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Ela Fidalgo, la diseñadora que cambió la moda por el arte para criticar el consumismo: “Todos trabajamos como hijos de puta”

La artista triunfó en el mundo del que huyó y ahora expone en La Térmica de Málaga una selección de obras y prendas que censuran las redes sociales o los cuerpos normativos

La artista Ela Fidalgo posa en su exposición 'Victus et amictus', en La Térmica de Málaga.
La artista Ela Fidalgo posa en su exposición 'Victus et amictus', en La Térmica de Málaga.GARCÍA-SANTOS
Nacho Sánchez

A Ela Fidalgo (Palma de Mallorca, 1993) le comen los traumas. Sufre episodios de depresión y convive con un trastorno de alimentación que no está activo pero se mantiene psicológicamente, lo que en ocasiones le hace verse muy delgada ante el espejo. “Sigo teniendo dismorfia”, aclara. Son consecuencias de una mente singular, libre y única, pero también del acoso escolar que sufrió en el colegio. Las palabras le salen a borbotones mientras relata su infancia, cuando bordaba con su abuela o cuando cuenta que soñó con estudiar en las mejores escuelas de diseño. Triunfó en la moda de forma precoz, aún como estudiante. Su talento la llevó a ganar el premio Fashion Talent en la Mercedes Benz Fashion Week de Madrid en 2016 y, en 2018, fue finalista del Festival d’Hyeres, en Francia, que aplaude a futuros valores. Pero se hartó también de forma prematura del mundo de la moda. Huyó de sus ritmos, normas, consumismo. Se refugió en el arte. Ahora exhibe una selección de obra plástica y creaciones de moda en Victus et amictus, su primera exposición individual en un centro público, La Térmica, en Málaga, donde su trabajo se podrá ver hasta el 28 de enero.

Fidalgo se define como inconformista, cabezota, imperfecta y esclava de su cabeza, con días de “mandarlo todo a la mierda”. También como una persona vulnerable que arrastra problemas desde pequeña. “Si vas a una escuela donde te dicen que eres tonta, fea y gorda, creces pensando que eres tonta, fea y gorda. Y así toda tu vida”, sostiene junto a la escultura de una mujer sentada, que abre la muestra. Titulada Gordita, es ella misma a partir de un escáner a su cuerpo. Fue cosida con retales en tonos azules y bajo la técnica patchwork por decenas de manos de personas con capacidades distintas, jóvenes con depresión, ansiedad o que habían intentado suicidarse. “Conecto tanto con todos ellos porque he estado en su pellejo. Es una mierda, pero también somos los más fuertes de la sociedad, sabemos identificar el dolor”, afirma. Remarca que Gordita es el producto de aquella iniciativa “pero la verdadera obra de arte fueron las conversaciones que surgieron: pasamos de sueños e ilusiones al dolor o la frustración”, explica Fidalgo, firme defensora de la colaboración sin competitividad y que durante esta semana ha participado en la creación de otra escultura similar —será adquirida por La Térmica— en la Escuela de Arte San Telmo, donde han participado desde mujeres migrantes al propio alumnado del centro.

La artista Ela Fidalgo con la obra 'Gordita' en La Térmica de Málaga.
La artista Ela Fidalgo con la obra 'Gordita' en La Térmica de Málaga. GARCÍA-SANTOS

Su trabajo está relacionado con sus traumas, su interior. También con las paradojas del mundo contemporáneo. Su catalizador es una pintura expandida con tela e hilo, siempre de gran formato: “Son obras grandes porque soy una tía grande”. Victus et amictus —comisariada por Conchi Rosas y Regina Pérez— reúne una serie de coloridos lienzos protagonizados por figuras humanas, casi todas mujeres, que comen con ansiedad o se miran al espejo, como en El reflejo de Narciso. Son obras que plasman pecados capitales. Vanidad, soberbia o gula traducidas en postureo en redes sociales, trastornos alimentarios o cuerpos normativos y finísimos para la moda.

Si vas a una escuela donde te dicen que eres tonta, fea y gorda, creces pensando que eres tonta, fea y gorda”
Ela Fidalgo

Algunos dejan entrever retratos de ella misma. “Muchas veces me miro al espejo y me veo delgada. Y luego paso por un escaparate, veo reflejada la realidad y me entra ansiedad, me congelo, me cuesta mucho. De todo eso habla esta exposición”, indica la mallorquina, que participó en octubre de 2022 en la muestra Generación agridulce de la Fundación Carlos de Amberes, en Madrid, junto a artistas que, como ella, esconden sus muchas crisis vividas tras coloridos trazos y una estética naif. “Hoy estamos todos, en general, trabajando como hijos de puta. Ser artista es un oficio, como un jardinero. No puede ser ese rollo de influencers, que para unas cosas bien, pero para otras… se pueden ir al infierno. Que los quemen a todos”. Avisa de que se irá de Instagram el próximo año por salud mental y que utiliza una máquina de escribir en vez del ordenador porque le ayuda a pensar.

