El Gobierno polaco acusa a la cineasta Agnieszka Holland de “hacer propaganda nazi” por un filme sobre refugiados
El Ejecutivo ultraconservador declara que la directora “odia a su país” por su retrato de la crisis humanitaria en la frontera con Bielorrusia en la película ‘Green Border’, que ha sido un éxito de taquilla
A Agnieszka Holland la han comparado con Stalin o Hitler. Aunque también han dicho que sirve al presidente ruso, Vladímir Putin. La han acusado de odiar a su país, de venderlo, de insultar a sus compatriotas. Ha recibido ataques feroces de miembros del Gobierno y también de manifestantes, en alguna protesta callejera. Tanto que Holland, que reside en Francia, se ha visto obligada a acortar su reciente viaje a su Polonia natal y a contratar a una escolta durante la estancia. “Nunca había sucedido algo así en un país democrático. Soy una cineasta”, afirma ella por teléfono. Su presunta culpa es precisamente su oficio: acaba de estrenar una película, Green Border. En España se verá en el primer trimestre de 2024.
Una obra “vergonzosa, repulsiva y asquerosa”, según declaró Jaroslaw Kaczynski, presidente del partido ultraconservador con tintes xenófobos Ley y Justicia (PiS) y líder de facto del Ejecutivo polaco, ante el debut del filme en el país. Sin embargo, Green Border obtuvo el Premio Especial del Jurado en el reciente festival de Venecia. Y ha logrado el mejor arranque en salas polacas de una película nacional en 2023: unos 137.000 espectadores, según la web especializada Deadline. “De alguna forma, me han hecho publicidad. No es una película comercial que pudiera esperar una asistencia masiva. Dudaba de si podía tocar a alguien o crear debates, algo que solo sucede con las series y su burbuja, casi nunca con el cine. Mi filme es difícil. Así que todo esto es importante, aunque tenga un coste”, apunta la directora.
Porque Holland lleva a la pantalla el atroz pimpón humano que todavía golpea a cientos de sirios o afganos: Bielorrusia los deja cruzar hacia Polonia. Desde el otro lado, sin embargo, los empujan de vuelta. Y así, hasta que el vaivén se hace limbo. O infierno, para los que allí fallecen, entre frío, hambre y deshidratación. La fotografía en blanco y negro, la ambición de contar varias perspectivas (los refugiados, los soldados, los activistas, los vecinos…), su dirección poderosa o su humanidad encumbraron el filme en la Mostra de Venecia.
Junto con sus reflexiones incómodas: una cosa es que un dictador como el bielorruso Aleksandr Lukashenko use a los migrantes como arma de presión sobre Europa, pero ¿qué decir cuando el viejo y presuntamente acogedor continente se deshace de ellos igual que un tirano? Tras el caos en Polonia, además, las cuestiones se multiplican: resulta que, en la pacífica y democrática UE, una admirada y veterana directora de cine puede temer por su seguridad personal debido a un largometraje hasta el punto de necesitar escolta.
“Ha sido una precaución. Si el primer ministro, el presidente, el responsable de Justicia, el líder del partido y no sé quién más escupen acusaciones tan terribles, puedes esperarte de todo”, apunta Holland en una entrevista con EL PAÍS por teléfono desde Francia. Aunque la directora prefiere destacar, ante todo, la respuesta del público: la afluencia inesperada, los espectadores que se levantan a aplaudir en las salas, las cartas que ha recibido. Tanto que se declara “sobrecogida”.
Lo que no esconde, eso sí, el otro lado de la medalla. “Las autoridades han iniciado un pogromo”, afirma. Ella, hija de opositores del régimen comunista, detenida durante las protestas de 1968, criticada por filmes como Europa, Europa, obligada a huir de Polonia por su cine, cree no haber afrontado nunca algo así: “Los de ahora están más unidos y son más desvergonzados”.
Jaroslaw Kaczynski, en concreto, vilipendió también a los espectadores y a cualquiera que se atreva a defender el filme. Y soldados fronterizos han recuperado el eslogan “solo los cerdos se sientan en el cine”, que criticaba a quienes acudían a las salas durante la ocupación nazi de Polonia. El presidente, Andrzej Duda, declaró el pasado miércoles que no le sorprendía, ya que Green Border los insulta. A esa época regresa también la propia Holland, aunque para una insinuación opuesta: “Se ha comparado la invasión de Ucrania con la Guerra Civil en España. Lo que no sé es si estamos más en 1936 o 1938″.
Lo cierto es que el filme ha llegado a las salas polacas en un ambiente electoral extremadamente tenso y polarizado. Kaczynski lo vinculó con dos de los temas centrales de su campaña: la inmigración y la seguridad. Desde 2021, Lukashenko, escudero de Putin, utiliza la inmigración para desestabilizar a los países de la UE y la OTAN con los que comparte frontera: Polonia y, en menor medida, Lituania y Letonia. En lo peor de la crisis, el Gobierno polaco decretó el estado de emergencia en la frontera para prohibir el acceso a activistas y periodistas. Holland retrata qué ocurría mientras nadie podía mirar. Y lo muestra cerca de las elecciones del 15 de octubre, donde el Gobierno ultra del PiS espera obtener un tercer mandato consecutivo. “Si ganan, la democracia se acabó”, sostiene la cineasta.
