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Feria de Abril
Crónica
Texto informativo con interpretación

Morante, un torrente de armonía, corta un rabo en La Maestranza

El torero de La Puebla, Juan Ortega y Urdiales ofrecieron un completo y maravilloso recital de toreo de capa

Morante de la Puebla, con las dos orejas y el rabo del cuarto toro de la tarde.
Morante de la Puebla, con las dos orejas y el rabo del cuarto toro de la tarde.Julio Muñoz Efe
Antonio Lorca

Un vendaval de éxtasis, entusiasmo y conmoción colectiva embargó a la plaza de La Maestranza a eso de las ocho de la tarde y, momentos después, Morante de la Puebla paseaba las dos orejas y el rabo del toro Ligerito, de 515 kilos de peso, con el que se había fundido con capote y muleta en un derroche de armonía, embrujo, duende y belleza indescriptible.

Palmas por bulerías y a los gritos de ‘torero, torero’, dio Morante una apoteósica vuelta al ruedo, y, al final de la corrida, a hombros de una multitud enfervorizada salió por la Puerta del Príncipe, la segunda de su ya larga carrera, y así se lo llevaron hasta el hotel.

Una gesta histórica, sin duda; de hecho, no se concedía un rabo desde el 25 de abril de 1971, que lo paseó Ruiz Miguel por su faena a un toro de Miura.

¿Lo ha merecido Morante esta tarde? No vale la pregunta, porque los máximos trofeos en Sevilla son las dos orejas; el rabo es un título que, en este caso, corona al torero como un artista excelso que ha hecho gozar de qué manera a todos los que hayan tenido la fortuna de verlo.

Pero, ¿qué pasó? Pues toda la culpa la tiene Juan Ortega, quien recibió a su primero con un manojo de verónicas de otro mundo, en las que aminoró la velocidad del toro, se dejó llevar por su hondo sentimiento, y volvió loca a la plaza y a la banda de música que tocó en su honor; instantes después, un quite por delantales elevados a la cima del arte rubricó el inicio.

Morante de la Puebla, a hombros por la Puerta del Príncipe.
Morante de la Puebla, a hombros por la Puerta del Príncipe.Julio Muñoz Efe

Salió entonces Morante y dibujó un quite de personalísimas chicuelinas; y aún le respondió Ortega con otro por templadas verónicas.

Ese arrebato de inspiración de Ortega, que había enloquecido a los tendidos, le llegó al alma a Morante, ‘herido’ en su amor propio de artista predilecto de Sevilla.

Y dispuso su venganza. Recibió al cuarto con dos capotazos afarolados pegado a tablas, y desparramó después unas grandiosas verónicas, a las que también acompañó el pasadoble; un quite por tafalleras angelicales, otro de Urdiales a la verónica con gracia, y otro final de Morante por gaoneras.

A estas alturas, La Maestranza era un hervidero de emociones, entre el calor ambiental y el toreo de altísimos quilates que se estaba esparciendo por toda ella.

Tomó Morante la muleta e inició su faena por ayudados por alto. No estaba clara, en ese momento la disposición del toro, de modo que pareció apagarse, pero fue Morante el que lo obligó, tirando de la embestida para trazar entre ambos una primera tanda de muletazos muy templados; le robó después naturales largos, y aumentó la intensidad en la siguiente tanda con la mano derecha y culminada con un primoroso cambio de manos. Hubo más derroche artístico, dos tandas de naturales hermosos, los últimos a pies juntos, que reventaron los tendidos. Con la estocada culminada, aún dibujó Morante un par de muletazos y un torerísimo desplante en el instante mismo en el que el toro se derrumbaba en el albero.

La plaza se inundó de pañuelos, y el presidente concedió al mismo tiempo las dos orejas, pero continuó el vendaval, y llegó el rabo, que suena a honorífica compensación por una tarde redonda de principio a fin.

De hecho, Morante había recibido a su primer toro con otra exhibición de verónicas lentísimas por el pitón derecho, pero una tremenda costalada del animal cuando trataba de llevarlo al cabo desinfló sus fuerzas y toda esperanza. Pronto se apagó a pesar de su calidad.

Ortega pudo haber cortado un trofeo en el tercero, que brindó a Curro Romero, si lo mata a la primera. Lo había toreado primorosamente con el capote, y con el mismo sentimiento, con ese don que solo poseen algunos toreros, lo muleteó con hondura por ambas manos en una labor plena de torería.

Recibió al sexto con otra ración de verónicas de ensueño a las que añadió un galleo por chicuelinas. La faena de muleta fue irregular e intermitente ante un animal que muy pronto se cansó de embestir.

Y Diego Urdiales pasó de puntillas. Intentó integrarse, eso sí, en el grupo de artistas con el capote con el citado quite en el cuarto, dibujó un par de derechazos ante su muy distraído primero, y nada que destacar ante el quinto más allá de un comienzo elegante por bajo.

La tarde fue de Morante (lo del rabo es lo de menos; el presidente ya había comentado en público hace tiempo que ya era hora de conceder un rabo en Sevilla), que ha hecho historia, y del don innato de Juan Ortega, que también consiguió extasiar a La Maestranza. (Y mucho cuidado con anunciarse con Morante en un cartel porque este torero se pica y forma la marimorena…)

Hernández/Morante, Urdiales, Ortega

Toros de Domingo Hernández, correctos de presentación, muy desiguales en los caballos, nobles y justos de fuerza; el cuarto, muy noble y con movilidad, fue premiado con la vuelta al ruedo.

Morante de la Puebla: estocada atravesada y un descabello (ovación); estocada (dos orejas y rabo). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.

Diego Urdiales: pinchazo, estocada baja _aviso_ (silencio); estocada (ovación).

Juan Ortega: dos pinchazos (ovación); pinchazo y estocada fulminante (ovació).

Plaza de La Maestranza. 26 de abril. Décima corrida de abono. Casi lleno en tarde de sofocante calor.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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