Los rebeldes peruanos que sin quererlo encendieron la mecha del punk
“No sabíamos lo que hacíamos, sonábamos diferente y ya está”, rememora César Castrillón, bajista y único miembro en activo de la banda limeña Los Saicos, precursores de uno de los más importantes subgéneros del rock
En un edificio de departamentos en el distrito de Lince, uno de los 43 que conforman la provincia de Lima, una placa fijada en uno de los muros exteriores anuncia con contundencia: “En este lugar nació el movimiento punk rock en el mundo”. La leyenda inscrita en mármol ha generado numerosos debates, ya que, contra lo que muchos podrían pensar, asegura que los primeros acordes del género no sonaron en un piso de Camden ni en un club neoyorkino, sino en ese austero inmueble con acabados verde pistache en el que en 1964 se conformó la banda peruana Los Saicos. Integrada por el cantante y guitarrista Erwin Flores, el guitarrista Rolando ‘Chino’ Carpio, el baterista Pancho Guevara y el bajista César Castrillón, Los Saicos fueron los precursores de uno de los movimientos contraculturales más importantes del siglo XX. EL PAÍS ha entrevistado a Castrillón, mejor conocido como Papi Saicos, durante su visita a México para una presentación en el festival de punk Monkey Bee.
Encender la mecha del punk fue una serendipia. Castrillón asegura que ellos nunca quisieron inventar nada; Los Saicos solo querían hacer rock and roll, dar conciertos en el distrito de Lince y llamar la atención de “las chicas bonitas de su barrio”. Con apenas 17 años, no tenían instrumentos ni formación musical para cumplir su cometido. La mayoría de ellos ni siquiera contaba con la aprobación de sus padres. Flores fue el único que tuvo el apoyo de su madre, y fue ella quien se dedicó a conseguir los instrumentos para el resto de los integrantes. De esa inexperiencia y de su innata rebeldía, surgió un sonido un tanto similar al rock and roll, pero que a leguas se diferenciaba de las baladas que componían bandas como The Beatles o artistas como Elvis Presley. Anticipándose a los años de inestabilidad social y política que hasta la fecha reinan en Perú, el conjunto clamaba por la demolición de la hegemonía de las clases dominantes. “Yo siempre he estado del lado de los pobres, y Los Saicos siempre quisimos que nuestra música fuera cercana a las clases populares peruanas”, explica Castrillón.
La rebeldía original fue de corto aliento. Tras un par de años y poco más de una docena de canciones grabadas, Los Saicos colgaron sus instrumentos y siguieron adelante con sus vidas. “Siento que no tuvimos la difusión suficiente, y poco a poco fuimos perdiendo el entusiasmo”, cuenta el bajista, que después de su tiempo en la banda, emigró a Estados Unidos y se dedicó a la construcción. Fue hasta 1998 que una persona, a quien Castrillón se ha limitado en identificar como “un pirata”, llevó algunos sencillos de la banda a Madrid para reproducirlos en estaciones de radio españolas e incluirlas en una compilación de rock sudamericano de los sesenta. La música de los peruanos, que había permanecido más de 30 años almacenada en la memoria de unos cuantos, llamó la atención de numerosos melómanos y especialistas musicales. Aquello no era rock and roll, aquello eran las raíces del punk, y habían surgido una década antes que las primeras grabaciones de bandas como The Ramones, The Sex Pistols o The New York Dolls.
A principios del siglo XXI, la fama de Los Saicos se disparó. Sus canciones pasaron a ser clásicos del punk y ellos se convirtieron en ídolos de un movimiento que ni siquiera conocían. “En su momento yo nunca escuché a The Ramones, no sabía qué era el punk, es más, ya ni siquiera me acordaba de la mayoría de nuestras canciones. Pero un día nos invitaron a un concierto en nuestro honor en Lima, y me sorprendió ver a todas las bandas peruanas que interpretaban nuestra música”, cuenta Castrillón, a quien no le gusta reconocerse como uno de los padres del punk: “Nosotros no sabíamos lo que hacíamos, sonábamos diferente y ya está, nunca esperamos llamar tanto la atención”.
La rebeldía no se ha extinto para Papi Saicos, únicamente se ha transformado. A sus 77 años, las antiguas costumbres de auténtico desmandado de los sesenta, como las carreras clandestinas de autos y los largos tragos directamente de la botella, quedaron muy atrás. Ahora lo que le apetece es “un buen vino en un restaurante italiano”, aunque eso, asegura, no cambia su mentalidad ni el mensaje de sus canciones. Ya casi no toca el bajo, hoy en día se dedica principalmente al canto, y sus conciertos, acompañado por una banda integrada por tres músicos estadounidenses, un mexicano y una alemana, siguen llenando los escenarios de donde sea que se presenten.
El pasado 10 de diciembre en Naucalpan, en el Estado de México, Papi Saicos fue uno de los cabezas de cartel del festival de punk Monkey Bee. Vestido con un elegante conjunto obra del diseñador mexicano Aarón Jiménez, Castrillón y su banda interpretaron ante cerca de un millar de personas todos los éxitos de los peruanos. Los años han pasado, y a pesar de la muerte Rolando Carpio en 2005 y de Pancho Guevaro en 2015, y la enfermedad que ha alejado a Erwin Flores de los escenarios, el legado de Los Saicos permanece con vida en la voz de Castrillón y de los miles de seguidores que siguen gritando al unísono “¡Ta-ta ta-ta, ya-ya-ya-ya!…¡Demoler, demoler, demoler, demoler. Echemos abajo la estación del tren!”.
Babelia
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