La esperanza del resurgir de Conde de la Corte

El comportamiento del tercer toro de la mañana, que lucía la legendaria divisa de Conde de la Corte, y que acabó siendo proclamado el vencedor de la corrida concurso, fue verdaderamente interesante y desigual. Tras salir dormido de chiqueros, el animal, muy en el tipo de la casa, bajo, hondo, badanudo, bien armado y ligeramente acapachado de cuerna, se puso probón en los capotes, regateó y se marchó a la querencia. Signos de mansedumbre, que, sin embargo, desmintió al poco.

Salió el caballo y ni matador ni cuadrilla acertaron a colocarlo como es debido. Y, así, al relance, Pelo Blanco se arrancó a la montura. Sintió el hierro, peleó por momentos, pero se acabó yendo, volviendo a terrenos de toriles. Y fue entonces cuando sucedió lo más curioso. Desde allí, justo desde el lugar de donde había salido minutos antes, el de Conde de la Corte se volvió a arrancar pronto y alegre al caballo. Y así, desde esa enorme distancia, otras dos veces más. Y ya no huyó; en esos últimos puyazos empujó bajo el peto.

¿Bravo o manso encastado? Un toro para debatir largo y tendido, pero que refuerza las esperanzas en el resurgir de una ganadería histórica y fundamental.

Le tocó a Gómez del Pilar y este no terminó de apostar. Al igual que frente al noble y buen sexto de Couto de Fornilhos, que también empujó con bravura en el primer tercio, pero llegó desfondado a la muleta, el torero tomó excesivas precauciones, no dio distancia a sus oponentes y se perdió en constantes tiempos muertos que hicieron desconectar a toros y tendidos.

Otro que también expuso lo mínimo fue Sánchez Vara. Si bien lidió de manera mucho más eficaz y torera, también anduvo precavido con un lote muy desigual. En primer lugar, se encontró con un pavoroso y deslucido ejemplar de Saltillo, que peleó sin clase y con la cara arriba; mientras que el cuarto, de Santa Teresa, blando y cumplidor en varas, tuvo tanta nobleza, como sosería y poca casta.

El que sí se la jugó ante el muy deslucido quinto fue Adrián de Torres. Aunque no siempre acertó con las distancias y alturas, y pese a que anduvo perdido durante la lidia, echó mano de un indudable valor para aguantar las constantes embestidas por las nubes del toro de Yonnet. No le importó que el animal le pusiera los pitones en la axila y persistió en su empeño de pegarle muletazos. Esa exposición y una buena estocada, en la que tuvo que sortear un par de agresivos y astifinos pitones, le valieron una oreja.

Con el interesante segundo, de Villamarta, encastado y que embistió a media altura, no dijo nada hasta el final de la faena, cuando ejecutó un manojo de naturales de buen trazo.