Cuando había esperanza
Hemos perdido la inocencia y ya no creemos en grandes héroes culturales o incluso en grandes hombres en el mundo de las artes
En plena Gran Guerra, o, mejor dicho, en su momento final, aún Rolland impostaba una actitud pacifista tomada de Gandhi y Tolstói. Sin embargo, al final cayó en las garras del estalinismo y en 1927 se adhirió al Partido Comunista.
Pero a Rolland lo que de verdad le apasionaban eran los héroes, Goethe, Beethoven, Miguel Ángel, Wagner y Tolstói. Pero no tenía la agudeza de otro apasionado admirador de los Grandes Hombres, Thackeray, muy superior literariamente a su colega francés. Así y todo, tuvo un éxito global en el mundo de la lectura anterior a la Primera Guerra Mundial. En parte por el premio Nobel de 1915, tras la publicación de Jean-Christophe, una enorme saga sobre la vida de un músico.
Es difícil en la actualidad leer esos libros tan enormes como sus personajes. Hemos perdido la inocencia y ya no creemos en grandes héroes culturales o incluso en grandes hombres en el mundo de las artes. Pero ese culto al “genio” ha durado prácticamente hasta el día de hoy y por eso es una buena noticia la aparición de una obra menor de Rolland (Goethe y Beethoven, en la editorial Firmamento), que acerca de un modo inteligente y mesurado a estas dos luminarias.
Reconozco que, en este texto, más que Goethe y Beethoven, me interesa Bettina Brentano, una muchacha de veintitantos años, realmente libre, que aparece por lo común en los libros sobre la literatura romántica alemana como una entremetteuse. Aunque estuvo casada con uno de los espíritus más desencadenados del momento, Von Arnim, y colaboró con él en algunos trabajos esenciales sobre las artes, pero pronto emprendió vuelo propio.
Su vida, fantasiosa y aventurera, la fue completando con libros claramente inventados, como el Epistolario de Goethe con una niña, prototipo de los fakes contemporáneos. Acabó, como Rolland y los infectados con admiraciones políticas neuróticas, defendiendo a gobiernos socialistas de su momento. Necesidad de un padre.
Lo más divertido es que todo el escándalo de Bettina con Goethe se debió a que al llegar a Weimar estaba tan agotada que se durmió en las rodillas del poeta. Fue la criada la que, elevándose a vestal de la moralidad, dio curso a la escena. Seguramente no pasó nada, sino que la niña, una vez descansada, pudo irse a su pensión. Pero ya entonces comenzaban los héroes, no del arte, sino de la catequesis, a imponer sus puntos de vista sobre una sociedad acobardada.
Olvidaba decir que la traducción es de Cernuda, quien seguramente se sintió muy identificado.
Babelia
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