Algunos de los contornos de las figuras de sus lienzos están bordados. El hilo con el que cose sus inseguridades sutura también las cicatrices de unos personajes salpicados por manchas de acrílico, óleos y ceras, las heridas que esconde cualquier ser humano. Su visión de la vida queda resumida en un enorme retablo inspirado en El jardín de las delicias de El Bosco que destaca en la exposición frente a una instalación textil que juega con sombras. Una segunda sala repasa las colecciones de moda que le granjearon reconocimientos, con prendas todo volumen. Un expositor reúne sus libros de inspiración o imágenes biográficas, como la de su primer día en el colegio.

Ela Fidalgo junto a la pieza 'El reflejo de Narciso'.
Ela Fidalgo junto a la pieza 'El reflejo de Narciso'. GARCÍA-SANTOS

Coser con su abuela

Mientras charla con EL PAÍS, Fidalgo mueve las manos y asoman en sus brazos dos tatuajes. En el izquierdo aparece la palabra Coco, nombre de su mascota. En el derecho hay una aguja y un hilo que dibuja la letra S, inicial de Soledad, su abuela, con la que aprendió a coser en Carvajales de Alba (Zamora) durante sus veranos infantiles, cuando prefería acudir al taller familiar que jugar con los niños y niñas de su edad. “Siempre he sido un poco rara. Iba a mis cosas, no atendía en clase y nunca he acabado nada”, añade. No terminó ni el bachillerato artístico. Por miedo a las represalias en casa, se marchó a Madrid con 20 años diciendo que lo había finalizado e iba a la universidad. Trabajó de camarera y relaciones públicas.

Vestía sus propios estilismos. Un profesor la vio y le dijo que podría optar a las becas del Centro Superior de Diseño IED Madrid. Lo consiguió. Cambió el chip en su forma de ser y estudiar. “Era una oportunidad que quería exprimir muchísimo”, recuerda. Desde primero sus proyectos ya eran premiados por marcas como Inditex o Balenciaga. En tercero se presentó a la Mercedes Benz Fashion Week madrileña y la eligieron finalista. No tenía medios, pero convirtió esa debilidad en una fortaleza que acabó siendo su identidad. Utilizó fregonas, trapos, telas de muestra para su colección. Ganó. Viajó a Praga y a Nueva York, pero aquel mundo “de humo, producción rápida, mucha exposición y donde es difícil encajar” la abrumó. Se sintió protagonista cuando siempre le habían dado de lado. “Me pegué una hostia importante y entré en depresión. En mi último año en Madrid ni salía de casa: entregué el proyecto final y me fui a Palma”, recuerda. Ese trabajo fue finalista en el prestigioso Festival d’Hyeres entre 2.800 propuestas de todo el mundo. “Allí me hablaban de números y de marketing. Yo les respondía con economía circular, alquiler de prendas. Entendí que ese mundo no tenía nada que ver conmigo”, señala.

Ela Fidalgo en la exposición 'Victus et amictus' en La Térmica.
Ela Fidalgo en la exposición 'Victus et amictus' en La Térmica. Garcia-Santos (El Pais)

Se mudó de ciudad y de disciplina. Pasó al arte. “Pasa prácticamente lo mismo y a veces te exprimen como si fueras una fotocopiadora”, apunta quien ahora disfruta con la libertad que le da La Bibi Gallery. Lo hace en su estudio, Sala de Variedades, ubicado en Palma y donde suele coser con sus suegros o su madre. Ha expuesto en Madrid, Mallorca, Barcelona, Hamburgo, Frankfurt o Londres, siempre en galerías o ferias, hasta que recibió la llamada de La Térmica para hacer una retrospectiva. “Me dio vergüenza y ansiedad, así que al final hemos hecho otra cosa más a modo resumen”, sostiene mientras avisa de que el año que viene tiene pensado encerrarse. “Estoy en un momento de metamorfosis y no quiero volver a pintar. Quiero hacer figuración textil con volumen. Seguir solo con hilo, aguja y tela”, concluye camino ya de volver a sus orígenes en esas tardes de verano junto a su abuela en un pueblo de Zamora.

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