En la película, Holland introduce hechos reales recabados en decenas de entrevistas, como un episodio en el que un guardia de fronteras rompe el interior de un termo y se lo pasa después a un refugiado, que acaba herido con el cristal al beber. Adam Bodnar, Defensor del Pueblo entre 2015 y 2021, con el PiS en el poder, que conoce bien el trabajo de los activistas y los equipos de asistencia médica y las violaciones de derechos humanos en la frontera, considera el filme “casi como un documental”.
El Gobierno encuentra en estas imágenes un ataque “injusto” que “daña” a las instituciones polacas y a las fuerzas y cuerpos de seguridad, y ha decidido emitir un anuncio en las salas antes de la proyección de la película con su versión del “contexto de la operación híbrida”, según anunció el Ministerio de Interior. Varios cines se han negado a proyectarlo. Para Bodnar, un reputado jurista y académico especializado en derechos humanos —que concurre a los comicios para el Senado en las listas de Coalición Cívica, un grupo de partidos liberales—, en la reacción del Gobierno hay un ataque a la libertad de expresión. “No es un Ejecutivo preocupado por proteger los derechos, especialmente los políticos y cívicos”, recuerda. Y denuncia “la instrumentalización y el uso de la película como arma política por parte del Gobierno”.
“En el Tercer Reich, los alemanes producían películas de propaganda que mostraban a los polacos como bandidos y asesinos. Hoy tienen a Agnieszka Holland para eso”, apuntó el ministro de Justicia polaco Zbigniew Ziobro, en la red social X (antes Twitter), cuando el filme se proyectó en Venecia. Y sin haberlo visto. Holland relata que justo está ultimando la demanda contra el político: no quiere contribuir con “más gasolina”, así que decidió centrar su respuesta legal solo en Ziobro, como un gesto “simbólico”. Y también porque lo considera “antisemita” y ofensivo hacia sus orígenes judíos.
La televisión pública polaca, instrumentalizada desde el Gobierno, también ha emprendido una campaña contra la película y su autora. Las menciones de Green Border llegaron hasta 77 millones en las 24 horas previas al estreno del pasado viernes, según recoge el diario Rzeczpospolita. En X, muchos usuarios llaman a la autora Leni Holland, en referencia a la directora y propagandista nazi Leni Riefenstahl. A saber si tanto revuelo influyó, este lunes, en otro revés para Green Border: la Academia del cine polaco prefirió enviar como candidata nacional a los Oscar a The Peasants, de DK Welchman y Hugh Welchman. A juzgar por las críticas a la obra de animación, eso sí, parece haber sólidas razones artísticas para defenderla.
El estreno, además, coincide con el estallido de otro escándalo fronterizo para el Ejecutivo: Polonia está de nuevo bajo la lupa de Bruselas, que le reclama más información por permitir supuestamente a 250.000 migrantes obtener visados de trabajo válidos para moverse por toda la UE y ser cómplice en un sistema de sobornos en embajadas y consulados. El partido ultraconservador, en todo caso, ha creado dos anuncios electorales sobre la cuestión migratoria con referencias a la película.
Uno de ellos está directamente dirigido contra Holland y protagonizado por el ministro de Justicia y mezcla imágenes de Hitler y Stalin. La narrativa que muchos ciudadanos que no verán la película creen gracias a la propaganda es la que difunde el Gobierno, empezando por Kaczynski. “Los que hacen ese tipo de película, los que los apoyan, los que los reciben bien, son simplemente soldados de Putin: tenemos que decir esto claramente”, afirmó el dirigente.
La directora, en cambio, no tiene claro el efecto de su filme en la campaña electoral, si es que hay alguno. Puede que sirva al Gobierno para movilizar a sus electores, “con odio, rabia, xenofobia”. O que contribuya al debate en su contra. Pero ella tampoco pretende participar demasiado: “No hago películas para pelear por las elecciones. El rol de la cultura no es agitarse por uno u otro partido, sino despertar conciencias de la existencia de una cuestión y su dimensión moral. Ver a los refugiados con caras humanas, en lugar de números. Cuando escuchas las ideas de algunos Gobiernos parece una batalla perdida. Pero tenemos que continuar”. Ella, al fin y al cabo, ha volcado su vida y sus filmes en eso.
Tanto que en Venecia impulsó un minuto de silencio por todos los muertos traicionados por Europa justo en su frontera. Y culpó a la UE de poder ayudar, pero no querer. “Está haciendo una política de esconder la cabeza bajo la tierra. Es un asunto imposible de resolver fácilmente. Pero tanto miedo al auge del populismo y la extrema derecha no funciona. Basta con ver lo que ocurre en Italia [los desembarcos masivos de estos días en Lampedusa], porque Túnez deja salir a todos los que, en teoría, recibe dinero por retener. Nos volvemos sensibles al chantaje de cualquier dictador”, agrega ahora.
Al final de Green Border, un mensaje recuerda que probablemente los cadáveres en el terreno hayan aumentado justo mientras el público asistía al filme. Sostiene Holland que uno de los comentarios que está recibiendo se resume así: “Tras la película, ya no podemos hacer como si no la hubiéramos visto”. Está claro que su filme deja huella. En eso, estaría de acuerdo hasta el Gobierno polaco.
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