor

El escritor regresa a las calles de Barcelona con una multitud de personajes estrafalarios en una novela que parodia el género policial a partir de varios enigmas trenzados

El escritor Eduardo Mendoza.
El escritor Eduardo Mendoza.Iván Giménez (Seix Barral)

¿Existe en literatura el gamberrismo flemático, el cachondeo british, la sátira social so capa de disparate descacharrante? Ahí sigue Eduardo Mendoza para probar que sí desde aquel brillante cóctel de pastiches picaresco y policial que fue El misterio de la cripta embrujada (1978). Suele decirse que, desde entonces, ha alternado las novelas cómicas con las reconstrucciones históricas serias, pero sus lectores fieles saben bien que el impulso jocoso, las situaciones absurdas y los personajes esperpénticos pululan por toda su obra, incluidas obras maestras como La verdad sobre el caso Savolta (1975) y La ciudad de los prodigios (1986) y novelas magníficas como Una comedia ligera (1996), Mauricio o las elecciones primarias (2006), Riña de gatos (2010) o la trilogía Las leyes del movimiento (2018-2021). Esa permanencia del ludismo guasón y del gusto por lo grotesco —que no excluye el gesto tierno o el propósito altruista en sus criaturas imaginarias—, revela un visión del mundo a la vez distanciada (la mirada desde arriba del esperpento de Valle-Inclán, pero también la condescendencia irónica de Cervantes) y compasiva, esto es, nunca indiferente al sufrimiento o a las lacras sociales, pero siempre refractaria a convertir la cara espantosa de la realidad en objeto de sermón o incriminación ceñudos. Y así sucede de nuevo en esta ocasión, en la que Mendoza ha ideado una elaborada trama que vuelve a exhibir sus dotes de fabulador, una trama en la que trenza varios enigmas (los del título) cuya gradual elucidación busca la sorpresa y el regocijo de un lector al que el irónico narrador interpela en algún momento.

El modo en que Mendoza ha organizado esta última parodia del género policial resulta novedosa por el procedimiento de multiplicar sus elementos estructurales. No solo ha creado tres casos insólitos entre los cuales no parece haber ningún nexo lógico (un suicidio en una pensión, la desaparición de un súbdito inglés y la sospechosa congelación de precios de Conservas Fernández), sino que la tarea de investigarlos se colectiviza entre los averiados miembros de una organización estatal secreta, la Organización, que tiene mucho de la TIA del gran Francisco Ibáñez (y ellos de Mortadelo y Filemón). Constituyen estos agentes una caterva de sujetos estrafalarios a quienes su jefe, jactancioso y retórico, les asigna los distintos casos que, según le dice el olfato, tienen que converger en uno solo. El protagonismo coral del grupo de friquis, que van relevándose en los sucesivos capítulos, alimenta la irrisión, favorece el dinamismo narrativo y diversifica las situaciones bufas para disfrute del lector. Mendoza los va metiendo en escena poco a poco, divirtiéndose a ojos vistas en su caracterización: el nuevo, un expresidiario divorciado y en paro a cuyo hijo le amartilla con la necesidad de hacer los deberes (para no seguir su camino); el anciano harapiento de ojos saltones y orejas de soplillo (Buscabrega) que recita un manual francés de táctica militar; la distinguida señora madura con perrito (Grassiela); el varón rosáceo, mofletudo y bovino experto en tipologías (Pocorrabo); el jorobado psicópata que se siente el increíble Hulk; la chica mona y lista capaz de disfrazarse de cualquier cosa (la Boni); y, en fin, el chaval catalano-japonés que es un hacha con las falsificaciones (Monososo). A ellos se irán uniendo otros gigantes y cabezudos para animar la fiesta y alborotar la trama, como el marinero Ricardiño, el taxista contumaz que alberga en su corazón a un agente secreto o la pareja de Andrepas e Irina.

Si Mendoza no frena su impulso cómico en las novelas serias, aunque sea con la irrupción de fantoches hilarantes, tampoco se abstiene de su juicio crítico sobre la sociedad actual en sus comedias ligeras, aunque en este caso prevalezca el divertido alborozo sobre la sátira social. Aun así, a lo largo de las líneas de investigación que avanzan hacia su entrelazamiento llueven pullas sobre esto y lo otro, sobre la moderna pedagogía, el procés, la invasión turística de Barcelona, la estupidización inducida por el uso adictivo del móvil o la vista gorda con que las autoridades toleran la prostitución (y sus implicaciones) en los burdeles y carreteras próximos a la frontera con Francia. Entre las muchas burlas se cuelan también las veras. No hay que descartar que la Organización parapolicial, además de la TIA, tenga una inspiración más chusca e inquietante en sujetos como el comisario Villarejo y montajes como el de la llamada “policía patriótica”.

Los lectores mendocianos se reencontrarán con la balsámica sorna del autor, con su geografía barcelonesa de costumbrismo barojiano, sus peripecias manicomiales y su gusto por el gatuperio, la extravagancia y la chaladura (formas caricaturescas de la vida social), con la espuma de su ironía e ingeniosidad a cada paso e incluso con alguna atinada chocarrería. También con el lujo de su prosa arcaizante, con su aire a la vez desenfadado y retórico, felizmente inactual, que por sí misma gratifica la lectura. Nada de todo eso quita que esta sea una novela muy amena, y bien armada pero, a fin de cuentas, menor. Una novela quizá depurativa después de culminar la trilogía seudoautobiográfica sobre la historia reciente con Transbordo en Moscú (2021). Pero una obra menor de Mendoza es un acontecimiento y estos Tres enigmas para la Organización es, si se me permite decirlo así, la mayor de sus obras menores.

Editorial Seix Barral.

Tres enigmas para la Organización

Eduardo Mendoza
Seix Barral, 2024
408 páginas, 21,90 euros

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