Otro grande
No ha habido demasiada fiesta de celebración por los ciento cincuenta años del nacimiento de Azorín y me parece incomprensible
En junio se cumplieron los ciento cincuenta años del nacimiento de Azorín. No ha habido demasiada fiesta de celebración y me parece incomprensible. Otra de las rarezas de nuestro país quiere que los escritores mayores del siglo XX fueran Baroja, Valle, Machado y Jiménez, pero no Azorín. Esta peculiar desmemoria será enmendada por la Real Academia en octubre o noviembre con un homenaje riguroso, pero yo esperaba más respuesta por parte de la prensa. Aparte de un estupendo artículo de Jorge Bustos y otro de Mario Vargas, no he leído nada en verdad remarcable.
¿Será porque se le considera un miniaturista? ¿Alguien dedicado, como un flamenco del siglo XVII, a proponer imágenes exactas, nítidas, casi esmaltadas, de interiores con vajilla de loza, mortero y un ventanuco por el que entra un potente haz de sol levantino? Eso es, desde luego, una parte de lo que sabía hacer, pero hay otras. Sus llamadas Obras Completas constan de nueve tomos editados en aquella deliciosa colección de Aguilar, encuadernada en piel roja que yo le debo al gran librero y editor Abelardo Linares. La alegría que me da ver los nueve lomos cada día en su estantería no podré pagarla jamás. Están pidiendo que los tome en la mano y comience a leer por cualquier parte, todas las hojas son admirables.
Cada tomito tiene unas mil páginas, de modo que estamos hablando del autor de casi diez mil páginas. La obra de Azorín es inmensa y, además, estas Obras completas no lo son ni de lejos. Su editor fue Ángel Cruz Rueda y las comenzó en 1947. El último volumen (al menos en mi edición, que es la segunda) data de 1963 y ya no está encuadernado en piel, sino en un cartón un poco vil. Más de quince años le llevó la empresa a Ángel Cruz y bastante hizo, pero es insuficiente.
Para empezar, es muy difícil localizar los textos porque no hay un índice general. No te queda más remedio que buscarlo por el año de edición (lo que no es fácil) y rastrearlo en el tomo oportuno. Alguna institución valenciana debería financiar la edición de un índice que facilitara la lectura y la investigación. ¿Hay en Alicante alguna que se dedique a mantener la memoria de uno de sus más brillantes hijos? La Fundación Mediterráneo, por ejemplo. ¿O en la Universidad de Valencia, donde estudió? Bien es verdad que Valencia es una comunidad curiosa, particular y difícil. Azorín tiene un libro, justamente llamado Valencia, que es de lo mejor que escribió.
A ver qué tal sale el homenaje de la Real Academia y si alguna otra institución se suma al recuerdo de aquel hombre que al final de su vida era tan filiforme como don Quijote, sobre quien escribió múltiples y densas páginas que merecerían una publicación por ahora inexistente. Yo llegué a conocerlo, ya tumbado en su cama de la que apenas se levantaba, en 1967, que fue el año de su muerte, pero muy divertido al ver a un jovenzano que le traía un libro para firmar. Era un Lope en silueta de la mítica editorial Cruz y Raya, de 1936. Y aún tuvo la humorada de sonreírle a mi acompañante y decir con voz cascada, “Vaya moza reguapa”. Pocas semanas antes de morir estaba aún perfectamente vivo.
Babelia
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